Lo peor de un baile real no eran las despedidas protocolarias, ni siquiera la tarea ingrata de desalojar a los nobles que habían bebido más de la cuenta y yacían desparramados por los rincones del salón. No, lo verdaderamente desafiante era conseguir que mis hermanos se fueran a la cama, especialmente cuando el júbilo de la celebración parecía haber inyectado en sus venas una energía inagotable.
El gran salón, antes rebosante de música y risas, ahora se sumía en un silencio interrumpido solo por el tintineo de las copas que los sirvientes recogían y el murmullo de los últimos invitados que se despedían. El aroma a vino derramado y perfumes se mezclaba en el aire, creando una atmósfera densa que me recordaba lo efímero de estas celebraciones.
Kieran, había sucumbido al cansancio y dormía plácidamente en los brazos de Nefely. Verla sostenerlo con tanta ternura, con sus dedos trazando círculos suaves en su espalda para mantenerlo en calma, despertaba en mí emociones que no me atrevía a nombrar. La imagen de ellos dos juntos, tan natural y a la vez tan sorprendente, me recordaba lo mucho que había cambiado nuestra dinámica desde la llegada de Nefely al castillo.
El resto de mis hermanos, sin embargo, parecía haber encontrado más diversión en las últimas horas del baile. Sus risas y gritos resonaban por los pasillos, rebotando en las paredes y haciendo eco en las bóvedas del techo. Cleon, normalmente tan serio y compuesto, había cedido a la tentación del vino. Se tambaleaba de un lado a otro, con las mejillas sonrojadas y una sonrisa tonta en los labios. Por un lado, entendía su deseo de soltarse, de experimentar la libertad que yo mismo había anhelado a su edad. Por otro, no podía evitar sentir una punzada de preocupación y desaprobación. Como rey, como hermano mayor, sentía la responsabilidad. ¿No debería haber vigilado mejor su consumo de alcohol? ¿No era mi deber protegerlos, guiarlos?
Mis ojos, sin embargo, se volvían una y otra vez hacia Nefely. La forma en que sostenía a Kieran, con fuerza y delicadeza, me fascinaba. Sus manos, capaces de curar heridas y enfrentar peligros, ahora se dedicaban a consolar a un niño dormido que se aferraba a ella como si lo fuera todo. Como si ya no pudiera tener paz en los sueños sin sus caricias.
Con un suspiro de resignación, tomé la decisión de poner fin a la noche. Con un gesto firme pero amable, señalé las habitaciones de cada uno de mis hermanos. Para mi sorpresa y alivio, obedecieron sin protestar demasiado, quizás porque el cansancio empezaba a hacer mella en ellos. Las puertas se cerraron entre risitas ahogadas y murmullos de «buenas noches».
Avery no necesitó ninguna indicación. La vi desaparecer en su habitación con paso decidido, aunque pude notar en sus ojos un brillo de alegría que pocas veces le había visto. El baile parecía haberle sentado bien, y me prometí a mí mismo encontrar más momentos como este para ella, para todos ellos.
Venya, arrastraba los pies con pesadez. Sus párpados luchaban por mantenerse abiertos, y su cuerpo parecía a punto de ceder al sueño en cualquier momento. Sin pensarlo dos veces, la levanté en mis brazos. Su peso, ligero y cálido contra mi pecho, me recordó cuánto habían crecido todos, cuánto tiempo había pasado desde que podía cargarlos así sin esfuerzo.
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El Canto de la Alisma
FantasyAeran, rey de Dragio, ha pasado su vida negando la leyenda de la Alisma: una unión mística que promete el poder absoluto a quien encuentre a su otra mitad. En su reino, la guerra se cierne como una sombra, y mientras sus enemigos se fortalecen, él s...