El sol apenas comenzaba a ocultarse cuando Iguro Obanai decidió que el entrenamiento para los hermanos Kamado había terminado por ese día. Tanjiro y T/N Kamado estaban exhaustos, sus cuerpos empapados de sudor, pero no se quejaban. A pesar de la dureza del entrenamiento que Iguro les imponía, ambos sabían que la única forma de volverse más fuertes era a través de la disciplina implacable y el esfuerzo constante.
Iguro mantenía siempre una expresión seria, distante. Aunque Tanjiro mostraba un respeto inquebrantable, parecía que Iguro nunca lo veía con buenos ojos, quizás por su amabilidad o su tendencia a ser demasiado optimista. Aun así, ambos hermanos persistían, conscientes de que Iguro era un maestro exigente pero eficaz. T/N, a pesar del rostro siempre frío de Obanai, notaba una cierta curiosidad en su mirada cuando la veía entrenar. Sentía que había algo más bajo esa fachada rígida.
"Vamos, Tanjiro. Será mejor que descansemos", dijo T/N mientras ambos hermanos se levantaban, aun jadeando por el esfuerzo.
"Ve tú, T/N. Creo que olvidé algo dentro de la finca", comentó Tanjiro, pero fue T/N quien se ofreció a buscar lo que faltaba. "No te preocupes. Ve tú adelante, hermano. Yo me encargaré."
Tanjiro asintió, agradecido, y comenzó a caminar de vuelta hacia la casa donde descansaban los aprendices. T/N, por su parte, se dirigió de nuevo hacia la finca de Iguro, pidiendo permiso antes de entrar. Caminó con calma por los pasillos oscuros, en busca de lo que había olvidado: su espada, que seguramente había dejado en algún rincón después del entrenamiento.
Finalmente, la encontró en el suelo, en un rincón cerca de la sala de práctica. Justo cuando se agachó para recogerla, sintió una presencia cerca de ella. Al alzar la vista, se encontró con Iguro Obanai sin las vendas que usualmente cubrían la parte inferior de su rostro.
Por un momento, ambos se quedaron inmóviles. Los ojos de Iguro se abrieron de par en par al darse cuenta de que T/N lo había visto sin su vendaje. En un acto reflejo, cubrió rápidamente su rostro con las manos, claramente avergonzado.
"Perdón... No deberías haber visto esto. No deberías ver algo tan horrible", murmuró Iguro, con una voz quebrada por la inseguridad. Sentía el peso de sus cicatrices, esas marcas que lo habían atormentado toda su vida.
Pero T/N no apartó la mirada. En lugar de horror o rechazo, lo que Iguro vio en sus ojos fue algo completamente diferente: una admiración sincera. T/N, con una serenidad que desarmaba al pilar, se incorporó lentamente, quedando frente a él. La diferencia de altura era evidente; T/N era ligeramente más alta que Iguro, algo que parecía desorientar aún más al Pilar de la Serpiente.
Sin decir una palabra, T/N tomó suavemente el brazo de Iguro, obligándolo a bajar sus manos de su rostro. Obanai trató de resistirse, incómodo con la situación, pero el contacto de T/N era tan gentil que no pudo detenerla. La confusión y el nerviosismo eran evidentes en su mirada.
"¿Por qué...?", comenzó a decir, pero las palabras se le quedaron atrapadas en la garganta cuando sintió cómo las manos de T/N acariciaban las cicatrices de su rostro con una delicadeza que jamás había experimentado.
"No lo entiendo", continuó Iguro, su voz temblorosa. "Estas cicatrices... son horribles. ¿Por qué haces esto?"
T/N sonrió, una sonrisa que no era de lástima, sino de genuina ternura. "Obanai," dijo suavemente, sin apartar los ojos de los suyos, "no tienes nada de que avergonzarte. Estas cicatrices, tus ojos, tu cabello... todo de ti es hermoso. No te escondas más. Para mí, eres como una mariposa. Todos pueden ver tu belleza, pero tú no la ves."
Iguro quedó completamente desarmado por esas palabras. Nadie le había dicho algo tan profundamente sincero en su vida. Estaba acostumbrado a la soledad, al rechazo, y a esconderse tras sus vendas. Pero T/N no parecía ver las mismas imperfecciones que él veía en el espejo. En su lugar, veía a alguien digno de admiración.
El silencio que siguió fue intenso. Iguro y T/N se miraban, sus rostros apenas separados por unos centímetros, y por un instante, el Pilar de la Serpiente dejó caer todas sus barreras. El aire a su alrededor pareció congelarse mientras él, con nerviosismo y un rubor que no podía disimular, comenzaba a inclinarse hacia ella, reduciendo aún más la distancia entre ambos.
Pero justo cuando estaban a punto de cruzar ese umbral invisible, la puerta se abrió de golpe.
"¡T/N, he olvidado...!" La voz de Tanjiro resonó por la sala mientras irrumpía sin darse cuenta de la escena que había interrumpido.
En un acto reflejo, Iguro lanzó la espada de T/N en dirección a la puerta, golpeando a Tanjiro en la cabeza con tal fuerza que el joven cazador cayó inconsciente al suelo.
T/N, entre sorprendida y divertida, soltó una risa mientras miraba a su hermano, que yacía desmayado en el suelo. "Lo siento, Tanjiro", dijo con una risa contenida. Luego, volviendo su atención a Iguro, agregó en voz baja: "De verdad, espero verte más seguido sin esas vendas. No tienes nada que esconder."
Antes de que Obanai pudiera responder, T/N se inclinó para cargar a Tanjiro sobre su espalda, dejando la habitación con una sonrisa cómplice. "Hasta pronto, Iguro", le dijo, antes de desaparecer por la puerta.
Iguro se quedó en silencio, inmóvil en medio de la sala. Su rostro aún estaba cálido, el rubor no había desaparecido, y su mente giraba en torno a lo que acababa de suceder. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió una pequeña sonrisa, pero apenas duró un segundo. T/N había hecho algo que nadie antes había logrado: lo había visto, verdaderamente visto, y lo había aceptado sin juicio.
Esa noche, Iguro se retiró a su cuarto. Frente al espejo, miró su propio rostro, tocando con delicadeza las cicatrices donde T/N había posado sus manos. El recuerdo de su contacto, de su risa, y de las palabras que ella le había dicho, seguían resonando en su mente.
"Una mariposa...". Murmuró para sí mismo, sin poder evitar que el rubor volviera a cubrir sus mejillas mientras se perdía en esos pensamientos.
Se había quedado tan cerca de besarla... Y ahora, ese momento se repetía una y otra vez en su mente, haciéndolo sonrojar aún más fuerte. T/N había visto lo que nadie más había podido ver en él.
Y por primera vez en mucho tiempo, Obanai se permitió creer que tal vez, solo tal vez, ella tenía razón.
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