Capítulo 26

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Cuando despertó, su cuerpo aún le dolía. Se preguntó cuánto tiempo había estado allí. Poco a poco, la imagen del espectro se aclaraba en su mente. Notó que sus manos estaban heladas, pero no le molestó. Con el ritmo de la respiración acelerándose paulatinamente, recuperó la conciencia e intentó levantarse del suelo. Sus piernas aún se hallaban adormecidas, pero luego de un mínimo esfuerzo, logró ponerse de pie. Miró a su alrededor. El ambiente seguía siendo desolado y lúgubre, como una pesadilla de la cual no podía despertar.

Pensó en gritar, pero dudó que alguien pudiera escucharla; en su lugar, lloró, sintiendo un nido de lombrices que le saturaba el estómago. A pesar de saberse allí, la sensación de irrealidad persistía.

Durante un tiempo, caminó sin dirección. Pudieron haber sido minutos; tal vez horas, no lo sabía. El tiempo se le antojó insólito. Rebuscó una señal entre el paisaje, pero solo encontró la noche asentada sobre un pinar inmenso.

A pocos metros de distancia, una pequeña figura emergió. Una persona. Considerando su prolongada soledad e incertidumbre, no tuvo que pensárselo mucho para correr hacia ella. La velocidad de la carrera le evaporó las lágrimas. Era hombre. Joven, tal vez de una edad similar a la suya. Estaba agachado. Decidió acercarse más, pero una corriente de recelo le hizo detener el paso.

El muchacho, medianamente obeso, temblaba. Su cuerpo estaba semidesnudo; llevaba pantalones y zapatos, pero nada que le arropara el torso. Parecía temblar. La chica se acercó un poco e intentó aguzar la mirada en medio de la noche. Ahora, el sobrepeso del joven se había hecho evidente. Ella creyó reconocer la forma de su espalda.

–¡¿Robert?! ¡Robert, ¿eres tú?! —le llamó sin dar crédito.

Antes de que fuese consciente, ya su mano estaba sobre la cabeza del chico. Él reaccionó con un suspiro, como si recién notara que tenía compañía, aunque no abandonó su posición encorvada con los brazos rodeándole las piernas. Giró el cuello algunos grados. Rose Rashfordson se fijó en el extremo de su ojo derecho: se veía hinchado y lacrimoso.

–¿Rose?... ¿Qué haces aquí? —inquirió el chico entre rápidas inhalaciones sin ser capaz de procesarlo todo.

–¡Oh por Dios, Robert! ¡Eres tú! —el sonido de las palabras de Rose fue adornado con la forma de su sonrisa. Con una mayor confianza, acarició su cabello. Tuvo una fugaz impresión de que era ligeramente más largo que la última vez. También sintió que el barro en su cabeza se le metía entre las uñas— ¡¿Estás bien?! Yo... Yo... sabía que estabas vivo, pero... ¿En dónde estamos, Robert?

–Ella.

–¿Ella? —la chica se extrañó.

–Sus ojos... Su luz... Ella te trajo a este lugar.

–¿A qué te refieres, Robert? —inquirió. Trató de ponerse en cuclillas. Había disminuido el tono de su voz— ¿Quién es ella?, ¿y por qué estamos aquí?

Hasta entonces, Robert Reznordton no la había mirado fijamente a los ojos

–¡El cristal rojo... Gardenville... Krenzville... Fantasmas! ¡Todo es... su culpa! ¡Ella es demasiado fuerte!

–Pero, ¿de quién se trata?, dime. Tal vez podamos encontrar una manera de salir de este lugar.

–¿Salir? Eso no es posible. No —gimió—, no se puede salir de aquí. Es su propio bucle de tiempo. Ella lo controla todo.

–¡Escúchame, Robert! —Rose Rashfordson volvió a levantar el tono— ¡Sea lo que sea, debe haber una forma de salir de este lugar!

–¡Salir no es posible, Rose!

–¡Mírame! —la chica le tomó por la cabeza para obligarle a girar. Dobló su cara hacia ella. Casi gritó de sorpresa al verle de frente. El contorno de sus ojos tenía un color rojo como el de la sangre, y su mirada parecía perdida dentro de un pálido rostro carente de cualquier emoción. La chica estuvo a punto de llorar otra vez. Debió ser fuerte para no hacerlo— Sólo... Sólo...dime cómo hemos llegado aquí, por favor —suplicó.

Él la tomó de las manos para transmitirle un poco de serenidad.

–Rose..., ¿cuál es tu último recuerdo antes de haber llegado a este lugar? ¿En dónde estuviste antes? ¿Puedes recordarlo?

–Antes... Antes... yo... No lo sé. John... Don... El señor Ryan... Estábamos afuera de Gardenville, del palacio y... ¡No puedo recordar nada más! Es como si todo se hubiera desvanecido por completo hasta el punto de no entender mi relación con este sitio. Pero dime, ¿qué sabes tú, Robert? Todos te esperan y...

–No importa cuánto lo intentemos, nunca podremos regresar a la realidad.

–¿A qué te refieres?

–¡Rose, mírame! ¡Aunque estemos aquí..., esto no es REAL!

–¿No es... real?

Antes de que fuese capaz de sopesar la última declaración de Robert, el espectro se posó frente a ellos. Era bella como una princesa, pero un aura oscura la rodeaba. El muchacho agachó la cabeza. Los temblores en su cuerpo regresaron, esta vez, con mayor intensidad.

Rose —aquello mencionó su nombre con una voz tan dulce que no correspondía a su diabólica apariencia—. Has venido hasta aquí.

Krenzville (La abadía del origen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora