Grecia, Siglo IV a. de C.
Un par de vasijas de agua cayeron al suelo, delatándola delante de la vendedora de esmeraldas. La mujer miró a la asustada niña en un rincón. El sonido metálico de las armaduras chocando contra los escudos se hizo más cercano a medida que el agua de las vasijas se derramaba alrededor. La mujer tiró la colorida cobija que usaba como cortina hacia ella, dejándola cubierta al instante.
–¡Sal de donde estés o te golpearé hasta dejarte inconsciente, Aegea! —vociferó el hombre en medio del mercado, atrayendo la mirada de la multitud. Sus ojos eran negros, al igual que su cabello y su crecida barba, la cual le añadía al menos diez años de edad a su apariencia. Dos guardias le acompañaban, rebuscando violentamente entre las mesas— ¡Maldita sea! ¡Te encontraré antes de que pase un instante!
–¡Tú! —señaló a la mujer. Se acercó— De casualidad..., ¿no te habrás topado, con la niña rubia? Estoy seguro de que la he visto en este lugar.
–No —declaró la mujer, fingiéndose indiferente— ¿Puedo saber para qué la buscas?
–No es de tu incumbencia, pero te puedo decir que sus padres la han dejado a mi cargo —replicó—. Ellos se fueron muy lejos. Ahora ella me pertenece.
–No sé de lo que hablas. Será mejor que busques a tus esclavos en otro lugar.
–¿Qué dices? ¿Te atreves a desafiarme diciéndome en dónde debo buscar lo que es mío? —dijo con la voz disminuida. Notó que ella comenzaba a trepidar— Tus ojos me dicen algo. ¿Acaso... te asusto? —se acercó— Tú también podrías venir conmigo.
La atrajo hacia sí y la asió de una de sus piernas con rudeza mientras algunos curiosos murmuraban alrededor; intentaban no ser hallados espiando. La vendedora trató de liberarse, pero estaba muerta de miedo. Empalideció al sentir la mano del hombre que la sujetaba con fuerza. Sin oportunidad de oponerse, creyó que su cordura se derramaba junto al sudor que manaba de su rostro. Trató de forcejear, aunque fue en vano.
El estatus de Alexandros era motivo para que más de uno se sintiera intimidado con su presencia. La riqueza y los esclavos eran el detonante que le había dado prestigio alrededor de Tebas⁅10⁆ y le había congraciado con sus gobernantes. Sin embargo, era su oscuro hábito de torturar y los rumores acerca de sus cultos secretos y profanos, bien encubiertos por sus superiores, según se escuchaba, lo que le hacía ser considerado un peligro por quienes le temían.
Debajo de la tela, el temor se reflejaba en los ojos de la chica, cuyas lágrimas ella luchaba por contener. Se encogió más dentro de su escondite, abrazándose las piernas fuertemente mientras su defensora era presa del pánico en las manos del tirano.
–Te has quedado callada.
–Yo no quiero... nada de ti —luchó por resistirse inútilmente otra vez.
–Pero yo sí quiero ALGO —pasó la punta de su lengua sobre el cuello de la mujer. Ella hizo un gesto de repugnancia—. Quiero a la niña, y si no la encuentro por aquí... creo que tú servirás, aunque viéndolo bien, no luces tan joven como ella. ¡Ustedes! —giró hacia sus hombres— ¡Revisen este lugar!
Los guardias obedecieron de inmediato. Pronto, uno de ellos percibió movimiento. Se fijó en la sábana que cubría parte de la mercancía. Algo se agitó debajo y un par de utensilios cayeron dentro de la cubierta.
–¡Parece que aquí estás!
El guardia levantó la sábana con aspereza. Tenía la intención de encontrar a la niña con los ojos llorosos y la ropa mojada, pero en su lugar, sólo halló a un par de ratas que huyeron despavoridas y creando un mayor escándalo.
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Krenzville (La abadía del origen)
Mystery / ThrillerLa engreída utopía en la mente de aquellos sin alma, cuyas pesadillas han trastornado la concepción del temor, le hace parecer un lugar seguro, pero no lo es en realidad; Krenzville nunca lo ha sido desde que hay gente sobre sus tierras. Para Rose R...