Capítulo 32

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Sus manos sintieron la calidez de una de las lisas columnas de piedra. A pesar de haber visto el palacio desde el exterior en un par de ocasiones, ingresar era algo distinto. Superó el límite de los pilares de la entrada. Los primeros pasos estallaron en un eco repetitivo que llenó momentáneamente el vestíbulo del recinto. Acceder a un lugar como aquel, con propósitos contrarios a los de su adoración, de alguna manera constituía la profanación de un suelo cuya antigüedad le había otorgado un carácter sagrado. Él lo consideró de esa manera.

«Estamos aquí por una razón —se recordó—: alguien está haciendo daño a muchas personas, y se encuentra en este lugar».

Antes de asimilarlo por completo, ya estaba sumergido en el fondo de la estancia principal del palacio. Giró hacia la derecha; luego hacia la izquierda. Dos puertas. Había esperado escuchar al menos el ruido de sus compañeros de inmediato. Pero, más bien, le pareció como si nadie hubiera estado allí esa noche. El silencio recorrió cada parte de sus huesos de hielo.

«Derecha... Izquierda».

«Louis, no te metas en líos por alguien más. La noche es peligrosa y cualquier día se puede ensañar en tu contra. No tienes la misma fuerza que otros, así que debes cuidarte mucho más que ellos» —las reprimendas de su madre crepitaron dentro de su memoria en el peor de los momentos. Ella había muerto varios años atrás, pero su recuerdo aún persistía en aquella parte de su mente, en donde todavía era un niño cobarde, y solamente recordaba las veces en que fue ayudado y salvado por otros.

«Esta vez es DIFERENTE. Lo es».

Un súbito cosquilleo se paseó sobre su hombro. Recordaba esa misma sensación desagradable de innumerables ocasiones en la humedad del bosque. Caminó hasta llegar a su cuello. Louis Reus estuvo a punto de gritar, pero casi contradiciendo su voluntad, alejó al animal con un manotazo. La araña voló varios metros delante de él, trepando en una de las paredes. El reflejo de las patas punteando su piel se quedó con él durante un par de minutos más.

–Izquierda —decidió en voz alta. Se tocó el cuello. Los temblores le recorrían todo el cuerpo. Había estado a punto de ser mordido por algo potencialmente mortífero.

La puerta estaba semiabierta cuando la forzó hacia adentro. Era un pasillo no más amplio que los del castillo del duque de Bendford, en el centro de Krenzville. Para su sorpresa, un par de velas encendidas sobre candelabros alumbraban la mayor parte del pasillo. Se inquietó.

«Si no fue idea de ellos encender ese fuego y hay alguien más —pensó—, entonces estamos en serios problemas. O ellos lo han estado desde hace un buen rato».

Caminó. Sus pasos eran tan cautelosos, que hubiera sido imposible escuchar el golpeteo que normalmente producían los tacones de sus zapatos cuando tocaban el suelo. Sacó la pequeña linterna de su bolsillo para alumbrar más allá de la luz de las velas. El pasillo había resultado ser más extenso de lo que esperaba. Apenas podía distinguir, a la distancia, una especie de esquina que indicaba el final del trayecto. También vio la entrada a nuevas habitaciones. Confiando en la excelente luz de su aparato, aceleró la velocidad y dejó atrás la iluminación de los candelabros.

Supo que no se había equivocado cuando llegó al final del pasillo. Al fondo, un par de entradas eran perfectamente visibles desde el lugar en donde se hallaba parado, y delimitaban el final de una cámara ovalada. Pensó que aquella era una habitación bastante peculiar y un poco aterradora a la vez. El sitio también estaba iluminado por candelabros y tenía rejillas en la parte alta de las paredes.

«¿Algún conducto de aire?»

Supuso que las aberturas en las paredes estaban relacionadas con la seguridad de quienes entraban allí. Algo así, evitaría que se asfixiaran en un espacio tan encerrado y alejado del oxígeno de la entrada. Por un momento, su intuición apuntó hacia un secreto aún más oscuro. El aire adquirió un cálido aroma a flores, que rápidamente se transformó en algo parecido al olor del carbón con que impulsaban los trenes. Su visión se vio ligeramente interrumpida por una niebla tan espesa como la del exterior.

Krenzville (La abadía del origen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora