Capítulo 46

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«Pero qué lindo cabello el de esa niña» —pensó.

Era apenas de mañana y el camino estaba desierto. Si tan solo hubiera esperado por su padre, no habría tenido que andar sola a la escuela. Debía recorrer el sendero junto al bosque, aunque la sensación de soledad disminuyó al ver a la niña que llevaba una mochila similar a la suya.

–¡Oye! ¡¿También vas a la escuela?! —la llamó, pero la niña no respondió. Su cabello era oscuro y contrastaba con su piel pálida. Caminaba de espaldas y su paso parecía acelerarse cada vez más— ¡Espera, podemos hacernos compañía si no vas tan de prisa!

En lugar de continuar en la misma dirección, la niña se desvío del camino y entró a través de los arbustos, por donde el bosque empezaba a un lado.

–¡Espera! ¡¿A dónde vas?! —demandó, pero otra vez no hubo respuesta alguna— ¡Ten cuidado o podrías perderte por allí! «Está loca; y ahora me hará perder el tiempo». ¡Oye!

Matilda Wolves dejó también el camino para seguirle detrás. Se adentró en el bosque al intentar igualarle el paso, pero tropezó con una roca casi invisible entre las hojas que se habían desprendido de los árboles con el viento de esa semana. Cayó rodando de pecho y arrastrando los brazos sobre la tierra y un montón de hierba y hojas.

«¡No puede ser, ahora estaré sucia y todo por haberla seguido!» —se lamentó.

Se puso de pie y se sacudió las rodillas y la ropa con las manos. Levantó la cabeza para buscar a la niña, pero sólo se encontró con el mismo desolado paisaje.

–¡¿En dónde te metiste?! —gritó, aunque sus esperanzas de hallarla se habían desvanecido con la caída— ¡Regresa! ¡Es peligroso! «¿A dónde se fue? No creo que encuentre un camino para ir a la escuela por aquí» —dedujo.

Se dispuso a regresar por donde había venido. Dio media vuelta con los hombros caídos por la frustración.

Nada alrededor.

Solo un par de ojos amarillos que le paralizaron por completo.

A partir de entonces, el tiempo pareció comprimirse y sus recuerdos subsiguientes se resumieron a destellos de luces y estrellas fugaces por doquier, atrapada en un interminable bucle de situaciones repetitivas que se mezclaban entre voces ininteligibles alrededor.

Una mujer. Era bella, pero su mirada le recordaba a los ojos que le habían detenido en aquel sitio.

El suelo temblaba y ella estaba aturdida. Recuperó gradualmente la visión para encontrarse con un joven medianamente obeso que se aproximaba. Se le veía cansado y preocupado, como si desease rescatarla. Las paredes a su lado también se estremecieron. En un principio, pensó estar mareada por todo aquello, hasta que vio al gordo caerse hacia su derecha.

–¡Vamos, levántate! ¡Todos, levántense! —advirtió nuevamente Robert Reznordton— ¡Hay que salir de aquí! ¡Rápido!

–¿En dónde estoy? —preguntó la chica, sollozando. Claramente, era algunos años menor que él, pero no tardó mucho tiempo en identificarla como una de las niñas de la familia Wolves— Tengo mucho miedo... No sé dónde estoy —se tomó las manos hechas un hilo de nervios y se las trajo hasta la boca.

–Escucha —el joven se agachó, intentando explicar con delicadeza. Todavía jadeaba—, ni siquiera yo mismo lo sé bien, así que no puedo responderte ahora, pero si no salimos de aquí, toda esta estructura colapsará encima de nosotros y no podremos saberlo nunca, ¿entiendes lo que digo?

La chica asintió, moviendo la cabeza y poniendo los pies en el suelo para levantarse por completo.

–Muy bien —dijo Robert, acercándose un poco más a ella—, ahora ve hacia la salida y espérame allí. Saldremos cuando todos estén de pie y listos.

La chica obedeció y corrió hacia la salida, mientras Robert Reznordton, junto a Jerome y sus tres amigos, continuaba ayudando a los demás a levantarse, incluyendo a la familia de Mathias Foe, el guardabosques. Los vio caminar a tumbos intentando mantenerse en pie a pesar del sacudón.

Varios residuos pequeños de escombro y polvo cayeron sobre las greñas de Jerome Hart. El hombre supo que todo estaba a punto de venirse abajo.

En medio de una multitud que corría a toda prisa fuera del salón, Matilda Wolves seguía aturdida e inmóvil. Robert Reznordton la tomó entonces del brazo y la llevó a través del pasillo.

Con toda la gente descendiendo por las escaleras, se hizo casi imposible avanzar lo suficientemente rápido antes de que el castillo entero se derrumbase.

–¡Todos bajen en orden y con mucho cuidado! —indicó Robert desde la parte media del grupo. Matilda lo encontró extrañamente encantador—, ¡De otra forma, perderemos el poco tiempo que nos queda!

–¡¿En dónde está Don?! —preguntó Rose Rashfordson sobre la escalera, dirigiéndose a John—, ¡lo perdí de vista! ¡Creo haberlo visto entrar nuevamente a la sala de la estatua, pero no he podido devolverme a buscarlo por todas las personas que bloquean el pasillo!

–¡Tienes razón! —contestó— ¡No está dentro del grupo! ¡Debemos esperar a que Jerome lo traiga de vuelta! ¡Vayamos a la sala principal, él dijo que allí estarían esperando nuestros abuelos y Louis!

–De acuerdo.

Una sección de peldaños se hizo añicos. En eso, Rose regresó para ayudar a levantar a una mujer. Su pie se había quedado atorado en el extremo de la abertura. El grupo restante de personas esquivó la parte accidentada de la escalera sin mucho inconveniente.

Krenzville (La abadía del origen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora