Capítulo 37

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La espada se levantó por encima de su cabeza. La blandió ligeramente antes de dejarla caer sobre el anciano. Brent Reznordton cerró los ojos. Si bien pudo prever la inevitable agonía, no quiso ser testigo de su propia muerte.

«No creí que mi final sería de esta forma» —pensó en Robert.

–¡Brent! —gritó Rosemary desde el otro lado.

La piel, atravesada por el impacto, se desprendió automáticamente y cayó al suelo. Antes, el sonido de una descarga había hendido el aire desde algún lugar. La espada voló a una corta distancia de su poseedor, mientras su mano, casi empuñada, se encontraba aún elevada sobre él.

Brent abrió los ojos. Descubrió que aún no había llegado el fin. Desde la entrada, su esperanza había surgido como si fuese un fantasma. Rápidamente, la silueta de un hombre se materializó. Aun desde lejos, lucía cansado, pero agarraba bien el arma. Había disparado con una similar a la de Louis Reus. El tiro fue un impacto certero contra el mango de la espada de Cole Durham, que hizo que el ataque se detuviera.

–¡No dejaré que lastimes a nadie! —advirtió. Su túnica se veía accidentada, pero él se hallaba ileso y sin rastro alguno de maltrato.

–¡Vaya, vaya! ¡Eres más valiente de lo que pareces! —aludió el hombre sin prestar atención a su mano herida— ¡O quizá sólo alguien tan patético como inoportuno!

–¡Ryan! ¡Eres tú! —señaló Louis— ¡Qué bueno que estés aquí!

El anciano Reznordton aprovechó para escapar gateando con el corazón a un millón por hora. Rosemary abrazó su nuca desde antes de que se levantara, pensando que había sido rescatado de la tumba. Un par de lágrimas salieron de los angustiados ojos de ella y se diluyeron sobre el grueso algodón de la chaqueta de Brent.

–¡Vengan detrás de mí y salgamos de este lugar! —Ryan Frost les llamó desde la puerta.

–Pero..., ¿qué hay de los demás? —demandó Louis Reus desde el suelo. Aún no era capaz de poner de pie a su cuerpo malherido y ultrajado.

–Intentaré hacer algo, pero ahora lo que más importa es salir de aquí cuanto antes. Estos monstruos no dejarán a nadie con vida —su mirada recorrió de forma despectiva al hombre que traía al animal gigante; ellos se encontraban más cerca de la entrada—. ¡Debemos salir ahora mismo! ¡Todos vengan hacia mí!

–¡¿Crees que nos dejaremos vencer por este par así de fácil?! —preguntó Jeremiah Templeshire.

–¡No importa, debemos huir ahora! —replicó Frost de inmediato.

–Pero... Pero no nos queremos ir sin antes encontrar a los muchachos —replicó Janine Fernsby con su voz pavorosa.

–Ni yo sin Jerome —agregó Louis Reus—. Agradezco que hayas venido, Ryan, pero no tiene sentido que nos vayamos y dejemos a Jerome y a los chicos en este horrible lugar.

–¡Les digo que moriremos si permanecemos más tiempo en este sitio! ¡¿Sugieren algo mejor?! —arguyó nuevamente Ryan, perdiendo la paciencia.

Antes de que pudieran estudiar la propuesta del duque de Bendford, unos pasos arribaron desde el exterior. Ryan Frost se alejó de la entrada.

–Yo digo que luchemos, Ryan —contestó Jerome, dedicando una mirada poco amable al duque.

La expresión de todos fue de sorpresa cuando Jerome Hart, Lyda Mason y los esposos Rashfordson cruzaron la puerta del recinto.

–¡¿Pero qué demonios hacen aquí?! —vociferó Traury mientras el disgusto aparecía de nuevo sobre el rostro de Durham.

Lyda Mason corrió hacia el hombre tirado en el suelo. Cuando hubo llegado, él la miró de forma inquisitiva.

Krenzville (La abadía del origen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora