Capítulo 22

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Rodeshire, diciembre de 1803

–¡¿Dónde están?! —seis hombres, acompañados por un par de guardias, irrumpieron en la sala— ¡Los obispos Edevane y Durham, ¿a dónde fueron?!

Benjamin Baddeley leía el manuscrito enviado por la Orden de Rymer, ese mismo día, cuando los visitantes ingresaron. No se inquietó en lo absoluto.

–¿Por qué habría de saberlo? —contestó con serenidad— Hace más de una semana que no se les ve por aquí.

–¡Sabemos que habló con ellos hace dos días y que tuvieron un encuentro cerca de los límites de Dursthill! —las palabras del hombre con túnica negra fueron contundentes.

–¿Cómo pueden afirmar tal cosa? —esta vez, sintió la alerta de algo inesperado.

No bien había preguntado cuando un monje, ligeramente jorobado, entró por la puerta, haciendo a un lado su capucha para descubrirse el rostro. Benjamin reconoció de inmediato al individuo, quien había sido su monje de compañía desde hacía mucho tiempo.

–¿Bellamy? —preguntó, extrañado— ¿Qué le has dicho al consejo para que todos vengan como una turba a buscarme de esta manera?; y, además, Padre Adolphson, ¿qué hicieron esos hombres para que se les requiera con tal urgencia hasta el punto de aparecerse en este lugar con guardias armados?

Baddeley notó que Bellamy Fisher temblaba y que sus manos goteaban sangre. Un tercer guardia apareció detrás de él; sujetaba una cadena oxidada.

–Debe usted saberlo muy bien, obispo Baddeley —replicó el hombre con una voz enjuta—. ¿Por qué no nos dice ya en dónde se esconden?

–¡¿Qué le hizo al pobre de Bellamy?! —apretó furioso los dientes luego de articular la pregunta.

–Digamos que... le incentivé un poco para que nos contara lo que sabía —Jake Adolphson jugó ansiosamente con sus dedos—. Estoy al tanto de que este hombre es de su entera confianza y que también está a su lado la mayor parte del tiempo.

–Y no se equivoca... —confirmó, sin perder la calma.

–¿Y bien, obispo Baddeley? —se acercó dos pasos. Ambos hombres se miraron fijamente.

–Aparte de mis deberes en el obispado, no tengo ningún tipo de relación con esos hombres.

–Ya veo —Jake Adolphson caminó por todo el recinto con las manos detrás de su espalda—. Artes de Sangre. ¿Le suenan familiares esas palabras?

–¿A qué... se refiere? —una gota de sudor resbaló por la frente de Benjamin Baddeley.

Jake Adolphson miró a sus acompañantes con gesto de tenerlo todo bajo control.

–¿Quisieran, por favor, dejarnos a solas por un momento? —demandó.

El grupo no replicó. Tanto los sacerdotes como los guardias y el monje abandonaron el lugar de forma inmediata. Éste último devolvió una mirada cansada a su colega antes de que se escuchase el portazo.

–¡Juro que no sé a qué se refiere! —aseguró Benjamin Baddeley.

–¿También negará que tuvo contacto con ellos recientemente? —cuestionó Adolphson, buscando el rostro del obispo. El hombre dio media vuelta y le escudriñó de pies a cabeza.

–No. Los he visto, pero no por las nefastas razones que parece insinuar —objetó Baddeley.

–¿Y cuáles cree que son mis razones, obispo?

–Nada que tenga que ver con lo que mencionó puede traer algo bueno aparte de la desgracia —confrontó su mirada—. ¿Acaso piensa que tengo algo que ver con ese... libro?

Krenzville (La abadía del origen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora