Al despertar, la suave luz de la mañana se filtraba por las cortinas de seda, bañando la habitación en un resplandor dorado. Intenté cubrirme con la sábana por el frío y el tacto de la tela fina contra mi piel desnuda me recordó toda la noche anterior. Un escalofrío recorrió mi cuerpo por vergüenza y anhelo.
Abrí los ojos lentamente, parpadeando para acostumbrarme a la luz. Mi mirada recorrió la habitación, buscando instintivamente la figura de Aeran. Sin embargo, el espacio a mi lado estaba vacío y las sábanas frías al tacto. Un nudo se formó en mi garganta.
Fue entonces cuando las vi. Cinco doncellas, perfectamente alineadas frente a la puerta cerrada, me observaban con sonrisas que parecían demasiado amplias, demasiado perfectas. Sus ojos brillaban de una forma que me puso los pelos de punta. Me incorporé de golpe, aferrándome a la sábana como si fuera un escudo. Intentando taparme lo más rápido que pude.
—Buenos días, dama Nefely —habló una de ellas—. Le hemos traído su ropa. ¿Qué desea ponerse hoy? ¿Un vestido, quizás? ¿O prefiere los pantalones para mayor comodidad?
Como si fuera una señal, las otras cuatro doncellas desplegaron un abanico de prendas ante mí. Vestidos, pantalones de cuero suave, blusas de lino fino... Aquello parecía preparado para una princesa. O para una reina.
Negué con la cabeza, sintiendo cómo la confusión se apoderaba de mí. ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso seguía dormida? Me pellizqué el brazo con fuerza, el dolor agudo fue real y persistente. No, definitivamente no estaba soñando.
—¿Dónde está Ae... el rey? —pregunté, mordiéndome la lengua antes de cometer el error de llamarlo por su nombre delante de las doncellas.
La misma doncella que había hablado antes respondió con prontitud:
—Su Majestad se encuentra en su despacho. Ha ordenado que le subamos el desayuno y la atendamos en todo lo que pueda necesitar.
«Todo lo que pueda necesitar». Las palabras resonaron en mi mente. Lo único que necesitaba en ese momento era un poco de intimidad. ¿Acaso no se daban cuenta de que estaba completamente desnuda bajo las sábanas? Era demasiado incómodo.
—No necesito nada —dije, tratando de mantener la calma—. Puedo arreglármelas sola.
—¿Está segura, dama? —insistió la doncella con preocupación, como si al no complacerme fuera a recibir un castigo—. Estaremos encantadas de ayudarla con su aseo matutino, peinarla, vestirla... En lo que desee y...
—Sí, completamente segura —corté, quizás con más brusquedad de la necesaria.
Las doncellas intercambiaron miradas, se comunicaron de manera silenciosa. Finalmente, asintieron al unísono. Con movimientos fluidos y practicados, dejaron las prendas cuidadosamente dobladas sobre la cama y se retiraron sin decir una palabra más.
Cuando la puerta se cerró tras ellas, dejé escapar un suspiro de alivio. El silencio repentino de la habitación era ensordecedor. Me quedé allí sentada por un momento, tratando de procesar todo lo que estaba sucediendo.
ESTÁS LEYENDO
El Canto de la Alisma
FantasyAeran, rey de Dragio, ha pasado su vida negando la leyenda de la Alisma: una unión mística que promete el poder absoluto a quien encuentre a su otra mitad. En su reino, la guerra se cierne como una sombra, y mientras sus enemigos se fortalecen, él s...