Recuerdos y presagios

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Habían transcurrido días, largos y llenos de emociones encontradas, pero finalmente, mis padres descansaban en un lugar digno

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Habían transcurrido días, largos y llenos de emociones encontradas, pero finalmente, mis padres descansaban en un lugar digno. Un mausoleo de mármol blanco se alzaba ahora en el panteón real, sus nombres grabados en letras doradas brillaban bajo la luz del sol. Ya no estarían solos por el resto de la eternidad, ahora estarían rodeados por la historia y la grandeza de generaciones pasadas.

Mientras contemplaba las lápidas, sentí gratitud y culpa. Quizás había sido un poco egoísta al traerlos aquí, tan lejos del bosque que tanto amaron. Pero, en el fondo de mi corazón, sabía que esto era lo que siempre habían anhelado: un lugar de reposo donde no serían olvidados, donde su memoria perduraría más allá de mi propia existencia.

Porque la cruel realidad era que un día, yo ya no estaría aquí para llevarles flores, para susurrar sus nombres al viento, para mantener vivo el recuerdo de sus sonrisas y sus abrazos. La visión que me había atormentado desde niña seguía tan vívida como siempre, una sentencia inevitable grabada en el libro del destino.

Me veía sumergida en aguas oscuras y turbulentas, luchando desesperadamente por alcanzar la superficie. El pánico me invadía mientras sentía cómo el aire abandonaba mis pulmones, reemplazado por el agua fría y despiadada. Mis movimientos se volvían cada vez más lentos, mi visión se nublaba, y la oscuridad me envolvía en su abrazo final. Ni siquiera el amor de Aeran, tan poderoso y transformador, podía alterar este futuro inevitable.

El roce de una manita pequeña contra mi pierna me sacó de mis pensamientos sombríos. Bajé la mirada para encontrarme con los ojos curiosos y brillantes de Kieran.

—¿Ahí están tus papás?

Asentí, sintiendo cómo un nudo se formaba en mi garganta. Me agaché y lo tomé en brazos, acercándolo a las lápidas para que pudiera verlas mejor. Sus ojos recorrieron las letras doradas arrugando su pequeño ceño.

Con solemnidad, Kieran se llevó los dedos a los labios, depositando un beso suave en ellos. Luego, con ternura, apoyó su manita en la lápida de mi madre.

—Descansar, papis de Nefely.

Una sonrisa en mis labios, conmovida por el gesto inocente, pero profundamente significativo del pequeño príncipe. Lo dejé en el suelo con cuidado, mi mano descansó sobre su cabecita en un gesto de agradecimiento silencioso.

Kieran, como si pudiera sentir el peso de mi tristeza, se abrazó a mi cadera en un intento de consolarme. El gesto, tan puro y desinteresado, hizo que las lágrimas que había estado conteniendo finalmente se derramaran.

En ese momento, como si el destino hubiera orquestado perfectamente la escena, Aeran apareció en el umbral del panteón. Su figura, imponente y familiar, se recortaba contra la luz del exterior. Venía a buscar a Kieran para su clase de montura, una rutina que se había convertido en un vínculo especial entre ellos, fortaleciendo su relación de una manera que me llenaba de una alegría agridulce.

El Canto de la AlismaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora