Lazos que perduran

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Torin corría tras los dragones, su rostro estaba iluminado por una sonrisa que parecía alumbrar todo el prado

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Torin corría tras los dragones, su rostro estaba iluminado por una sonrisa que parecía alumbrar todo el prado. Sus carcajadas resonaban en el aire, mezclándose con los chillidos agudos de las crías de dragón. El joven príncipe saltaba y giraba con sus brazos extendidos como si intentara abarcar toda la magia que lo rodeaba.

—¡Nefely, mírame! ¡Voy a atrapar uno! —gritó Torin.

Avery, por su parte, mantenía una distancia prudente. Su postura era rígida, estaba con los brazos cruzados sobre el pecho, como si intentara protegerse de la emoción que emanaba de la escena frente a ella. Sus ojos, sin embargo, seguían cada movimiento de las criaturas con una curiosidad que no lograba ocultar completamente. De vez en cuando, una pequeña sonrisa se asomaba en sus labios, como si no pudiera evitar contagiarse de la alegría de su hermano.

Fue entonces cuando sucedió. Un dragón de un rosa intenso, con escamas que brillaban como pétalos de cerezo bajo el sol, se separó del grupo. Con movimientos sutiles, se acercó a Avery. Ella se tensó visiblemente. El dragón se detuvo frente a ella, inclinando su cabeza como si la estuviera estudiando.

Por un momento, el tiempo pareció detenerse. Avery y el dragón se miraron fijamente, como si estuvieran teniendo una conversación silenciosa que solo ellos podían entender. Lentamente, Avery extendió una mano temblorosa. El dragón rosa emitió un suave ronroneo y presionó su hocico contra la palma de la princesa.

Vi cómo su expresión cambiaba, el recelo inicial dio paso a una fascinación que iluminó su rostro. Sus hombros se relajaron, y una sonrisa, una que rara vez mostraba, curvó sus labios. Con movimientos aún cautelosos, pero cada vez más seguros, comenzó a acariciar las escamas del dragón, maravillándose ante su textura suave y cálida.

Mientras observaba la escena, no pude evitar sentir una punzada de envidia. La conexión que Avery estaba formando con su dragón parecía tan natural, tan correcta. En cambio, yo aún me sentía como una intrusa en este mundo. Como si yo jamás pudiera pertenecer a allí, y, en cierto modo, así era.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por un movimiento. Giré la cabeza y mis ojos se posaron en Estros. A diferencia de la alegría que emanaba de las crías y sus nuevos compañeros humanos, Estros parecía... triste. Era difícil describir la emoción en el rostro de una criatura así, pero había algo en la forma en que sus alas colgaban, en cómo sus ojos miraban al vacío, que hablaba de una profunda melancolía.

Con los pequeños entretenidos y Avery absorta en su nuevo compañero, decidí acercarme a él. Mi corazón latía con fuerza y tenía miedo. Pero algo más fuerte me empujaba hacia adelante.

Cuando Estros notó mi aproximación, se irguió en toda su altura. Por un momento, su figura colosal bloqueó el sol, sumiendo el área a mi alrededor en una sombra fría. Me detuve en seco, con el aire abandonando mis pulmones. Mi instinto me gritaba que corriera, que me alejara de esta bestia que podría acabar conmigo con un simple movimiento.

El Canto de la AlismaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora