La noche era oscura y silenciosa, apenas iluminada por la pálida luz de la luna. Los árboles se mecían suavemente con el viento, sus sombras alargadas y retorcidas proyectándose sobre el suelo. Estaba en una misión para cazar un demonio que había estado aterrorizando a una aldea cercana, y la tensión en el aire era palpable. Cada crujido, cada susurro del viento, hacía que mi corazón latiera más rápido.
Caminaba lentamente por el bosque, manteniendo mis sentidos alerta. Sentía una extraña sensación, como si alguien me estuviera observando. Me detuve, girando la cabeza rápidamente para mirar a mi alrededor, pero no vi nada. El miedo comenzaba a apoderarse de mí. ¿Podría ser el demonio jugando con mi mente, acechándome desde las sombras?
—Tranquila, respira —me dije a mí misma, tratando de calmar mis nervios.
Pero la sensación de ser vigilada no desaparecía. Continué avanzando, cada vez más intranquila. Mi respiración se volvía irregular, y el sudor frío recorría mi espalda. Sabía que debía mantener la calma, pero era difícil cuando cada fibra de mi ser estaba en alerta máxima.
De repente, escuché un ruido detrás de mí. Me giré rápidamente, con mi espada lista, pero no había nada. El silencio era ensordecedor. Sentía que mi corazón iba a salirse de mi pecho. Decidí que ya había tenido suficiente. Me agaché y me hice la dormida, esperando atraer a lo que fuera que me seguía. Pasaron unos minutos interminables, mi respiración era lenta y controlada, aunque mi mente estaba llena de pensamientos de horror.
De repente, escuché unos pasos suaves acercándose. Mantuve mis ojos cerrados, esperando el momento adecuado. Los pasos se detuvieron justo a mi lado. De un salto, me levanté y giré mi espada hacia la dirección de los pasos, lista para atacar.
—¡Te atrapé! —grité, esperando ver al demonio.
Para mi sorpresa, no había un demonio ante mí, sino el Pilar del Fuego, Kyojuro Rengoku. Me miraba con una mezcla de sorpresa y preocupación.
—¡Rengoku! —exclamé, bajando mi espada, sintiendo una mezcla de alivio y confusión. —¿Qué estás haciendo aquí?
Rengoku se rascó la cabeza, visiblemente incómodo. Su usual sonrisa confiada estaba teñida de nerviosismo.
—Ah, bueno, yo... —empezó, buscando las palabras adecuadas. —Estaba preocupado por ti.
—¿Preocupado? —pregunté, alzando una ceja. —¿Por qué estabas siguiéndome en secreto?
Rengoku rió nerviosamente, rascándose la nuca.
—Porque... bueno, me gustas —admitió, sus mejillas enrojeciendo un poco. —Y quería asegurarme de que estuvieras bien durante tu misión.
Me quedé mirándolo, sin saber si reír o estar enfadada. La situación, que hace un momento parecía sacada de una pesadilla, ahora se volvía cómica. Rengoku, el poderoso y confiado Pilar del Fuego, me había estado siguiendo porque le gustaba.
—Podrías haberme dicho algo en lugar de asustarme —dije finalmente, sonriendo un poco. —Pensé que era el demonio acechándome.
Rengoku soltó una carcajada, su risa resonando en el bosque.
—Lo siento mucho, no era mi intención asustarte —dijo, su sonrisa radiante volviendo a aparecer. —Solo quería protegerte.
Suspiré, sintiéndome más aliviada ahora que conocía la verdad.
—Bueno, gracias por preocuparte por mí —dije, dándole un ligero empujón en el hombro. —Pero la próxima vez, por favor, háblame primero.
—Prometido —respondió, asintiendo con determinación.
Con Rengoku a mi lado, continuamos la misión juntos, la sensación de horror y desesperación reemplazada por una sensación de seguridad y calidez. Rengoku era una presencia reconfortante, y saber que alguien tan fuerte y valiente se preocupaba por mí me daba una nueva energía.
Finalmente, encontramos y derrotamos al demonio, trabajando en perfecta sincronía. Después de la batalla, nos sentamos juntos a descansar, disfrutando de la tranquilidad que seguía al caos.
—Sabes, no tienes que preocuparte tanto por mí —dije, mirándolo con una sonrisa.
—Lo sé, pero no puedo evitarlo —respondió, su expresión sincera y cariñosa. —Eres importante para mí.
Sentí un calor en mi pecho, y sonreí, agradecida por su preocupación y su compañía. A veces, las cosas no eran lo que parecían, y lo que empezaba como una noche de horror y desesperación podía terminar siendo una experiencia llena de amor y amistad.
Esa noche, bajo las estrellas, supe que siempre tendría a alguien a mi lado, cuidándome y preocupándose por mí. Y eso era más reconfortante que cualquier otra cosa en el mundo.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.