Esa mano era tan fría como el hielo. El contacto sobre su mejilla le hizo abrir los ojos súbitamente. Se hallaba frente a ella. Una oleada de vértigo le invadió la cabeza. Su mirada era hipnótica. Rose Rashfordson tuvo la sensación de estar viajando a un lugar aún más extraño, que trascendía el universo y el espacio que ella conocía. Todo desapareció alrededor y su interior fue colmado de una paz que se mezclaba, de manera inexplicable, con el cosmos y con toda la existencia. El espectro.
–Tú, Rose, eres parte de la profecía. Eres necesaria para que yo viva. Tus amigos también me son necesarios. Entonces, mi reino vendrá finalmente y traeré la paz.
–¡No! ¡No! ¡Esto tiene que ser una horrible pesadilla! —despegó la mano de su rostro. Se estremeció por tener siquiera que tocarla; pero despertó del mundo a donde le había llevado momentáneamente— ¡Déjanos ir! ¡Deja de hacerle daño a las personas!
–Denat es mi nombre —ignoró la deprecación de la chica—, y esta noche mi reino se asentará en vuestra tierra.
Rose corrió hacia Robert y le levantó, tomándole fuertemente del brazo. Al mismo tiempo, el espectro y las sombras se acercaron a ellos.
–¡Robert! ¡Debemos buscar una salida antes de que sea tarde! ¡Ha de haber una manera de escapar!
El chico se negó a mirar en un principio. Eventualmente cedió para descubrir a quien más temía a poco más de un metro de distancia.
–¡No! ¡Te dije que no hay manera! ¡No hay manera! ¡Estamos aquí atrapados a menos que...! —el chico se interrumpió a sí mismo al percatarse de que algo más se acercaba a través de la espesa niebla.
–¡¿A menos que qué?! ¡Dime, por favor! —suplicó de nuevo— ¡Haré lo que sea para salir de este lugar!
–¡Rose, mira! —señaló detrás de las criaturas que les perseguían. La chica hizo caso.
–Son... —dijo sin entenderlo, más allá de lo que sabía hasta entonces.
–¿Rose? ¿En dónde te has metido? —caminó de vuelta a la sala principal. Había tenido la falsa impresión de que ella le seguía—. Ven, debo mostrarte algo.
Observó los rincones a lo largo y ancho de la sala, pero no estaba allí. «Tal vez se quedó atrás en una de las habitaciones» —pensó. Se devolvió al lugar en donde había estado antes. Era un poco más reducido que los otros espacios y no tenía ningún tipo de decoración sobre las paredes. Sin embargo, algo le pareció bastante particular en el centro: un obelisco a pequeña escala que medía alrededor de dos metros. Estaba rodeado por una fuente de agua; tenía un radio de al menos un metro y brillaba con un destello azul. En la base del obelisco, sobresalía un altar con la cabeza de un león esculpida.
A pesar de que la habitación carecía de candelabros, la luz de la luna llena la atravesaba abundantemente a través de un par de óculos. Al parecer, habían sido hechos a propósito para iluminar la fuente y el altar de forma directa por el sol o la luna, tal como sucedía justo esa fría noche. Algo más llamó su atención sobre el altar, un pedazo de cristal en la boca del león, cuyo brillo era evidente en medio del agua. Se acercó.
Al mirar más de cerca, notó que se trataba de un pedazo de cristal rojo. Delante de él, se hallaba la fuente que le separaba del objeto. Dudó en tomarlo. Creyó que no sería una decisión prudente, pero justo en ese momento, el pensamiento de Rose volvió a su cabeza.
Se apresuró y decidió hacer un gran esfuerzo, estirando su brazo derecho para tomar el cristal. Casi cayó accidentalmente en el agua. Cuando lo agarró, algo más se vino junto a él, una larga cadena metálica que hizo salpicar el agua de la fuente al caer sobre ella. Se dio cuenta de que no se trataba de un cristal común; aquello parecía más a un diamante. Se preguntó a quién pertenecía una pieza tan distinguida olvidada en la soledad de esa habitación abandonada. Lo observó durante algunos segundos; parecía deslumbrar con luz propia, aunque de una intensidad bastante opaca que se movía en su interior como a punto de expandirse.
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Krenzville (La abadía del origen)
Mystery / ThrillerLa engreída utopía en la mente de aquellos sin alma, cuyas pesadillas han trastornado la concepción del temor, le hace parecer un lugar seguro, pero no lo es en realidad; Krenzville nunca lo ha sido desde que hay gente sobre sus tierras. Para Rose R...