Ascenso de tensiones

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No sabía qué odiaba más, si la torre o esta rutina tan

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No sabía qué odiaba más, si la torre o esta rutina tan... tan ostentosa y cercana a él. Durante estos días me levantaban con el sonido de unos nudillos en la puerta. Entraba la comida en una bandeja y el pequeño Kieran me saludaba desde la puerta muy alegre. Me vestía, Aeran pasaba a por mí e íbamos a su despacho. Ambos en completo silencio, llenando su copa una y otra vez hasta que se cansaba o se pasaba la mano por el cabello, frustrado. La comida y la cena eran en mi celda. Todo era lo mismo. Al menos ahora ya no me miraban tan mal los guardias, incluso creo que comenzaba a caerle bien a Thorak. Porque una tarde, mientras él entraba a mi habitación para dejar la cena, noté que su mirada se detuvo en mí por un momento más de lo habitual.

—Kieran preguntó por ti hoy —comentó casualmente mientras dejaba la bandeja.

Levanté la vista, sorprendida por la información.

—¿Ah, ¿sí?

Thorak asintió.

—Se le ve... diferente cuando habla de ti. Más animado.

—Es un buen chico.

—Lo es —concordó Thorak. Luego, como si se diera cuenta de que había bajado la guardia, añadió rápidamente—: Come antes de que se enfríe.

Mientras se giraba para salir, creí ver un atisbo de sonrisa en sus labios.

Sin embargo, aquella mañana algo era diferente. Los golpes en la puerta llegaron antes de lo habitual, sobresaltándome. Me incorporé en la cama, alerta y desconfiada. ¿Acaso había pasado algo?

—Adelante.

La puerta se abrió de golpe, revelando a Aeran. Su presencia llenó la habitación de inmediato, su mirada fría me recorrió de pies a cabeza. Aunque vi como trabajaba saliva al darse cuenta de que llevaba el camisón.

—Levántate —ordenó secamente—. Tenemos que irnos.

Fruncí el ceño, sin entender sus pocos modales.

—¿Irnos? ¿A dónde? —pregunté, sin moverme de la cama.

Aeran suspiró exasperado.

—No hagas preguntas. Vístete y come algo. Te espero fuera.

Sin más explicaciones, salió de la habitación, cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria. Me quedé mirando el espacio vacío donde había estado.

«Maldito rey arrogante», pensé mientras me levantaba a regañadientes. Me vestí rápidamente, con el vestido que me dejaban todas las noches, eran incómodos y picaban. Los odiaba, no eran para nada prácticos, quizás sí para quedarse quieta, pero no eran afines al movimiento.

Cogí queso y pan de la bandeja, abrí la puerta justo cuando le pillé que iba a llamar con los nudillos.

—Por fin —murmuró, enderezándose—. Vamos.

El Canto de la AlismaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora