La calle Reading era una larga hilera de restaurantes antiguos. A poco de llegar a la esquina, Don Bradenfield apoyó la espalda en la pared, al exterior del café de Sir Burton Cunningham. Él solía esperar sin impacientarse, pero esta vez, la ansiedad le hizo percibir el paso del tiempo con mayor lentitud, como si cada segundo contara su propia historia. Distinguió la silueta de la chica acercándose por la misma acera. Se llevó las manos a los bolsillos de su chaqueta con la intención de calentarlas un poco, pero aún temblaba levemente. Lo atribuyó al frío.
Lyda Mason lo miró con una sonrisa. Con todo, el rostro del chico se mantuvo estático y sin ninguna emoción aparente. Ella agachó la mirada.
–Lo siento —dijo Lyda, algo avergonzada.
Don reaccionó de inmediato. Sus cejas se levantaron, aclarándole los ojos, mientras articulaba algún extraño gesto con la boca. Era consciente de que su malestar, ese día, tenía poco que ver con ella
–No, está bien. Soy yo quien lo siente. Sólo pensaba... Pero me da gusto... verte. ¡Créeme! —agregó con una sonrisa entre titubeos—. ¿Entramos?
–De acuerdo —la chica asintió sin mayor disgusto, pero no levantó la mirada.
Durante el receso de las vacaciones, ambos frecuentaban más ese lugar que cualquier otro. El restaurante era bien reconocido gracias a su exquisito pudín de manzana y uvas, que competía con los mejores de su tipo en toda la región. Su popularidad entre los adolescentes y empresarios del pueblo no era cosa nueva, por lo cual poseía una gran afluencia de clientes. Don prefería las mañanas, cuando se encontraba más solitario y tranquilo.
–¿Todo va bien con tu hermano? —la pregunta del chico fue tomada al azar.
–¿Simon? —contestó con desdén— Ya lo conoces, sólo sabe fastidiarme y se queja todo el tiempo. Y... ¿qué hay de... tu amigo?, ¿se ha sabido algo de él?
–Nada aún, desafortunadamente —contestó con pesadumbre en el rostro.
–Estoy segura de que pronto aparecerá —dijo, sin pensarlo mucho. creyó estar siendo inoportuna con aquella última afirmación.
Aunque intentó ser de consuelo con sus palabras, no había servido de mucho. Don estuvo a punto de tomarle la mano, pero la brusca intervención de una mesera —Ava Spooner— arruinó el momento.
–¿Manzana y uvas? —preguntó la mujer con una voz áspera.
Los muchachos se limitaron a asentir.
Como era viernes, aprovecharon para dar un petit tour⁅5⁆ por la galería de arte y luego por el Museo Knight de Antigüedades. El encuentro con las armaduras que estaban en los mostradores de exhibición, al fondo, era fascinante para el chico. Por otro lado, aquella era la parte del plan que a Lyda Mason le resultaba de poco interés, pero no dijo nada al respecto; además, no había sido su idea.
Don observó el lugar con gran atención y luego comentó un par de datos históricos que pronto se perderían entre la esquivez de su compañera.
Dos hombres parecían discutir moderadamente, muy cerca de la pareja; luego de algunos instantes, uno de ellos levantó la voz con un tono de incredulidad. Don se percató de la charla, sin darle importancia. En un principio, había dado por sentado que se trataba de dos empleados del museo. Involuntariamente, algunas palabras, difíciles de ignorar, atravesaron sus oídos. Aquello le sorprendió tanto que las armaduras de antaño perdieron relevancia de un momento a otro.
–¡¿Gardenville?! ¡Eso es una locura! ¡Si se estigmatiza a ese lugar más de lo que está, nadie querrá comprar los terrenos cercanos y lo sabes!
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Krenzville (La abadía del origen)
Mystery / ThrillerLa engreída utopía en la mente de aquellos sin alma, cuyas pesadillas han trastornado la concepción del temor, le hace parecer un lugar seguro, pero no lo es en realidad; Krenzville nunca lo ha sido desde que hay gente sobre sus tierras. Para Rose R...