El viento helado azotaba mi rostro con furia mientras Draluz hendía el aire con sus poderosas alas. El mundo bajo nosotros se había transformado en un vasto manto blanco, la nieve cubría cada centímetro de tierra visible. Los copos danzaban alrededor de nosotros, creando una cortina etérea que dificultaba la visión.
La armadura pesaba sobre mis hombros, el metal frío mordía mi piel incluso a través de las capas de ropa. Cada respiración se convertía en una nube de vapor, un recordatorio constante del invierno implacable que nos rodeaba.
Mis manos, entumecidas por el frío, se aferraban a las riendas de Draluz. El calor que emanaba de su cuerpo era lo único que impedía que mis dedos se congelaran por completo.
Sin embargo, la imagen de Nefely, de su rostro contorsionado por la rabia mientras los guardias la arrastraban de vuelta al castillo, se repetía en mi mente, tan fría y cortante como el viento que nos azotaba.
—Lo siento, Nefy —murmuré—. Espero que algún día puedas perdonarme.
Draluz gimió suavemente, su aliento cálido creó una nube de vapor. Incliné mi cuerpo hacia adelante, sintiendo el contraste entre el frío del aire y el calor de sus escamas.
A lo lejos, pude distinguir las primeras líneas de nuestro ejército avanzando penosamente por el camino nevado. Desde esta altura, parecían hormigas negras sobre un lienzo blanco, luchando contra la nieve que les llegaba hasta las rodillas.
Con un ligero tirón de las riendas, indiqué a Draluz que descendiera. Mientras nos acercábamos al suelo, la nieve se arremolinaba a nuestro alrededor, creando un torbellino blanco. Los rostros de mis soldados se alzaron, sus mejillas y narices estaban enrojecidas por el frío y sus ojos entrecerrados contra la ventisca.
Aterrizamos en un claro, la nieve crujió bajo las patas de Draluz. Desmonté y mis botas se hundieron en la nieve hasta los tobillos. Thorak, cubierto de nieve de pies a cabeza, se acercó.
—Majestad —saludó—. Las tropas están listas, pero el avance es lento debido a la nieve.
Asentí, consciente del desafío adicional que representaba el clima.
—Que los zapadores abran camino —ordené—. Y que se distribuyan mantas y bebidas calientes. No podemos permitir que el frío merme nuestras fuerzas antes de la batalla.
Thorak asintió, pero pude ver la preocupación en sus ojos.
—Algunos hombres han estado preguntando por la sanadora Nefely. —Su voz apenas era audible por el silbido del viento—. Esperaban que viniera con nosotros. Sus habilidades serían invaluables en estas condiciones.
Nefely no solo podría haber curado heridas, sino también ayudado contra el frío y las enfermedades que este traía consigo.
—Nefely permanece en el castillo por orden mía, lo sabes. Su seguridad es primordial.
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El Canto de la Alisma
FantasyAeran, rey de Dragio, ha pasado su vida negando la leyenda de la Alisma: una unión mística que promete el poder absoluto a quien encuentre a su otra mitad. En su reino, la guerra se cierne como una sombra, y mientras sus enemigos se fortalecen, él s...