El amanecer aún no había despuntado cuando comencé a impartir las últimas órdenes. Cada instrucción era precisa, cada orden estaba claramente establecida. No podía permitirme dejar nada al azar durante mi ausencia.
—Thorak —llamé a mi capitán de la guardia—, quedas a cargo de la seguridad del castillo y de mis hermanos. Mantén una vigilancia constante sobre los huevos de dragón restantes. No quiero más sorpresas.
Asintió mientras su mano descansaba sobre la empuñadura de su espada. Confiaba en él más que en nadie para mantener el orden en mi ausencia.
Me dirigí luego a mis hermanos, reunidos en la sala del trono. Iba a ser la primera vez que los dejaría a solos.
—Cleon —dije, mirando a mi hermano mayor—, presidirás el consejo en mi lugar. Escucha a los consejeros, pero recuerda que la decisión final es tuya. Confío en tu juicio.
Vi cómo se erguía. Estaba orgulloso de él, de cómo había madurado en los últimos meses.
—Avery —continué, volviéndome hacia mi hermana—, necesito que supervises a los dragones recién nacidos. Confío en que podrás mantenerlos calmados y seguros.
Ella asintió con una pequeña sonrisa curvando sus labios. Sabía cuánto significaba para ella esta tarea.
Finalmente, me dirigí a los más pequeños.
—Kieran, Venya, Torin —dije, agachándome para estar a su nivel—, quiero que seáis buenos y obedezcáis a vuestros hermanos mayores y a Thorak. ¿Podéis prometerme eso?
Los tres asintieron solemnemente. No pude evitar sonreír, recordando cuánto habían crecido en tan poco tiempo.
Con las últimas instrucciones dadas y las despedidas hechas, me dirigí hacia los establos. Nefely ya me esperaba allí, envuelta en una capa de viaje. Incluso en la penumbra del amanecer, pude ver que sus ojos seguían húmedos.
El carruaje real nos esperaba, los caballos pateaban impacientes. Ayudé a Nefely a subir, notando cómo temblaba ligeramente. Una vez dentro, di la orden de partir.
El traqueteo de las ruedas sobre el camino de piedra llenó el silencio entre nosotros. Observé a Nefely de reojo, preocupado por su estado. Verla así, tan vulnerable y frágil, me partía el alma. Una parte de mí anhelaba a la Nefely desafiante, aquella que me enfrentaba sin miedo, que me desafiaba a cada paso. Pero comprendía que esta faceta también era parte importante de quien era ella, y me encontré amándola aún más por ello. Quería protegerla, envolverla en mis brazos y mantener alejado todo lo que pudiera lastimarla.
El paisaje fuera de la ventanilla del carruaje comenzó a cambiar, de los imponentes muros del castillo dando paso a los campos y bosques del reino. El silencio entre nosotros se prolongaba, pesado y cargado de emociones no expresadas.
Pese a que sabía que debíamos hablar, que había tantas cosas por decir y explicar, decidí guardar silencio en aquel momento. Nefely ya parecía sumergida en un mar de pensamientos y emociones; no quería añadir más peso a la carga que ya llevaba sobre sus hombros. En lugar de palabras, opté por un gesto simple, pero significativo: tomé su mano entre las mías. Quería que supiera, incluso mientras se perdía en los laberintos de su mente, que no estaba sola. Que yo estaba allí, a su lado, listo para anclarla a la realidad si lo necesitaba.
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El Canto de la Alisma
FantasyAeran, rey de Dragio, ha pasado su vida negando la leyenda de la Alisma: una unión mística que promete el poder absoluto a quien encuentre a su otra mitad. En su reino, la guerra se cierne como una sombra, y mientras sus enemigos se fortalecen, él s...