–¡¿Quién eres?! —demandó Jeremiah Templeshire a la figura en la puerta del recinto.
–Solo deseo darles la bienvenida —su voz era espantosamente grave. Se adelantó un par de pasos con lentitud—. Aunque las cordialidades realmente no son lo mío.
–¡¿En dónde están?! —cuestionó Janine, descargando parte de su ira reprimida— ¡¿En dónde tienes a nuestros muchachos?!
El estruendo causado por un disparo, en algún lugar del castillo, les hizo zarandear los ojos alrededor. A diferencia de ellos, el desconocido no se inquietó.
–Están en el lugar en donde debieron haber estado desde el principio.
–¡Tú tienes a Robert! —estalló Brent Reznordton— ¡Dánoslo ya!
–Ese es... un favor que no puedo conceder —respondió el extraño.
–¡Suficiente! —intervino Louis Reus. Su cuerpo se estremeció con una euforia que no había sentido desde hacía mucho tiempo— ¡No tendremos una conversación contigo! ¡Eso sería una pérdida de tiempo!
–¿Sugieres algo diferente, Louis? —dijo el hombre con perspicacia.
–Así que sabes mi nombre, ¿eh? Estoy seguro de que eres responsable de la muerte de Mathias y de la desaparición de muchas otras personas. ¡Será cuestión de tiempo para que el ejército venga y destruya todo este lugar!
–¿Destruir? ¿Por qué no lo intentas tú? —le desafió, abriendo los brazos.
Louis Reus entonces apuntó con el arma. Era consciente de que no tenía más de tres balas y de que gastaría algunos segundos intentando recargarla.
–No es necesario que lo pidas demasiado —el sarcasmo de su réplica le había liberado, en cierta manera, de sus nervios y ahora estaba seguro de dar el siguiente paso.
–¡Espera, no lo hagas! —se adelantó Tadd Bradenfield, pero ya era demasiado tarde.
Disparó.
La sorpresiva descarga vibró durante casi un minuto en los tímpanos de los presentes. Louis respiró el olor de la pólvora, contagiándose de su éxtasis.
«Eso será suficiente» —creyó.
El hombre se detuvo mientras miraba la herida en su pecho. Parecía agonizar y a punto de caer. Sin embargo, levantó la cabeza y se irguió de nuevo. Dedicó una mirada inexpresiva a quien le había disparado.
Hasta entonces, ninguno se había percatado de las marcadas cicatrices en su rostro. La imagen les hizo estremecerse al mismo tiempo. Desde la distancia, su mirada era visible y tenía un aire penetrante que surgía del mar de escombros de piel que era su rostro.
El hombre se aproximó con pasos lentos mientras el extremo de la espada seguía su marcha con el chillido continuo de la hoja raspando el suelo deteriorado.
«¡Maldición! ¡No puede ser! ¡¿Fallé?!»
Louis Reus se movió hacia atrás e intentó alejarse. Apuntó de nuevo sin vacilar y disparó con las únicas dos balas disponibles de la carga actual del revólver. Por un momento, Durham volvió a detenerse; ambos proyectiles le atravesaron la parte alta del pecho y la base del cuello. Otra vez, esa sonrisa inusual comenzó a dibujarse entre los desfigurados labios.
Presa de la incredulidad, Louis sacó la carga extra de municiones del bolsillo de su chaqueta de cuero. Recargó el arma con la misma agilidad que le había caracterizado durante años, pero no recordaba haber disparado antes a un hombre en sus partes vitales y que siguiera andando después de todo.
Una parte de sí se sintió excitada cuando las balas de bronce comenzaron a salir una tras otra en un estruendoso desfile, impactando contra la cabeza y el cuerpo de su enemigo. Casi estuvo a punto de sentirse satisfecho, pero, concluida la sonora ráfaga de proyectiles al azar, la inamovible postura y el semblante adusto del hombre le hicieron caer en cuenta de un hecho que parecía haber ignorado hasta entonces.
–¿Acaso tú... eres... INMORTAL?
Antes de que sus sentidos digirieran la reciente revelación, se encontró a menos de un palmo de distancia de un verdugo que le superaba en altura. Esta vez, la petrificación fue la única reacción natural de su cuerpo ante el pánico, que se hizo presente de forma inadvertida.
Sus grandes dedos se cerraron sobre el cuello de Louis Reus. El hombre lo levantó con una fuerza descomunal mientras sentía que la sangre dejaba de circular hacia la cabeza. Lo miró con sus indiferentes ojos celestes.
–No importa cuánto lo intentes, no podrás matarme. Ya te habrás dado cuenta de eso —señaló el sujeto. Desde cerca, su voz parecía un gruñido apenas tolerable—. La profecía debe cumplirse y todo aquel que se interponga morirá. Los acabaré a uno por uno.
–La pro... profecía —intentó articular forzadamente las palabras con su tráquea al límite—... ¿Qué... quieres decir?
–Los muchachos —contestó; después, hizo una pausa—. Ellos son la clave para su regreso y para mi victoria.
De pronto, Reus se sintió impulsado por la misma fuerza que le había tomado del cuello. En un instante, su cuerpo volaba a través del recinto. Observó los detalles del techo. El acabado era de madera, y una gran lámpara colgaba de su centro. Se precipitó al suelo con un golpe seco que fue absorbido por sus costillas en la parte izquierda y le lanzó a varios metros de distancia del lugar inicial. Un crujido le hizo saber que se había lastimado seriamente. La punzada de dolor en la espalda casi le dejó sin aliento.
–¡Louis! —Rosemary gritó mientras iba hacia él— ¡¿Te encuentras bien?!
–Sigo... con vida —contestó despacio, sin la más mínima intención de ser oído. Su cuerpo estaba a medio lado y sus manos reposaban sobre el suelo.
–¡Miserable! —Brent Reznordton se aproximó por la espalda. Con un salto se trepó de la nuca del gran hombre para intentar estrangularlo, pero no tuvo éxito, aunque había aplicado toda la fuerza que sus brazos poseían. Durante unos segundos, sintió la gruesa y escarpada piel de su cuello.
La poderosa mano le tomó de la chaqueta. Sin expresar la más mínima queja, el monstruo lo arrancó de su espalda como si fuese tan solo una mosca y lo tiró al suelo.
Una presencia se sumó desde la entrada. Era tan grande como el hombre que había lanzado a Louis y que se acercaba al señor Reznordton para liquidarlo. Su cuerpo estaba cubierto con una larga piel de oso y llevaba botas, las cuales se extendían a lo largo de sus pantorrillas. Otro monstruo de cuatro patas le acompañaba. Era como una especie de lobo gigante con pelaje tosco y ojos amarillos. Louis creyó reconocer a ambos. La presencia del animal invadió el ambiente con una sensación mayor de peligro, apenas aumentada por sus mismos gruñidos.
El hombre los miró de reojo sin inquietarse, mientras levantaba su espada para apuntar al anciano.
–Parece que te diviertes mucho con tu nueva visita, Durham —exclamó el recién llegado—. ¿Me harías los honores?
–¿Qué tal si tú mismo te presentas mientras yo acabo con esta basura? —el eco de su voz profunda hizo agonizar las paredes— Todos nuestros huéspedes requieren de mucha atención.
–¡Brent! —gritó Rosemary, intentando ir hacía él. Tadd Bradenfield alcanzo a tomarle el codo.
–¡Espera! —la detuvo con una advertencia— ¡Te matará si te acercas!
–¡Déjame ir, por favor! —suplicó la anciana.
Cole Durham posó la punta de la espada sobre el pecho cubierto de Brent. El anciano se había arrastrado de espaldas sobre la superficie del lugar, intentando alejarse inútilmente del arma de su enemigo.
–Ahora sentirás algo de dolor previo a tu propia muerte —su profunda mirada con expresión indescifrable se fijaba sobre los ojos temerosos de Brent—. Descuida, no durará demasiado.
ESTÁS LEYENDO
Krenzville (La abadía del origen)
Mystery / ThrillerLa engreída utopía en la mente de aquellos sin alma, cuyas pesadillas han trastornado la concepción del temor, le hace parecer un lugar seguro, pero no lo es en realidad; Krenzville nunca lo ha sido desde que hay gente sobre sus tierras. Para Rose R...