Capítulo 14

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Don Bradenfield habló sin mirarla a los ojos. Le contó con detalle lo ocurrido en el bosque la noche en que Robert desapareció. Se refirió también a los sucesos de la plaza central y del cementerio, citando el documento que Jerome Hart había encontrado en el viejo palacio de Bendford.

–¡¿Muertos que andan?! Don, no hay manera. Eso es... —se detuvo al notar los ojos desorbitados del muchacho.

–No tienes que creerme —habló con una voz trémula—, yo también me negaba a hacerlo al principio.

–No —intentó corregir su afirmación previa—. Te creo. Creo en todo lo que me dices. Lo digo en serio, pero...

–¡Maldición! —se golpeó las piernas con los puños— ¡Tú no sabes cómo me siento!

–¡Ni siquiera te he visto en semanas! —replicó la chica.

Don Bradenfield creyó percibir un gemido en lo que ella aludió. El silencio perduró durante al menos un minuto.

–Lo siento —dijo Don. Estrechó la mano izquierda para acariciarle la mejilla—, no fue mi intención hablar de esa manera... Lo siento.

Lyda Mason sonrió con dulzura. Miró hacia el suelo mientras sentía el calor de su mano en el rostro. El viento se coló repentinamente por la ventana descubierta, aunque no prestaron mucha atención al hecho.

–Soy yo quien debería disculparse.

–¿Eres capaz de creerlo, de creer todo lo que te he dicho?

–Una noche, hace dos años, yo estaba aquí —la sonrisa desapareció completamente del rostro de la chica—... Mis padres habían ido a cenar a casa de los Jones y no iban a regresar hasta que la noche terminase. Ya sabes, están acostumbrados a convertir sus pequeñas reuniones en fiestas. La cosa es que no podía dormir. Simon estaba en su habitación, pero yo tenía un poco de miedo. No lo sé, tal vez se debía al ruido de los arbustos causado por la brisa... La luz de la sala estaba encendida; siempre está así cuando mis padres se encuentran fuera de casa. Después de la media noche, empecé a escuchar algunos ruidos extraños, como de cosas cayéndose. Luego, la luz parpadeó y eso me asustó aún más. Me di la vuelta sólo para asegurarme de que la puerta de mi habitación estuviese cerrada... Sabía que no, pero deseé que así fuese; cuando miré —hizo una pausa con la respiración agitada—... allí estaba.

Una lágrima resbaló entre su mejilla y la mano de Don.

–¿Qué pasó? —inquirió susurrante, acercándole el rostro— ¿A quién o qué viste?

–No lo sé, era como la sombra de algo o... alguien. Era oscuro y... también creí ver sus OJOS; pero no recuerdo más porque en ese instante me quedé paralizada, como si estuviese dentro de una pesadilla. Todo se volvió oscuro a mi alrededor. No podía ver ni escuchar nada. Me quedé sin poder moverme... sin poder gritar en medio de una oscuridad absoluta.

Lyda Mason rompió en llanto. Don la atrajo hacia él, tomando sus manos, y la abrazó.

–Tranquila —susurró nuevamente a su oído. Don Bradenfield sintió una oleada de compasión y estuvo a punto de quebrarse en lágrimas también junto a ella. Recordar su actitud hacia la chica, ahora le hundía en un mar de remordimiento y culpa—. Y dime, después... ¿se lo dijiste a alguien más?

–No quería. Me quedé callada —contestó—, pero después de varias semanas decidí contarle a papá. Él no me creyó, por supuesto; dijo que se trataba solamente de una pesadilla y yo preferí pensar que así había sido. Aunque con el tiempo, la imagen, lejos de desaparecer, se hacía más real en mi mente. Desde ese día no he dejado de ver y sentir cosas en cada lugar a donde voy. Me siento perseguida por algo, pero... no sé qué es. Yo sólo... no sé cómo explicarlo.

Krenzville (La abadía del origen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora