Los días pasaban con una rapidez sorprendente en el castillo. Cada mañana, al abrir los ojos, me preguntaba si todo esto era real o si despertaría de nuevo en mi pequeña cabaña en el bosque. Pero no, aquí estaba, rodeada de lujos que nunca había imaginado y, lo más sorprendente de todo, de personas que parecían apreciarme de verdad.
Los hermanos de Aeran se habían convertido en una constante en mi vida, cada uno a su manera única. Kieran, con su energía inagotable y su curiosidad insaciable, siempre estaba pidiendo nuevas historias o preguntándome sobre las propiedades curativas de las plantas. Venya, tímida al principio, ahora buscaba mi compañía para aprender sobre hierbas y flores, sus ojos brillaban con interés mientras le enseñaba a distinguir entre las hojas de menta y melisa.
Torin, el aventurero del grupo, me bombardeaba con preguntas sobre el bosque y las criaturas que lo habitaban. Su entusiasmo por la naturaleza me recordaba a mí misma a su edad, y no pude evitar sentir un cariño especial por él. Cleon, aunque más reservado, había comenzado a buscarme para discutir estrategias y tácticas, fascinado por cómo mis conocimientos del terreno y la naturaleza podían aplicarse a la defensa del reino.
Y luego estaba Avery. Su música se había convertido en el telón de fondo de nuestras tardes juntas. A veces tocaba mientras yo les contaba historias a los demás, otras veces simplemente nos sentábamos en silencio, disfrutando de la melodía y la compañía mutua. Había una comprensión silenciosa entre nosotras, un reconocimiento de almas afines que no necesitaba palabras.
Aquel día no fue diferente. O al menos, eso creí al principio.
Me encontraba en los jardines, rodeada por Kieran, Venya y Torin. Habíamos improvisado una pequeña clase de botánica, aprovechando la variedad de plantas que crecían allí. Los niños me escuchaban con atención, sus ojos brillantes de curiosidad mientras les explicaba las propiedades de cada hierba. Debían de aprender, y quién mejor que yo para ello.
—Y esta —dije, sosteniendo una delicada flor azul—, es la centaura. Tiene propiedades antiinflamatorias y...
—¡Nefy! —La voz de Kieran me interrumpió—. ¡Prometiste que hoy nos enseñarías a hacer coronas de flores!
Sonreí, incapaz de resistirme a su entusiasmo. El apodo que Aeran me había dado se había extendido entre sus hermanos, y ahora todos lo usaban con una familiaridad que aún me desconcertaba.
—Tienes razón, pequeño dragón —concedí, revolviéndole el pelo—. Una promesa es una promesa.
Pronto, los cuatro estábamos sentados en el césped, nuestros dedos entrelazando tallos y pétalos. La risa de los niños llenaba el aire, mezclándose con el aroma dulce de las flores. Por un momento, me permití olvidar dónde estaba, quién era. Por un momento, fui simplemente Nefy, la amiga que enseñaba a hacer coronas de flores.
Fue entonces cuando noté a Thorak, de pie cerca de nosotros. Su postura era relajada, algo inusual en él, y una sonrisa suave curvaba sus labios mientras observaba nuestro pequeño grupo. La alegría que emanaba de los niños parecía haberlo contagiado, suavizando sus facciones normalmente serias. Nuestros ojos se encontraron por un instante, y vi en ellos un brillo de aprobación que me llenó de una calidez inesperada.
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El Canto de la Alisma
FantasyAeran, rey de Dragio, ha pasado su vida negando la leyenda de la Alisma: una unión mística que promete el poder absoluto a quien encuentre a su otra mitad. En su reino, la guerra se cierne como una sombra, y mientras sus enemigos se fortalecen, él s...