El fuego en tus ojos

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Besé sus labios con urgencia, buscando desesperadamente perderme en la familiaridad de su cuerpo

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Besé sus labios con urgencia, buscando desesperadamente perderme en la familiaridad de su cuerpo. Deena respondió con igual fervor, sus labios se movían contra los míos con una pasión que en otro momento habría encendido un fuego en mi interior. Mis manos, inquietas y ansiosas trabajaban en deshacer los nudos de su elaborado vestido, cada uno revelando más de su piel suave y cálida. Sentí sus dedos recorrer mi pecho desnudo, dejando un rastro ardiente a su paso.

Pero por más que intentaba concentrarme en el momento, en la mujer que tenía entre mis brazos, mi mente traidora insistía en divagar. Como un río desbocado, mis pensamientos fluían inexorablemente hacia ella. Nefely. Su imagen se colaba en mi mente con una claridad dolorosa, eclipsando todos los demás pensamientos.

Veía sus labios, suaves y tentadores, curvados en esa sonrisa desafiante que tanto me fascinaba y me irritaba a partes iguales. Recordaba su cuerpo, la forma en que el agua del río se deslizaba por su piel cuando emergió, cada gota un recordatorio de una belleza que me negaba a reconocer. Su mirada, esos ojos azules profundos como el océano, me perseguía, desafiándome, llamándome, provocándome.

Intenté sacudir esos pensamientos, enfocándome en las sensaciones presentes. En el perfume floral de Deena, en la suavidad de su piel bajo mis manos, en el calor de su cuerpo presionado contra el mío. No olía igual. Su tacto no era el mismo. Era inútil. Por más que me esforzara, por más que intentara anclarme en el aquí y ahora, mi mente, mi maldita mente, insistía en volver a Nefely.

La idea de que estaba tan cerca, a solo dos habitaciones de distancia, me atormentaba. Imaginaba su cuerpo recostado en la cama, sus cabellos oscuros esparcidos sobre la almohada. ¿Estaría dormida? ¿O quizás, como yo, se encontraba despierta, pensando en aquel momento en el río? La posibilidad me estremecía, enviando oleadas de calor por mi cuerpo que nada tenían que ver con la mujer en mis brazos.

Mis pensamientos vagaban, incontrolables, hacia territorios peligrosos. ¿Cómo sería besar esos labios que tan a menudo me desafiaban? ¿Cómo se sentiría su piel bajo mis dedos, sin la barrera del agua fría entre nosotros? El sabor de su boca, el aroma de su piel, la textura de su cabello... todas eran preguntas que me atormentaban, deseos que me negaba a reconocer, pero que no podía ignorar.

La culpa me invadió, mezclándose con la frustración y el deseo. ¿Por qué ella? ¿Por qué la mujer que representaba todo lo que debía temer y odiar? Era mi prisionera, una supuesta bruja, una amenaza para mi reino. Sin embargo, ahí estaba, ocupando cada rincón de mi mente, desplazando todo lo demás.

Finalmente, incapaz de soportar la discordancia entre mis acciones y mis pensamientos, me detuve. Con un suspiro de derrota, aparté a Deena suavemente, mis manos temblaban ligeramente. Cerré los ojos con fuerza. Como si pudiera borrar la imagen de Nefely de mis párpados.

—¿Qué ocurre? —preguntó Deena, su voz estaba teñida de preocupación y un deje de frustración.

No podía mirarla a los ojos, no cuando mi mente estaba tan llena de otra mujer. La vergüenza y la culpa me consumían, mezclándose con un deseo que me negaba a nombrar.

El Canto de la AlismaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora