–¡Tomen cualquier cosa que les sirva para defenderse! —indicó Hart, mirando hacia un rincón del recinto. Parecía lleno de algún tipo de escombros.
–¡Son pedazos de varas de madera! —señaló Josh Rashfordson con un graznido— ¡Agarren con generosidad, muchachos!
El resto de los ancianos, a excepción de los Rashfordson y de quienes tenían en su poder las armas extra de Louis, tomaron parte de las varas esparcidas por el rincón. Eran duras, lo suficiente como para defenderse e inhabilitar a alguien. Louis recargó nuevamente su revólver con las pocas municiones que le quedaban en la chaqueta y compartió algunas con Jerome. Benjamin Baddeley prefirió permanecer desarmado.
Un par de espectros chocaron contra el borde de la entrada y resbalaron sobre el suelo. Con un extraño tambaleo, continuaron hasta detenerse detrás de Durham; Hart dedujo que él les controlaba. Antes de que tuvieran tiempo de sorprenderse por esos dos, un ejército de más de treinta irrumpió en la sala. El lugar era más extenso que la ocupación de las criaturas, pero la puerta había quedado bloqueada por una barrera ósea de varios metros. Lyda Mason notó los detalles a la distancia: estaban llenos de barro y remiendos de tela. También tenían OJOS. Aquello último le horrorizó y le hizo sentir náuseas. Sus pies fueron apenas capaces de soportar el peso de su propio desagrado sin dejar que cayese de rodillas y arrojara todo el estómago.
«Mamá... papá... Simon» —el cosquilleo en sus entrañas le forzó a recordar el almuerzo de ese día y la tarde en familia. Aquellas horas estuvieron llenas de indecisión en cuanto a lo que haría de noche. Había escapado por la ventana de su dormitorio con la ayuda de una escalera de cuerdas qué robó del sótano. Don le esperó abajo y ambos corrieron para llegar a tiempo con Ryan Frost y con los demás. La suerte del muchacho ahora era incierta y ella creyó estar a punto de morir. Entonces supo que la pizca de valentía que le había llevado hasta allí por cuenta propia era el único sostén que le restaba a su existencia.
–Lo olvidaba —informó Jerome Hart—. Para acabarlos tienen que destruir sus cráneos o gran parte de sus cuerpos. Además, cuentan con una increíble fuerza física, así que tengan mucho cuidado y no dejen que los toquen.
–Haberlo dicho antes —replicó Tadd Bradenfield.
Claudus Edevane levantó el dedo índice y lo paseó por gran parte de la sala. Se detuvo apuntando en dirección a todas las personas al fondo. Un par de segundos después, el ejército de criaturas arremetió contra el grupo. Sin pensarlo demasiado, Jerome Hart disparó un par de veces con una precisión tan perfecta que dos de las criaturas cayeron inmóviles. Sus cráneos quedaron hechos trizas. Los demás frenaron de golpe como si tuviesen consciencia del peligro. Josh desvió la mirada de su enemigo para admirar nuevamente la puntería del hombre.
Durante los minutos subsiguientes, una ráfaga de disparos se extendió por todo el interior de la sala. A pesar de haber derribado a varios y de haber ganado parcialmente el control, la distancia entre ellos y los monstruos se estrechó tanto que apenas tuvieron tiempo para confrontarlos antes de que estos les superasen en fuerza. Uno de los monstruos se abalanzó sobre Jerome Hart. El hombre cayó y soltó el arma en el aire. Al mismo tiempo, la anciana Bradenfield recibía a otro con una gran vara de madera, destrozándole las costillas con el impacto.
Louis había corrido con la misma suerte de Jerome. Sin embargo, este último logró deshacerse de su rival en cuestión de instantes. La criatura que había inmovilizado a Louis Reus le asfixiaba con sus manos huesudas y embarradas. Súbitamente, el dolor de su torso lesionado volvió a aquejarle mientras era acabado.
Cuando ya comenzaba a perder el sentido, un disparo vino desde atrás, destruyendo el cráneo del esqueleto. Sus ojos viscosos y sanguinolentos cayeron sobre el pecho de Reus. Respiró profundo, luego levantó el cuello para ver a su defensor.
ESTÁS LEYENDO
Krenzville (La abadía del origen)
Mystery / ThrillerLa engreída utopía en la mente de aquellos sin alma, cuyas pesadillas han trastornado la concepción del temor, le hace parecer un lugar seguro, pero no lo es en realidad; Krenzville nunca lo ha sido desde que hay gente sobre sus tierras. Para Rose R...