Veneno en los labios, fuego en el corazón

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Había prometido a Cleon enseñarle algunas tácticas defensivas con el escudo, mas, todo se había tenido que cancelar por un invitado no deseado en el castillo

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Había prometido a Cleon enseñarle algunas tácticas defensivas con el escudo, mas, todo se había tenido que cancelar por un invitado no deseado en el castillo. Uno de los consejeros de guerra del rey Thorian.

La noticia de su llegada me había pillado desprevenido, arrancándome de mis planes y sumiendo el castillo en un estado de alerta silenciosa. Por lo visto, solo quería hablar, llegar a una tregua, mediar entre mi reino y el suyo. Pero aparecer en mi reino al atardecer, supuestamente para negociar, no me parecía nada bueno. La diplomacia rara vez llegaba envuelta en las sombras del crepúsculo.

Notaba la ira creciendo en cada parte de mi cuerpo, una furia contenida que amenazaba con desbordar en cualquier momento. Sabía que la conversación no iba a ser agradable, no cuando me pillaba de tan mal humor. La cancelación de mi entrenamiento con Cleon era solo el comienzo de todo; la verdadera frustración nacía de la audacia de Thorian al enviar a su consejero de esta manera, como si fuera un movimiento inocente en un juego de ajedrez.

Mientras caminaba por el pasillo, mis pensamientos eran un torbellino de estrategias y posibles escenarios. ¿Qué buscaba realmente Thorian con esta visita? ¿Era una distracción, un intento de bajar nuestras defensas, o había algo más siniestro en juego?

De repente, unos pasos familiares hicieron que me detuviera. Como si me golpeasen, el olor de ella se introdujo por mis fosas nasales, una mezcla de hierbas silvestres y algo inconfundible... Nefely. Su presencia me relajó y me tensó a partes iguales.

—¿Vamos? —dijo como si nada.

Negué con la cabeza, intentando ignorar cómo su mera presencia parecía calmar la tormenta en mi interior.

—No, Nefy, esto es peligroso. Vuelve a tu habitación, o con mis hermanos.

Mis ojos la recorrieron involuntariamente, notando que ya llevaba la ropa nueva que había mandado hacer para ella. Los pantalones, con sus intricados diseños de escamas, se ajustaban perfectamente a sus curvas. La blusa suelta creaba un escote sutil, pero cautivador, y mis ojos traicioneros no pudieron evitar detenerse allí por un momento.

—No —declaró con firmeza—. Voy a ir contigo, digas lo que digas.

No quería que nadie la viera, no quería que nadie más pusiera sus ojos encima de ella. La idea de que otros la miraran como yo lo hacía en ese momento me revolvía el estómago. No quería que nadie la tocase, que tuviera pensamientos morbosos, que se atreviera siquiera a recorrer su cuerpo con la mirada. Eso me hervía la sangre, despertando un instinto posesivo que me asustaba por su intensidad. No quería compartirla con nadie.

Antes de que pudiera expresar mis preocupaciones, o más bien, antes de que pudiera encontrar las palabras, Nefely comenzó a caminar hacia el salón, bajando los escalones con una gracia que me dejaba sin aliento.

Los guardias, apostados a lo largo del pasillo, se tensaron visiblemente ante su paso. Sus ojos, normalmente impasibles, la seguían con curiosidad y respeto. Era evidente que la presencia de Nefely no dejaba a nadie indiferente.

El Canto de la AlismaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora