Capítulo 3

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Rose Rashfordson sintió la represión de la ansiedad durante días. Con el paso del tiempo, el temor, amargo y frío a la vez, se había hecho cargo de dirigir sus pensamientos y decisiones, llenando aquellos vulnerables rincones en donde antes se paseaban, esporádicamente, los recuerdos pacíficos de la infancia. De a poco, una persistente corriente de involuntad le llevaba a lugares extraños, a miles de kilómetros de ella misma, sin que fuese capaz de cambiar su rumbo.

La carne de codorniz al carbón, la especialidad de la abuela Margareth, había perdido el exquisito sabor de la tranquilidad. De hecho, todo lo había perdido y lo único que estimulaba el gusto de su lengua era el salado y metalizado sabor de la incertidumbre.



Para Rose fue casi imposible escapar del cuidado de sus abuelos después de haber dormido una noche fuera. A pesar de ello, ninguno declinó el festín secretamente planeado por la chica, aunque solo fuese una excusa para deshacerse del encierro.

Al llegar cerca de la orilla, la cual se había extendido más hacia el interior del lago gracias a la sequía y al sol intenso, Robert Reznordton tomó un par de piedras grandes mientras todos se adentraban algunos metros en el bosque con la comida; luego, improvisaron un brasero para cocinar papas y algo que Rose confundió con salchichas de pavo. Robert también cargaba con dificultad el extraño elíxir de zumo de limón que había traído consigo. Después de cenar, tomarían el camino más seguro, a través de la plaza central del pueblo, y regresarían a casa a las ocho.

Desobedecer una vez más, significaría un castigo de varios meses para la chica, así que había decidido, de antemano, evitar exceder el límite de la hora señalada. Sin embargo, mientras hallaba lugar para sentarse sobre una roca, una leve sensación de inseguridad le hizo creer que era imposible descartar algo como lo sucedido la noche del aniversario. Se deshizo rápidamente de ese pensamiento.

En un círculo despejado, Don Bradenfield prendió fuego, frotando algunas cerillas sobre un puñado de maleza y carbón; luego, colocó el pequeño brasero de alambres sobre el cual cocinarían la comida. Una hora más tarde, los cuatro devoraban las raciones de una cena deliciosa. Rose vio su apetito mermado en un principio, pero luego, el rugir de su estómago vacío y el ánimo de sus camaradas le impulsaron a participar de la barbacoa y del zumo de limón.

Casi acabando las resecas papas, y sin más provisión de limonada, Robert se atragantó hasta el punto de casi ahogarse. Rose rio mientras le miraba asfixiarse y con la mayor parte de su cara enrojecida.

–Es... toy... bien —dijo con lágrimas que le empezaban a salir. Esta vez, todos estallaron en carcajadas.

La noche parecía ser despejada y tranquila en su nacimiento. Poco a poco, las bromas se convirtieron en parte de una charla juvenil en donde los minutos transcurrieron tan velozmente como el vuelo de los últimos pájaros que apenas se divisaban entre los nidos más bajos.

Pasadas las 7:30, Rose se levantó.

Todos la miraron.

–¡Chicos! —dijo con una voz —, si no nos damos prisa, no podré regresar a tiempo y Margareth se molestará.

La diversión se esfumó de sus rostros inmediatamente. Al pensar en la plaza central como destino de paso, John Templeshire sintió escalofríos. El viento leve y el sonido de las hojas traían el rumor de la soledad del bosque.

–Está bien —dijo John, levantándose con una espléndida actitud de liderazgo—, es hora de irnos.

Antes de que el resto le siguiera, Rose Rashfordson escuchó una sección de arbustos agitarse con violencia detrás de ella. Seguido de eso, un gruñido surgió de entre las ramas.

Krenzville (La abadía del origen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora