Una cinta roja se extendía a través de varios árboles. Se detuvieron.
–¿Algún tipo de señal? —preguntó Tadd Bradenfield.
–Sí. De aquí en adelante, es terreno de Gardenville —contestó Jerome Hart—. No se puede pasar sin autorización. Aunque nadie vendría normalmente a este lugar. A parte de que la tierra es demasiado húmeda y pantanosa, la leyenda dice que es un lugar maldito. La gran mayoría de los habitantes de Krenzville nunca ha pisado esta parte del bosque.
«Era de esta dirección de dónde venía Mathias antes de ser asesinado» —analizó Louis Reus.
Contemplaron el lugar durante unos momentos. Margareth miró a su esposo, recordando el suceso de años atrás.
–Muy bien, ¿están todos listos? —preguntó Jerome Hart; observó a la compañía. Antes de recibir una respuesta unánime, levantó la cinta con la mano derecha mientras sostenía, en su otra mano, la linterna de bolsillo para iluminar hacia adelante; detrás de él, siguieron Ryan Frost y Louis Reus. Los demás atravesaron el límite con suspicacia. Debido al abundante pinar y a la humedad de la niebla, la luz de sus aparatos apenas llegaba lejos.
–Sigan nuestros pasos —indicó Ryan Frost—. No se desvíen ni se separen del grupo; podrían perderse en cuestión de instantes.
–El lugar que buscamos, ¿está muy lejos? —inquirió Don Bradenfield.
–¿Te refieres al palacio? Calculo que estaremos allí en menos de veinte minutos.
–No quiero descartar sus palabras, señor Ryan, pero, como se ve todo, diría que nos tomará más tiempo —el muchacho pareció escéptico—. Este lugar es inmenso y no tiene una salida cercana.
–Descuida, ese es el gran misterio de este bosque —señaló—. Es un escondite secreto. No te darás cuenta que has llegado sino cuando solo falten algunos pocos metros —dedicó una mirada a los otros—. Estamos más cerca de lo que parece.
–Entiendo —el chico aceptó. Pero la verdad era que empezaba a sentir náuseas. Lo atribuyó al desmayo.
El aleteo de un par de cuervos les puso los nervios de punta. Desde que se habían internado en la oscuridad del bosque, el silencio había sido casi absoluto, excepto por el sonido de sus propios pasos sobre el barro o sus conversaciones casuales.
Rose Rashfordson tropezó con una raíz que sobresalía de forma no muy natural. A pesar de haber reaccionado a tiempo, no pudo controlar el movimiento de su cuerpo yendo hacia adelante. Sus rodillas chocaron contra el suelo frío, creando un sonido seco, menos grave de lo que se escuchaba. La linterna que llevaba en sus manos salió despedida algunos metros lejos de ella cuando intentó sujetarse de un tronco.
–¡Rose! ¿Estás bien? —John Templeshire se acercó a ella, cuidando de no tropezar también con algún objeto extraño— ¿Te lastimaste?
Margareth Gratefullady se percató del incidente; se acercó también, pero sólo había sido un tropiezo debido a lo difícil que resultaba discernir las raíces en aquella oscuridad.
El muchacho iluminó su cuerpo con su propia linterna, pero no escuchó respuesta alguna; más bien, notó que la chica se hallaba en un estado de parálisis. Alumbró entonces sus ojos. Su mirada parecía inmóvil y sólo apuntaba fijamente hacia la derecha, justo al lugar en donde había caído su linterna de bolsillo.
La luz del aparato en el suelo dejaba al descubierto algo no muy apartado del camino que debían seguir. Rose entonces miró asombrada al chico y señaló con el dedo hacia donde se estrellaba la luz. John siguió la señal de inmediato con un gesto de no entender la referencia de su amiga.
–¿Qué es eso? —preguntó.
Jeremiah Templeshire se alertó al ver a ambos chicos detenidos en el camino. Después de observar con un poco de atención, él también notó el hecho.
–¡Allá! ¡Miren! —señaló el anciano.
–¿Qué sucede? —la reacción de Jerome fue instantánea. Se devolvió hasta el lugar en donde se hallaba Rose arrodillada e intentó darle una mano— ¿Se encuentran bien? —preguntó, mirando también a John Templeshire.
En ese punto, ya todos observaban a los dos muchachos. Un pequeño grito se ahogó en la garganta de Sora James cuando advirtió por primera vez lo que había encontrado la chica.
–¡Allá! —volvió a señalar Jeremiah— ¡Mire hacia donde apunta la luz de la linterna!
Luego de ayudar a levantar a la chica, lo cual le tomó menos de un par de segundos, Jerome caminó hacia los pinos iluminados a su costado sin dar crédito a lo que veía.
–¿Qué sucede, Jerome? —preguntó el duque de Bendford— ¿Por qué nos detenemos?
–Ven a ver esto, Ryan. ¡Vengan todos a ver!
Don y Lyda se acercaron junto a los demás, sin demora.
–¡Dios mío! Son... ¡¿personas?! —exclamó Ryan Frost con el mismo desconcierto de todos.
A poca distancia, dos esqueletos yacían sentados al pie de uno de los pinos. Mientras Jerome se acercaba, el resto hacía su parte para iluminar más la escena.
–Han debido haber estado aquí por mucho tiempo —observó Hart—. Estos huesos están desgastados. No me extraña que nadie los haya encontrado en este lugar.
–Jerome, su ropa —se adelantó Reus—. Es un tanto extraña. Parecen monjes o algo así.
–Diría que parecen sacerdotes de alguna orden —añadió Jerome—. Nunca había visto ese tipo de túnicas negras. A pesar de que sean trapos muy desgastados, la tela debe ser bastante fina.
–¿Cuánto tiempo crees que lleven ahí? —preguntó Ryan Frost; tomó una vara del suelo y tocó los cadáveres, pero apenas se movieron.
–Años..., tal vez décadas. Parecen fósiles unidos a los árboles —opinó— ¡Oigan todos! —giró para dirigirse al grupo—, ¡debemos continuar! ¡No sabemos qué pasó con este par de hombres ni cuánto tiempo llevan aquí, pero si nos desconcentramos de nuestro objetivo, podemos perdernos en este bosque! ¡Además, estamos cerca, así que sigamos!
Todos obedecieron sin quitarle los ojos de encima a los esqueletos. En una última mirada, Rose . «No hay modo, son sólo huesos» —se dijo. Pero la inquietud acerca del destino de esos dos le hizo estremecerse.
Jerome Hart recogió la linterna y se la devolvió a la chica mientras los demás retomaban el camino. El hallazgo quedó en la completa oscuridad.
–Tranquila, no debes asustarte —el hombre puso una de sus manos sobre la cabeza de la chica—, ¿está bien?
–De acuerdo —asintió. Ese último gesto le había llenado de tranquilidad. Aunque se sentía vulnerable, todavía encontraba reconfortante la mirada del hombre misterioso.
–¡Andando! —exclamó Ryan Frost.
Louis, el duque y Jerome, junto al viejo Jeremiah Templeshire, tomaron otra vez la delantera del grupo. De alguna manera, ese inadvertido evento les había elevado los niveles de alerta. Con todo, el peligro parecía ser mínimo hasta entonces. Por lo pronto, comprobaron que el documento de Luke Frost era verídico. Nada extraño había acontecido después de la ventisca dentro del castillo y del desmayo de Don Bradenfield.
ESTÁS LEYENDO
Krenzville (La abadía del origen)
Mystery / ThrillerLa engreída utopía en la mente de aquellos sin alma, cuyas pesadillas han trastornado la concepción del temor, le hace parecer un lugar seguro, pero no lo es en realidad; Krenzville nunca lo ha sido desde que hay gente sobre sus tierras. Para Rose R...