Capítulo 7

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Alumbró con la luz de su linterna.

–¡Eso es —Ryan Frost exclamó con incredulidad—... es... Darren! ¡Darren Shepherds!

Los chicos se alejaron de inmediato, tomando al menos tres metros de distancia con un gesto que oscilaba, razonablemente, entre el horror y la repulsión.

El cadáver de Darren Shepherds yacía sobre la tierra negra junto a una lápida semidestruida. Tenía la piel excoriada y de un color muy cercano al gris, y su cuerpo se veía hinchado. Pero para Ryan era aún reconocible. Sus ojos parecían demasiado abiertos, como si su rostro hubiese grabado la última expresión de asombro al momento de su muerte.

John Templeshire apenas podía cubrirse la nariz con la mano.

«Con que era esto» —pensó el chico con desagrado. Había comenzado a percibir el hedor desde hacía unos momentos.

Probablemente, meses atrás, ese mismo grupo habría concebido aquellos misterios como aventuras de las que hablaban detalladamente las historias en los libros. Quizá habían sentido la emoción de estar envueltos en algo que sólo sucedía en aquel lugar. Sin embargo, todo cambió en tan solo un instante.

Su natural osadía juvenil no era insuficiente para soportar una realidad tan oscura y que se hallaba lejos de representar a la muerte como algo espiritual y simultáneo, descubriéndose como un proceso repugnante y doloroso, que incluía el horror de cuerpos descompuestos sobre el barro seco de un cementerio: Blacksmith.

La muerte dejó de ser un destino lejano. Esa revelación les crispó la piel.

Ryan Frost suspiró.

–Era mi amigo —dijo para sí. Luego les devolvió la mirada—. Nunca habían visto a una persona muerta, ¿o me equivoco?

Ellos sacudieron la cabeza para negarlo.

Los ligeros temblores en el cuerpo de Rose continuaban. John se percató de algunos gemidos que provenían de ella y supo que sus nervios estaban a punto de colapsar. Se acercó.

–Rose —susurró—, ¿estás bien?

Ella lo miró con los ojos desorbitados. No lo estaba. Algunas gotas de sudor resbalaban sobre sus pálidas mejillas a pesar de que el clima aún era helado.

–No lo creo —contestó.

En un impulso, tal vez de aquellos causados instintivamente cuando se quiere proteger a alguien, John la estrechó entre sus brazos. Lo primero que notó fue que su cabello era más suave y tenía un mejor aroma que el de la chica. Ella también se percató del hecho.

El gesto de Rose Rashfordson fue de sorpresa. No pudo evitar disfrutar la calidez de su pecho. Era la primera vez que él la abrazaba; también era la primera vez que se sentía protegida.

El resto miraba aún hacia el cuerpo cuando el lejano sonido de un disparo les despertó del asombro causado por el hallazgo. Vieron a, por lo menos, un centenar de pájaros salir de su escondite y escapar del lugar.

Todos intercambiaron miradas como lo habían hecho otras tantas veces esa misma noche; sin embargo, aquel sonido parecía tener poco que ver con ellos.

–Regresemos al cuerpo —dijo Don.

Volvieron la mirada nuevamente hacia el cadáver de Darren Shepherds.

–Es probable que él pueda ayudarnos —dijo el duque.

–¿Él? —cuestionó Don— ¡Pero si está muerto!

–Aun así —hizo una pausa mientras miraba el cuerpo—... es probable que haya dejado una señal de lo que descubrió muy cerca de aquí.

Krenzville (La abadía del origen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora