Los tres frenaron ante la repentina conmoción, pero justo cuando se disponían a huir del lugar, una serie de voces, que provenían del interior del bosque, les detuvo. Eran extrañas. El profundo eco que generaban dificultaba discernirlas con claridad. No obstante, John las encontró bastante familiares. En unos segundos, las pocas voces se multiplicaron en una tormenta de alaridos semejantes a los gritos de una multitud.
En medio de la psicótica desesperación que les había invadido, bastó tan sólo un poco de concentración para que el mensaje llegara a ser inteligible.
–¡¿Escuchan... eso?! —preguntó John, intentando filtrar sus palabras entre el griterío de voces. Su interrogante pareció entrecortarse debido a los jadeos asustados, que no logró evitar.
–¡Sí! —ambos respondieron con asombro.
–¡Robert! —el sonido llegó desde alguna parte a través del ruido de la multitud.
–¡Corran!
«Son... nuestras propias voces» —pensó John sin dar crédito.
–¡No! ¡Dense prisa!
–¡¿Qué está pasando?!
–¡Son...! ¡Son nuestros gritos de aquella noche...! —espetó Rose. Hizo una larga pausa en medio del desconcierto— ¡en el bosque...! ¡cuando Robert desapareció...!
Ambos muchachos fueron testigos del hecho para confirmar lo que ella decía.
–¡Chicos, miren! —señaló Don con el rostro más pálido de lo habitual.
Miraron de nuevo en dirección al lago. A pocos metros de distancia, en una posición casi erguida, y con la cabeza hacia un lado, se encontraba el oficial de policía que antes les había sorprendido. Sin embargo, su rostro lucía distinto; sus ojos se habían tornado completamente negros, con un matiz maligno. Esbozaba una sonrisa que no les pareció humana.
Dieron un paso atrás. En medio del proceloso bullicio de la muchedumbre de sus propias voces, se dieron cuenta de que el hombre vocalizaba algo sin ningún sonido aparente. Los miraba con su sonrisa... malévola. Rose distinguió el movimiento de sus labios... hizo un gran esfuerzo por leerlos. Robert... Robert...
–¡Debemos irnos! —Don Bradenfield les tomó a ambos por el hombro.
Obedecieron sin pensárselo mucho y corrieron a toda prisa para alcanzar la avenida principal. Las voces se extinguieron paulatinamente a medida que se alejaban. También el rastro del oficial. En poco tiempo, alcanzaron la plaza central en medio de jadeos y se dispusieron a atravesarla para llegar al castillo del duque. A diferencia de lo que habían sospechado, todo lucía como de costumbre: gente caminando de forma tranquila, sin el menor cuidado, y los puestos de comerciantes funcionando como lo hacían habitualmente un fin de semana por la tarde.
Ryan Frost les encontró en la puerta del castillo. Él también parecía venir de algún lugar.
–¡Chicos, que sorpresa! —saludó con una cortés sonrisa. Se quitó el sombrero— ¡No esperaba verlos hoy por aquí!
Don Bradenfield trató de articular algunas palabras, pero su respiración irregular y los nervios se lo impidieron. El duque de Bendford se percató del estado en que se encontraban.
–Pero, ¿qué les pasó? —dijo con evidente preocupación— Nunca antes los vi tan pálidos.
Por fin, después de tomar suficiente aire, Rose fue capaz de hablar.
–¿Podemos pasar, señor Ryan? —preguntó— Creo que hemos encontrado algo.
–Por supuesto —contestó el hombre—, no tienen que preguntarlo. Adelante.
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Krenzville (La abadía del origen)
Mystery / ThrillerLa engreída utopía en la mente de aquellos sin alma, cuyas pesadillas han trastornado la concepción del temor, le hace parecer un lugar seguro, pero no lo es en realidad; Krenzville nunca lo ha sido desde que hay gente sobre sus tierras. Para Rose R...