El despertar de mi destino

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Los primeros rayos del amanecer se colaron por el balcón, bañando la habitación con una luz dorada que parecía santificar el momento

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Los primeros rayos del amanecer se colaron por el balcón, bañando la habitación con una luz dorada que parecía santificar el momento. No lo dudé ni un instante: me levanté de la cama. Era hora de convocar al consejo, de proclamar a los cuatro vientos la verdad que había descubierto. No, más bien, la verdad que siempre había estado frente a mis ojos, esperando a ser reconocida.

Mientras me vestía, mis ojos no podían apartarse de Nefely. Yacía dormida, su cuerpo estaba envuelto en las sábanas de seda como si fueran una segunda piel. Su rostro, normalmente marcado por la preocupación o el desafío, estaba completamente relajado en el sueño. Sus labios, ligeramente entreabiertos, dejaban escapar suaves respiraciones que llenaban la habitación con un ritmo hipnótico. Su cabello, una cascada oscura, se enredaba en mi almohada, no, en nuestra almohada. Esta ya no era solo mi cama, era nuestro refugio, nuestro santuario.

La idea de compartir este espacio íntimo con ella, de despertar cada mañana a su lado, hizo que mi corazón se acelerara. Pero incluso mientras la euforia me inundaba, una voz en el fondo de mi mente me recordaba que no podía dar nada por sentado. Aunque Nefely fuera mi Alisma, mi llama gemela, no la obligaría a quedarse. La elección tenía que ser suya. Pero el simple hecho de saber que era ella, que siempre había sido ella, era una alegría que nadie podría arrebatarme.

Me acerqué a la cama con pasos silenciosos, casi reverentes. Con infinita delicadeza, aparté los mechones de cabello que caían sobre su rostro. Mis dedos se entretuvieron en su piel, maravillándose ante su suavidad. Me agaché y deposité un beso suave en su frente.

¿Cómo era posible querer tanto a alguien? ¿Cómo podía mi cuerpo anhelar con tanta fuerza su cercanía, su calor, el sonido de su respiración, incluso el ritmo de los latidos de su corazón? Era como si cada fibra de mi ser reconociera en ella su otra mitad, su complemento perfecto.

Mis ojos se posaron en la marca de la Alisma que adornaba su pecho. Con cuidado, pasé la yema de mis dedos sobre el símbolo. El contacto envió un escalofrío por mi columna, como si una corriente eléctrica fluyera entre nosotros. Era real. Tangible. Innegable. ¿Cómo había estado tan ciego durante tanto tiempo? Era ella, mi perfecta e irremplazable Nefy.

La culpa se mezcló con la alegría, un recordatorio amargo de mis errores pasados. Por todo lo que le había hecho pasar, por cómo la había tratado, merecía un castigo. Había humillado y maltratado a mi propia llama gemela, a mi propio fuego. No, me corregí mentalmente, ella no era una simple llama. Nefely era el fuego que corría por mis venas, la esencia misma de mi ser. ¿Qué clase de hombre había sido sin ella, mi reina, mi posible esposa? Jamás me lo podría perdonar.

Con un último vistazo a su forma dormida, salí de la habitación con el mayor sigilo posible. No quería perturbar su descanso, no después de la noche que habíamos compartido.

—Por favor —me dirigí a uno de los guardias apostados en el pasillo—, convoca a los consejeros. Es una reunión urgente. Y que nadie moleste a Nefely a no ser que yo lo pida o ella misma despierte.

El canto de la AlismaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora