Capítulo 49

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La multitud debió alejarse algunos metros bosque adentro para no ser alcanzada por el polvo. Luego de algunos minutos, la nube se disipó, asentándose, en su mayoría, sobre las ruinas a lo largo de la gran terraza del lugar.

Jerome Hart, entonces, puso a Don con cuidado sobre el suelo. El césped estaba mojado, pero lo suficientemente crecido como para no ser incómodo. Sostuvo la cabeza del muchacho para evitar que el lugar de la herida tocase el suelo. Tadd Y Sora habían corrido hacia él. Lyda, por su parte, le miraba desde lejos con los ojos bañados en lágrimas. Aquello parecía más grave que el desmayo sufrido en el castillo del duque. Esta vez, un golpe de realidad le hizo preguntarse si él se levantaría de nuevo. Aquello le asustó, pero se quedó allí parada.

–¡Responde, hijo! —los sollozos de la anciana tensaron el aire dentro del silencio que les envolvía— ¡Dime que estás ahí! ¡Ya hemos superado lo más difícil y ahora sólo debemos ir a casa!

Tadd tomó la mano de su esposa al tiempo que miraba el cuerpo de su nieto. Intentó disimular su propia tristeza, pero la desesperación le hizo sentirse incapaz de enfrentarla. Jerome Hart pasó con cautela los dedos por la nariz del muchacho. Solo entonces fue consciente de que su respiración se había detenido. Agachó la cabeza. La sombra de su largo cabello le volvió a cubrir los ojos. De inmediato, se apartó para dar más espacio a los Reznordton. Lyda Mason lo detuvo cerca de ella.

–¿Va a estar bien? —musitó su pregunta. Trató inútilmente de contener el llanto.

Hart no contestó. Agachó otra vez la cabeza y se alejó para observar la destrucción que había quedado en lugar del palacio de Gardenville. La chica apretó los puños, sintiendo el peso de su impotencia.

Rose Rashfordson se acercó. No tenía idea de qué decir sin que su llanto también estallase. Vio a John y a Robert con las manos cruzadas en una posición bastante solemne; luego, notó a la niña que estaba más cerca de todos. Parecía triste y tenía las manos sobre el regazo de su pequeño vestido. Rose le tocó la cabeza. Quiso servir de consuelo, aunque no la conocía. La niña le correspondió y se aferró a su cintura sin mirarla directamente.

Entre la multitud, Margareth Gratefullady reconoció a un anciano con un largo cabello blanco, a quien había visto por última vez muchos años atrás, en el bosque.

Don Bradenfield escuchó claramente el lloriqueo y los murmullos. Miró hacia abajo. Las personas lo encerraban en un círculo, pero no se trataba de un horrible ritual. Sin embargo, apenas pudo reconocer a algunos.

«Ahora podré hablar con ellos. Hay mucho que quisiera preguntarles» —pensó, apartando la vista del círculo en donde se hallaba tendido su cuerpo.

En el Lokum, había encontrado la imagen de sus padres un tanto distinta de lo que recordaba. Antes de eso, ellos solo eran fantasmas en blanco y negro dentro de una foto desgastada sobre el estante de la habitación. No había tenido mucho que decir en aquel momento.

Se alejó gradualmente hasta que las nubes opacaron la superficie. En el horizonte, distinguió el sol naciente. Sintió que la luz de un nuevo amanecer le llamaba de vuelta a la calidez de su hogar.

Krenzville (La abadía del origen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora