–¡¿Por qué regresaste?! —Jerome lo había seguido hasta la entrada de la abadía— ¡No es seguro estar aquí! ¡Todo se vendrá abajo en cualquier momento!
–¡¿Acaso no se ha dado cuenta?! —Don Bradenfield señaló la estatua derrumbada en medio de la sala. Parada detrás de la imagen, una niña observaba la conmoción con los ojos convertidos en un pozo de lágrimas. Era tan pequeña que apenas superaba la altura de los escombros de la figura— ¡No podemos dejarla en este lugar!
–Entiendo —asintió. Luego se dirigió a la niña—. ¡Ven aquí, te sacaremos! —a pesar de los esfuerzos de Jerome por atraerla hacia ellos, se hallaba completamente petrificada— «Es peligroso entrar» —se dijo desde el umbral de la puerta—. ¡Corre hacia nosotros, te llevaremos de vuelta a casa!
«¿A casa?» —pensó la niña con los dedos metidos en la boca.
–¡Entraré! —decidió el chico.
–¡Espera!
Corrió a toda prisa hacia el centro. Antes de llegar, las sacudidas se intensificaron hasta tal punto que no pudo mantenerse de pie. Jerome tuvo que sostenerse del marco de la entrada para no caer sobre su trasero.
Don Bradenfield gateó un par de metros hasta que fue capaz de levantarse y llegar hasta la niña. Sus pequeños brazos estaban aferrados a la estatua y sus pies parecían unidos al suelo. El chico se percató de que lloraba, aunque su llanto era silenciado por el fragor del movimiento.
–¡Ven! —le tomó por uno de los bracitos y le despegó de la figura. Aunque fue apenas por unos instantes, miró la cabeza. Conservaba aún el par de ojos de cristal, pero ahora carecían de una expresión viva. A pesar de eso, las náuseas surgieron junto con una sensación de parálisis en las piernas. Apartó el rostro e hizo un gran esfuerzo por deshacerse de aquel último pensamiento— Vamos, estarás a salvo —le miró con una sonrisa forzada.
La renovada confianza le llenó el cuerpo de calidez. La niña agarró sus manos y estuvo dispuesta a seguirle hasta la entrada.
–Muy bien, ahora inclina un poco tus rodillas mientras caminas y así no te caerás, ¿entiendes? —indicó Don.
Ambos corrieron de forma irregular con las piernas apenas estabilizadas. Jerome Hart los vio aproximarse y estiró una mano mientras se afianzaba al borde de la entrada con la otra.
Más residuos de escombros cayeron desde arriba.
–¡Dense prisa! —advirtió el hombre, esforzando la voz— ¡El techo está a punto de...!
Su advertencia fue interrumpida por un estruendo. Un gran trozo de la estructura del techo se precipitó sobre el lugar en el que ellos se hallaban. Venía acompañado por algo más. Apenas anticipando el final por milésimas de segundo, Don fue capaz de impulsar a la niña hacia el hombre que los esperaba. El golpe del objeto en la parte lateral de la cabeza le hizo quedar inconsciente antes de que sintiese dolor. Un nuevo hoyo arriba dejaba pasar el resplandor de la luna llena.
–¡No! ¡Don! —Jerome fue hacia él, apartando a la niña. Le quitó de encima los escombros que le cubrían la espalda. El mismo pedazo de roca que había caído sobre su cabeza se hallaba destruido cerca de su hombro. Lo otro era el cuerpo de un hombre que aún se movía, pero Hart no lo notó. Más bien, vio la sangre que brotaba de la base del cráneo del muchacho— ¡Responde! «Te sacaré de aquí».
Con algo de trabajo, tomó al chico sobre su hombro y corrió con ambos a través del maltratado suelo del pasillo
Una nube de polvo se desprendió de las estructuras colapsadas y cubrió gran parte del primer nivel del palacio; había viajado hasta allí antes de que todos descendiesen. Los tres chicos se desplazaron a través de la niebla, tosiendo hasta las vísceras. Corrieron junto a la multitud para llegar al salón principal y encontrar a quienes esperaban por ellos.
–¡Robert! ¡Oh Dios mío, Robert! —Rosemary Reznordton corrió hacia su nieto con poco menos que indiferencia ante el sismo; también lo hizo su abuelo.
El muchacho se dio cuenta de que aún le tomaba la mano a la chica de los Wolves. La soltó de inmediato, antes de que alguien fuese capaz de notarlo. Se avergonzó un poco. Rosemary y Brent lo abrazaron mientras el chico sentía la incómoda humedad de las lágrimas de la anciana sobre su pecho.
–¡Está bien, está bien, ya tendremos mucho más tiempo afuera! —advirtió, apartándolos con cuidado—; ¡ahora debemos salir antes de que sea demasiado tarde!
Ellos asintieron. Los demás ancianos también se habían acercado a los muchachos. Margareth rodeaba con los brazos a su nieta como nunca antes lo había hecho, al igual que los Templeshire a John.
–¿En dónde está Don? —inquirió Sora James con voz preocupada— Pensé que venía junto a ustedes, pero... no lo veo.
–Parece que, por alguna razón, regresó al lugar en dónde nos encontrábamos —contestó Rose entre jadeos—, pero estoy segura de que bajará junto al señor Hart en cualquier momento y... yo estoy dispuesta a esperarlo.
–Tienes razón —apoyó Robert, notando la presencia de una chica a quien no solía ver a menudo: Lyda Mason—, yo esperaré también, el resto puede salir.
–Pero debemos quedarnos AQUÍ. Subir sería demasiado peligroso —intervino John Templeshire.
Sin embargo, fue consciente de que nadie más salía del pasillo. Exceptuando a Jerome Hart y a Don, las demás personas ya habían evacuado la sala por completo.
–¡¿Y si están en problemas?! —Tadd Bradenfield hizo un gran esfuerzo para hacerse entender en medio del estruendo de los muros, que amenazaban con caer en cualquier instante— ¡Deberíamos ir a ayudarlos!
Antes de que Tadd encontrara objeción alguna a su desesperada propuesta, la evidencia de una silueta surgió de entre la nube de polvo.
–¡Son ellos! —Rose corrió al encuentro de Jerome. Traía a Don sobre el hombro izquierdo y a una pequeña niña agarrada de la mano— ¡¿Qué ha sucedido?!
–¡Don! —Sora fue a recibir a ambos también y Lyda Mason le siguió con ansiedad. Louis Reus intentó detenerla, pero fue inútil. La niña que venía con ellos temblaba— ¡¿Estás bien? ¡Don! ¡Por favor, contesta! —la anciana tocó su rostro entre las lágrimas que habían aflorado sin que se diese cuenta. Al retirar su mano, vio que había sangre en ella— ¡Dígame que estará bien, por favor!
–¡Primero debemos salir de aquí, o ninguno va a estarlo! —declaró Jerome, dirigiéndose a la abuela del muchacho y luego a los demás— ¡Andando!
Todos obedecieron en el acto.
Josh Rashfordson fue el último en salir del umbral de las columnas exteriores del palacio. Se apresuraron hasta llegar a la base de las escaleras, las cuales conducían a la superficie del agujero. Mientras Louis Reus se ocupaba de ayudar a las personas a subir, las torres restantes del castillo se tambalearon; también las columnas. El estruendo previo al colapso total fue similar al trueno de una nube cargada de lluvia. Para cuando todo se vino abajo, el extenso grupo de gente ya observaba desde el borde. El agujero quedó saturado por un inmenso alud de escombros, como si fuese una copa.
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Krenzville (La abadía del origen)
Mystery / ThrillerLa engreída utopía en la mente de aquellos sin alma, cuyas pesadillas han trastornado la concepción del temor, le hace parecer un lugar seguro, pero no lo es en realidad; Krenzville nunca lo ha sido desde que hay gente sobre sus tierras. Para Rose R...