Aquella mañana, la carga de mis responsabilidades reales parecía aplastarme con una intensidad sin precedentes.
Mi deber era comunicarme por carta con dos reinos vecinos, además de solicitar refuerzos a las casas nobles de mi propio reino. La tarea, aunque rutinaria, era de vital importancia. Sabía que, si las mismas cartas las escribía yo, el rey, se tomarían más en serio mi mensaje. La amenaza de guerra con Gélidia se cernía sobre nosotros como una nube oscura, y cada aliado potencial era crucial.
Me vestí con cuidado, eligiendo una túnica azul profundo bordada con hilos de plata; los colores de nuestra casa real. Mientras me ajustaba el cinto del que colgaba mi espada ceremonial, no pude evitar que mis pensamientos vagaran hacia la bruja, Nefely. Su presencia en el castillo, a solo dos habitaciones de la mía, era como una espina clavada en mi costado, una constante fuente de inquietud y... Nada. No debía ser nada más.
Salí de mis aposentos, decidido a dirigirme directamente a mi despacho para desayunar mientras trabajaba. Sin embargo, al pasar frente a su puerta, un sonido me hizo detenerme en seco. Parecían... ¿voces? Fruncí el ceño, acercándome más a la puerta. Sí, definitivamente había alguien hablando allí dentro.
Me giré hacia los guardias apostados a ambos lados de la puerta, los miré con reproche, esperando que no hubieran incumplido mis órdenes.
—¿Ha entrado alguien en esta habitación?
Los guardias intercambiaron una mirada de confusión antes de responder al unísono:
—No, Majestad. Nadie ha entrado ni salido desde que se le trajo el desayuno esta mañana.
Su respuesta solo aumentó mi intranquilidad. Si nadie había entrado, ¿con quién estaba hablando la bruja?
—Abrid la puerta —ordené, llevé mi mano instintivamente hacia la empuñadura de mi espada.
Los guardias se apresuraron a obedecer, girando la llave en la cerradura y abriendo la pesada puerta de roble. Lo que vi dentro me dejó momentáneamente sin palabras.
Allí, sentado en la cama como si fuera lo más natural del mundo, estaba Kieran. Mi hermano pequeño sonreía ampliamente, aparentemente ajeno a la gravedad de la situación. Nefely estaba a su lado, tensa, sus ojos se movieron rápidamente entre Kieran y yo.
Maldije internamente, la frustración y la preocupación luchaban por dominar mis emociones. ¿Cómo demonios había entrado Kieran? ¿Cómo era posible que nadie se hubiera dado cuenta?
—¿Qué hace aquí? —pregunté, señalando a Kieran con un gesto brusco.
Kieran, con la inocencia propia de sus seis años, saltó de la cama y se acercó a mí, sin mostrar ni un ápice de temor.
—He entrado yo, hermano —declaró con orgullo—. Me he colado con el carrito del desayuno. ¡Y estoy practicando los saltos de dragón!
Suspiré profundamente, negando con la cabeza. La audacia de Kieran era tanto admirable como exasperante. Ya no sabía cómo hacerle entender que sus acciones eran peligrosas, no solo para él sino para todo el reino. Para sus propios hermanos.
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El Canto de la Alisma
FantasyAeran, rey de Dragio, ha pasado su vida negando la leyenda de la Alisma: una unión mística que promete el poder absoluto a quien encuentre a su otra mitad. En su reino, la guerra se cierne como una sombra, y mientras sus enemigos se fortalecen, él s...