Entre sueños y pesadillas

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El frío de la celda se filtraba a través de mi piel, llegando hasta mis huesos

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El frío de la celda se filtraba a través de mi piel, llegando hasta mis huesos. Me acurruqué en la esquina más alejada de la puerta, intentando conservar el poco calor que mi cuerpo aún producía. El hambre rugía en mi estómago, como si me estuviera recordando los días que llevaba sin una comida decente. Mis labios, resecos y agrietados, anhelaban desesperadamente una gota de agua. Aunque fuera una mísera gota.

Cerré los ojos, permitiéndome un momento de debilidad. La confrontación con Aeran había drenado las pocas fuerzas que me quedaban. Su ira, su desprecio... Por un instante, me permití dudar. ¿Valía la pena todo esto? ¿No sería más fácil rendirme, confesar crímenes que no había cometido, solo para que todo terminara? Porque quizás esa muerte era mejor que la que me esperaba si no comía pronto.

Pero entonces, el recuerdo de Kieran, de su inocencia y su confianza en mí, atravesó la niebla de mi agotamiento. No, no podía rendirme. No cuando había tanto en juego.

Con un esfuerzo que pareció consumir lo poco que me quedaba de energía, me incorporé. El mundo giró por un momento, la falta de alimento y agua se notaba. Respiré hondo, intentando calmar el mareo.

«Concéntrate, Nefely», me dije a mí misma. «Una vez más. Solo una vez más, se rendirá, no es tan fuerte como aparenta».

Sabía que lo que estaba a punto de hacer agotaría mis últimas fuerzas. Entrar en los sueños de Aeran requería una concentración y un poder que apenas podía reunir en mi estado actual. Pero no tenía opción. Era eso, o resignarme a pudrirme en aquella celda para siempre. Si no lo conseguía, me rendiría.

Cerré los ojos, enfocándome en mi respiración. Inhalé profundamente, imaginando que cada bocanada de aire llenaba mi cuerpo de energía. Exhalé lentamente, visualizando cómo el cansancio y el dolor abandonaban mi ser.

Poco a poco, sentí cómo el frío familiar comenzaba a extenderse desde mi pecho, una diferencia aguda con el calor de la fiebre que me consumía en la realidad. Era una sensación extraña, como sumergirse en aguas heladas, mientras el cuerpo arde.

Con una última inhalación profunda, me sumergí en las profundidades de mi poder, lista para adentrarme una vez más en los sueños del rey dragón.

La transición fue brusca, como siempre. Un momento estaba en la oscuridad de mi mente, y al siguiente, me encontraba en sus aposentos. Todo era tan lujoso, tan diferente a lo que estaba acostumbrada. Los tapices de seda, los muebles de madera finamente tallada, incluso el aire parecía más limpio. Me senté de nuevo en el tocador y esperé, observando mi reflejo en el espejo. Aquí, en este mundo de sueños, mi rostro no mostraba signos de agotamiento o enfermedad. Era un recordatorio cruel de lo que la libertad y el cuidado podían hacer.

No tuve que esperar mucho. Lo traje conmigo hasta aquel espacio entre el sueño y la vigilia. Lo vi por el reflejo del espejo, estaba agotado y furioso. No disimuló en absoluto. Parecía harto, como si cada noche de este tormento lo desgastara un poco más, y eso que esta era solo la segunda. Por un momento, me pregunté si estaba llegando demasiado lejos. Pero luego recordé mi celda, el frío, el hambre, y mi duda se esfumó. Quizás si lo enfadaba lo suficiente, me mataría de una vez por todas. Sería un alivio en cierto modo.

El canto de la AlismaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora