Me desperté con el rostro pegado a la hoja que había comenzado a escribir, ni siquiera sabía por qué o qué estaba haciendo. El sabor amargo de la tinta se mezclaba en mi boca con la sequedad del sueño interrumpido. Froté mi mano contra la mejilla dolorida, sintiendo las marcas que el papel había dejado en mi piel. Apreté los ojos lentamente, intentando ajustarme a la tenue luz del amanecer que se filtraba por la ventana. Al mover mi cuello dolorido, un crujido me recordó que dormir sobre un escritorio no era la mejor idea, ni siquiera para un rey.
Inmediatamente, la puerta del despacho se abrió con un chirrido que resonó en mi cabeza como un tambor.
—Majestad, disculpe las molestias —dijo un guardia, tenso y con voz urgente—. Se trata de la bruja. Está exigiendo verle.
Le miré desconcertado, mi mente todavía luchaba por sacudirse los últimos vestigios del sueño. La bruja. ¿Qué podría ser tan urgente como para interrumpir la paz de la mañana? Una chispa de esperanza, mezclada con recelo, se encendió en mi pecho. ¿Acaso estaba lista para confesar? Si era así, era todo un alivio.
—¿Ha dicho algo más?
El guardia negó con la cabeza.
—No, mi señor. Solo insiste en que es urgente hablar con usted.
Me levanté, sintiendo cómo cada músculo de mi cuerpo protestaba por la noche incómoda. Estiré mi espalda, escuchando otro crujido que me hizo pensar que quizás era demasiado joven para sentirme tan viejo. Si mi madre me escuchase, ya me hubiera regañado por decir semejantes tonterías.
—Muy bien —dije, intentando que mi voz sonara firme y decidida—. Vamos a ver qué tiene que decir nuestra... prisionera.
Caminé a pasos que intentaban ser decididos hacia el patio. Cinco guardias me rodearon, sus armaduras tintineaban suavemente, recordándome que incluso en la aparente seguridad de mi hogar, el peligro siempre acechaba.
La torre se alzaba ante nosotros, imponente y sombría. No había echado de menos subir, para qué mentir, por mí se hubiera quedado pudriéndose.
Comencé a subir la escalera de caracol, cada paso haciendo eco en el estrecho pasaje. El aire se volvía más frío y húmedo a medida que ascendíamos, como si la misma torre quisiera recordarnos la naturaleza de su prisionera.
Finalmente, llegamos a la puerta de la celda. Uno de los guardias anunció con voz solemne:
—Su Majestad está presente.
La vi entonces, tras la puerta de barrotes. Su aspecto era aún peor que la última vez; si eso era posible. Su cabello, una vez brillante y oscuro, ahora era una maraña sucia que enmarcaba un rostro pálido y demacrado. Pero sus ojos... sus ojos brillaban con una intensidad que me desconcertaba. Era como si toda la vida que faltaba en su cuerpo se hubiera concentrado en esa mirada.
—¿Dónde está? —preguntó ella. La desesperación en su tono me tomó por sorpresa.
La miré confundido, sintiendo cómo mi irritación inicial se mezclaba con una creciente inquietud. ¿Acaso había perdido la cordura en su confinamiento?
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El Canto de la Alisma
FantasyAeran, rey de Dragio, ha pasado su vida negando la leyenda de la Alisma: una unión mística que promete el poder absoluto a quien encuentre a su otra mitad. En su reino, la guerra se cierne como una sombra, y mientras sus enemigos se fortalecen, él s...