Capítulo 41

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Rose Rashfordson observó el interior. Parecía tan pequeño que no tuvo prisa para mirar todo de una vez. La forma era idéntica a la de un castillo, pero las dimensiones de la edificación no eran mayores que las de una casa grande. Sus pasos se hicieron tan lentos que John, sin preverlo, tropezó con la punta del talón de la chica.

–Lo siento —se disculpó. Su cara lucía como de tonto. Aunque no percibía dolor de ningún tipo, sentía sus neuronas fundirse con el paso de los minutos. Habían estado tanto tiempo en ese lugar sin comer ni dormir, que el hecho de mantenerse enérgico aún le resultaba extraño.

La chica no se inquietó. Dio un par de ojeadas más alrededor antes de fijarse en el fondo del recinto. Una cortina blanca cubría el final de extremo a extremo. Se detuvieron a unos metros de la cortina. Los cuatro se quedaron inmóviles, sin atreverse a avanzar más allá. La respiración de Robert Reznordton se había acelerado hasta tal punto que se podía escuchar con facilidad desde cualquier rincón de la sala, o quizá desde antes de cruzar la puerta. Por la forma delgada de sus mejillas, Rose tuvo la impresión de que había disminuido algunos kilos durante todo ese tiempo; tal vez era consecuencia de la deshidratación.

–¿Qué creen que haya detrás? —preguntó John Templeshire, apuntando hacia la cortina.

–No quisiera tener que averiguarlo, pero —Robert vaciló. Miró a cada uno, buscando apoyo para sus palabras—... pero creo que perderíamos el tiempo si no lo hiciéramos.

–Robert tiene razón —Don Bradenfield lo secundó con la misma firmeza en la voz que le había caracterizado desde su desaparición meses atrás—. Allá detrás debe estar la respuesta a la pregunta de por qué estamos aquí. Andando —invitó, yendo unos pasos hacia adelante.

Tan pronto como se dispusieron a seguirle, un extraño ruido surgió desde la cortina, como si algo se moviese detrás de ella. Retrocedieron.

–¿Qué sucede? —demandó la chica.

–¡Parece que hay alguien...! —antes de que Don concluyera su suposición, una ligera abertura se expandió en medio de la cortina.

–¡Todos atrás! —indicó John Templeshire con un graznido— ¡¿Quién está allí?!

A pesar de que el lugar carecía de ventanas, una ráfaga de viento le levantó el cabello a Rose. Por fin, un par de manos atravesaron la abertura, abriendo la cortina de par en par y revelándose a los muchachos. «Una mujer» —dedujo la chica. La luz del interior golpeó sus rostros y el destello les hizo dilatar las pupilas con ardor. Desde el fondo, la sombra de la silueta llegó hasta reposar sobre ellos. Una mujer.

La luz del lugar se desvaneció en cuestión de segundos, recogiéndose alrededor de la mujer. Era alta y lucía relativamente joven. A pesar de que no les era conocida, Rose Rashfordson encontró familiar su mirada. Fue tan solo un instante, pero la impresión le golpeó como una corriente eléctrica que hizo que su cuerpo comenzara a temblar de nuevo.

–¡¿Quién eres?! —inquirió Don.

La mujer no respondió. En lugar de eso, miró directamente hacia donde estaba Robert Reznordton, quien un momento antes había tenido la misma sensación de la chica; aquello también ocasionó un efecto similar a través de su cuerpo.

Llevaba puesta una túnica negra, la cual, tiempo después, John Templeshire creería más oscura que esa noche. Su postura era refinada y de aspecto noble. «Me recuerda al señor Ryan» —se escuchó decir Don Bradenfield en su interior. A pesar de todo aquello, algo que él no podía percibir ni entender con facilidad, le indicaba que la humanidad de la mujer no era como la del resto de las personas. Como si ella fuese algo más; algo más oscuro e incomprensible de lo que se observaba a simple vista.

Me complace recibirlos en el altar.

El sonido de la aldaba cerrándose vino para ponerles al tanto de que no podrían escapar del castillo.

–¿A qué te refieres? —John osó preguntar. Hizo un gran esfuerzo para que el pánico en su voz no lo delatara— ¿Acaso nos estabas esperando?

La mujer no contestó. Una opaca luz medio azulada la rodeó como si el aire a su alrededor tomara forma. El color de sus ojos se tornó gradualmente rojo mientras sus pies se despegaban del suelo y le dejaban suspendida en el aire.

–¡Denat! —reconoció Robert con la expresión encapsulada por el temor.

–¡¿Qué ocurre, chicos?! —el corazón de Rose comenzó a rebotar con fuerza dentro de su pecho— ¡Creo que es mejor que salgamos de aquí!

–¡Ni lo digas! —replicó John Templeshire— ¡Alejémonos de este lugar!

La mujer levantó las manos. Rose sintió de nuevo la fuerte descarga que le recorrió todo el cuerpo. Intentó gritar, pero su boca y su garganta se habían quedado pasmadas. Sólo fue capaz de doblar el cuello para encontrar que los demás también se hallaban en el mismo estado. De las manos del espectro fluían una serie de hilos de energía que les mantenían despegados del suelo. Poco a poco, el dolor fue mermando, y una sensación de adormecimiento se apoderó de la chica, como si sus fuerzas se desvanecieran de forma paulatina con tan solo pensarlo.

Todo este recinto es un altar. Ahora seréis parte de mí y todo se habrá completado. El sacrificio. Por fin saldré de donde me habéis encerrado por tanto tiempo.

Krenzville (La abadía del origen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora