Capítulo 17

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–No dejes que te ataquen. Ellos te matarán; nosotros queremos protegerte, Wesley. No puedes vivir toda la vida como un cobarde... ¡Maldito leñador! ¡Ni siquiera puedes protegerte a ti mismo! ¡¿Serás un cobarde cuando quieran asesinar a los tuyos?! ¡Actúa, Wesley! ¡Actúa! ¡Vamos!

Piko Wesley escuchaba aquellas voces desde la noche anterior, pero se habían intensificado gradualmente para el momento en el que se hallaba rodeado por decenas de personas en el centro de Krenzville. Miró alrededor, desesperado, en busca del origen del extraño sonido. Se sintió atormentado hasta la demencia. Por fin, careciendo de explicación alguna, GRITÓ.

–¡¿Quiénes son?! ¡Déjenme! —demandó. El alarido despertó la atención de la muchedumbre— ¡No quiero hacerlo! ¡Ya váyanse! ¡Déjenme!

Entonces —dijo una de las voces, haciendo una pausa—... tendrás que matarnos.

Materializándose frente al hombre, tres figuras con aspecto de sombra, y sin una forma definida, le hablaron. Las voces ya no estaban en su cabeza; más bien, ahora surgían directamente de aquellos espectros. Se acercaron lentamente mientras hablaban y hacían retroceder al hombre.

¡Mátanos, Piko! ¡Mátanos, Wesley, o te mataremos nosotros! —vociferó una de las figuras— ¡Te destruiré ahora mismo, Wesley!

Aunque para él no poseían bocas ni nada más en la cara, aparte de unas aberturas parecidas a ojos, aquellas apariciones le hacían revivir el mismo sentimiento que, durante su infancia, había producido en él Erastus Wesley, su implacable padrastro. Una latente sensación de peligro, que no lograba separar del miedo y de un odio profundo, le invadió al percibir el rápido acercamiento de aquellos seres.

¡Hazlo, maldito cobarde!

–¡Ya basta! —chilló, desenfundando el hacha que colgaba detrás de su espalda. El recipiente de agua cayó al suelo.

Blandió el objeto un par de veces antes de contraatacar. Se aproximó sin dudarlo a los espectros que venían por él, dejando caer el extremo del hacha sobre uno de ellos. La sombra se dividió rústicamente en dos con un corte cruzado desde la parte superior hasta el costado derecho de su cuerpo.

Sintió descender el odio reprimido e insaciado por años. Las otras dos figuras intentaron dispersarse, pero él corrió hacia ellas y atacó, derribándolas y arremetiendo media docena de veces más sobre cada una hasta que creyó desahogarse por completo.

–¡Sí...! —jadeó— ¡SÍ! ¡Los he acabado, malditos! ¡Los he acabado y me he desecho de ustedes! ¡Ja, ja, ja, ja, ja!

Piko Wesley escupió una risotada triunfal con satisfacción en un apasionado éxtasis, que se apoderó de su mente y de su cuerpo al mismo tiempo que sudaba como si estuviera bañado en lluvia. Cuando el efecto alucinante apenas fluía por su cuerpo, notó cómo las sombras comenzaban a disolverse en un líquido negro. Pronto adquirieron formas más humanas... Cuerpos. El hombre se sobresaltó al percibir por primera vez el olor de la sangre sofocándole el sentido del olfato.

¡Eres un maldito perdedor, Piko! ¿Creíste que nos iríamos? ¡Ja, ja, ja, ja! —las mismas voces espectrales regresaron entre una multitud de frías carcajadas— ¡Pues te equivocaste! ¡No puedes matarnos, eso es IMPOSIBLE!

–¡¿Qué... dices?! —habló, temblando y derramando gotas heladas de sudor— ¡Yo... te maté! ¡Yo los maté!

No. Bueno, en realidad... sí los mataste. Mira a tu alrededor.

Piko Wesley tropezó al dar un par de pasos apresurados hacia atrás. Dejó caer el hacha y su trasero se precipitó aparatosamente sobre el piso. Al caer, se dio cuenta de que reposaba encima de un inmenso y caliente charco de sangre, que chapoteó con las palmas de sus manos.

Krenzville (La abadía del origen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora