Sueños de un rey encadenado

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La luz inundaba mi habitación, una claridad cegadora que emanaba de las propias paredes

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La luz inundaba mi habitación, una claridad cegadora que emanaba de las propias paredes. Parpadeé varias veces, intentando orientarme en este espacio que me resultaba a la vez familiar y extraño. El aire estaba cargado de un aroma dulce y embriagador, como flores silvestres después de la lluvia.

Fue entonces cuando la vi.

Sentada frente al tocador de madera oscura, una figura femenina se peinaba con movimientos lentos. Su cabello, largo y ondulado, caía como una cascada de noche sobre su espalda. El color oscuro, entre castaño profundo y negro azabache, contrastaba vívidamente con la luz que entraba por la ventana, creando reflejos que hipnotizaban mi mirada.

No podía ver su rostro, solo su silueta recortada contra la luz. Sin embargo, había algo en ella que me resultaba inquietantemente familiar. Un eco de un recuerdo que no lograba alcanzar.

—¿Quién eres? —pregunté, mi voz sonaba extraña en mis propios oídos, como si estuviera hablando bajo el agua.

Ella no respondió. Siguió peinando su cabello con una calma. Cada pasada del cepillo parecía un latido, marcando un ritmo que resonaba en mi interior.

Intenté moverme hacia ella, pero mis pies parecían anclados al suelo. La frustración creció en mi interior, mezclándose con una curiosidad que me quemaba por dentro.

—¿Qué haces aquí? —insistí.

La figura se detuvo por un momento. Vi cómo sus hombros se tensaban ligeramente, como si estuviera a punto de girarse. Mi corazón dio un vuelco, esperando el momento en que finalmente vería su rostro.

Pero entonces, con un movimiento fluido, volvió a su tarea, ignorando mi presencia por completo.

La impaciencia me invadió. Ahí estaba yo, en mi propia habitación, incapaz de moverme, incapaz de obtener respuestas. La situación me recordaba dolorosamente a mis fracasos como rey, a mi incapacidad para controlar las cosas incluso en mi propio dominio.

—¡Mírame! —grité. El eco de mis palabras rebotó en las paredes de la habitación, distorsionándose hasta convertirse en un sonido irreconocible.

Entonces la escuché reír, una risa musical y cristalina que me resultó dolorosamente familiar. Era como si cada nota de su risa despertara recuerdos enterrados en lo más profundo de mi ser, recuerdos que no sabía que poseía.

—Oh, cálmate, rey dragón —musitó ella, la bruja, con un tono cargado de diversión que se acercaba a la burla—. Solo es un sueño, aunque uno del que no podrás escapar tan fácilmente.

Era un sueño, me repetí a mí mismo. Tenía que serlo. Cerré los ojos con fuerza, esperando despertar en mi cama, rodeado de la reconfortante realidad de mi habitación. Pero aún con los párpados cerrados, podía sentir el brillo intenso filtrándose, como si la luz tuviera vida propia y se empeñara en alcanzarme.

El Canto de la AlismaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora