Era como si el tiempo, después de tocar sus labios, se arrastrase, negándose a avanzar por nada del mundo. Ni él vino a buscarme, ni mucho menos fui yo. Tampoco salí de lo que llamaban mis aposentos; en realidad, no quería ir a ningún lado porque seguía sin sentirme bienvenida. Podía ver cómo la gente que pasaba por mi puerta la miraba con miedo, con recelo, sus ojos cargados de una desconfianza que me atravesaba como dagas invisibles.
Por eso me mantenía sentada en la cama, mirando por ojos ajenos, conociendo el castillo a través de ellos, pero sin moverme. Era curioso la cantidad de secretos que encontraba. Cómo la gran mayoría eran mentirosos y traicioneros, sus pensamientos y acciones ocultas revelándose ante mí como un libro abierto.
Gélidia tampoco se había movido, ni planeado nada. No desde que Aeran reforzó la guardia, mandó arreglar los muros y ordenó no fiarse de nadie. La calma aparente era como la quietud antes de una tormenta, una paz frágil que amenazaba con romperse en cualquier momento.
Entonces, como si aquella paz fuera más que suficiente, el dolor apareció. El frío atravesó mis ojos como agujas de hielo, extendiéndose por toda mi cabeza para proyectarme aquella visión. Una visión de presente, estas tenían más color, eran más ruidosas, más vívidas. Y allí pude ver al pequeño Kieran, en el prado, cuidando de su dragón junto a quien pensaba que era su hermano mayor, Cleon. Me había metido en sus ojos más de una vez, era un buen niño, listo y un poco rebelde.
Cleon tenía el pelo castaño y los ojos verdes. Reían mientras sus maestres los miraban cuidar a sus dragones. A Fulgor, y otro dragón de color marrón con ojos azules. Este último era más grande, pero no lo suficiente. En aquel momento una ráfaga de viento lo movió todo, del cielo comenzaron a caer pájaros, algunos magullados, otros incompletos. Cuando un dragón de dimensiones terroríficas bajaba con una velocidad asombrosa, directo a por ellos.
Intenté quitarme la visión, caí de la cama forzando mi cuerpo a salir, a ir allí, a sacarlos. El dragón aterrizaba y comenzaba a quemar todo a su alrededor, Cleon intentó defenderse, pero el dragón con una de sus garras delanteras lo golpea haciendo que se desangrase. Y luego iba a por Kieran.
El frío comenzó a desaparecer, entonces yo me levanté como pude, con todo mi cuerpo pesado y dolorido. No podía dejar que aquello pasase.
Sin pensar en las consecuencias, me lancé hacia la puerta. La abrí de golpe, sobresaltando a los guardias apostados fuera.
—¡Apartaos! —grité—. ¡Los príncipes están en peligro!
Los guardias, sorprendidos por mi repentina salida y la urgencia en mi voz, dudaron por un momento. Aproveché esa vacilación para escabullirme entre ellos, corriendo por el pasillo a toda velocidad.
Conocía el camino al prado de entrenamiento gracias a mis visiones anteriores. Cada giro, cada escalera, cada puerta estaba grabada en mi mente como si hubiera recorrido ese camino mil veces. Mis pies descalzos golpeaban contra la piedra fría del suelo, pero apenas sentía el dolor. La adrenalina corría por mis venas, impulsándome hacia adelante.
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El Canto de la Alisma
FantasyAeran, rey de Dragio, ha pasado su vida negando la leyenda de la Alisma: una unión mística que promete el poder absoluto a quien encuentre a su otra mitad. En su reino, la guerra se cierne como una sombra, y mientras sus enemigos se fortalecen, él s...