Capítulo 29

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–¡Bellamy, corre! ¡No vuelvas al castillo! —avisó el fugitivo cerca de Jerome. De inmediato, el otro corrió por donde había venido sin dudarlo.

–¡¿Qué sucedió, Benjamin?! ¡¿Por qué nos persiguen?!

–¡Te lo explicaré cuando escapemos completamente de ellos!

El sujeto que corría con el muchacho desenfundó un cuchillo, no más grande que su antebrazo. Lo lanzó con una gran habilidad hacia donde corrían sus víctimas. El primero se agachó, logrando esquivar el ataque; su compañero de adelante, expuesto, había devuelto la mirada hacia atrás. Se encontró de frente con el filo del arma sin poder evitarlo.

–¡Agg! —dio un aullido de dolor que casi le hace caer al suelo. A pesar del intenso ardor en el ojo izquierdo, y con medio rostro bañado en sangre, continuó corriendo con toda la velocidad que le permitían sus fuerzas. El cuchillo cayó por sí solo— ¡Me han dado! ¡Me han herido!

–¡Bellamy! ¡¿Te encuentras bien?! —inquirió al percatarse de los quejidos.

–¡Ahora no importa, no podemos detenernos!

Los otros dos ya habían logrado acortar más la distancia. De pronto, el niño tropezó. Cayó contra uno de los pinos. La superficie de su cabeza se estrelló aparatosamente con el tronco del árbol, despidiendo un gran ruido seco.

–¡Ah! —sólo un pequeño gemido salió de la boca del chico antes de quedar inconsciente y tirado sobre el barro.

El otro hombre paró en seco para asistirlo.

–¡Señor, ¿está bien?! ¡Responda, duque! —dijo, casi tomándolo en sus brazos y sin obtener respuesta alguna— «Maldición, tenemos que volver al castillo» —consideró la gravedad del golpe— ¡Benjamin!, ¡te encontraré después! ¡No podrás escapar por siempre!

Jerome Hart lo vio marcharse de vuelta al agujero con el niño cargado en sus brazos. Algo más había llamado su atención.

«¿Duque? ¿A qué demonios se refería?».

Decidió seguir detrás de los otros dos al notar que no se detenían. Creyó ver un par de cuerpos abandonados al costado del camino, pero lo ignoró rápidamente. La escena se prolongó por casi veinte minutos hasta que ambos suspendieron la marcha en un extremo más alejado del bosque. Él se detuvo junto a ellos. Aunque lucían muy cansados, Jerome apenas había sentido la carrera.

–Aquí... Bellamy. Descansemos un poco —invitó, jadeando—. Estamos... del otro lado del bosque, aunque muy cerca todavía del... castillo —se sentó sobre la hierba—. Nos acercaremos nuevamente, pero lo haremos lejos de la entrada para que no nos descubran.

–¡¿Otra vez?! —demandó con incertidumbre el herido— ¡¿Qué sucedió allá dentro?!

–¡Bellamy, tu ojo!

–Estoy bien. Es sólo... un rasguño —sacó de su bolsillo un trapo viejo y lo amarró alrededor de su cabeza para detener la hemorragia—. ¡Agg! —rabió de dolor— ¡Esos... malditos! Apenas pudimos escapar. Pero descuida, una vez fuera de aquí, podré lavarme esto.

–¿Estás seguro? Se ve bastante grave.

–Te dije que no es necesario preocuparse en este momento, Benjamin. Ahora cuéntame lo que sucedió.

–De acuerdo.

Jerome Hart les siguió. De vez en cuando, el hombre se apretaba el trapo vuelto casi completamente rojo. Giró hacia el otro individuo. Vio que el diamante de su collar brillaba. Tuvo la impresión de que algo ocurriría en breve.

–Creo que es suficiente distancia —dijo el del collar, señalando hacia su derecha.

El bosque aparentaba el mismo efecto de alejamiento del agujero que él recordaba al haber llegado allí. Sin embargo, ya desde esa ubicación se podía distinguir el sonido de la multitud. Hart creyó percibir que el aire se infestaba gradualmente de una atmósfera particular.

Krenzville (La abadía del origen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora