Cuando dejó caer la capucha que cubría su cabeza, se dio cuenta de que sus cicatrices estaban entumecidas, y que el gélido zumbido de la brisa casi le había dejado los músculos del rostro sin movimiento. Eso no representaba problema alguno en momentos como aquel, cuando su mirada también era dura e inexpresiva.
–Han llegado antes de lo que esperábamos —afirmó, sin mirar al hombre semigigante a su izquierda—. Pero él lo tiene todo bajo control; de eso estoy seguro.
–Yo también lo creo —correspondió con su voz casi inhumana.
La luz era opaca; las velas apenas alcanzaban a atenuar levemente el efecto oscuro del pasillo. Ambos admiraron la puerta que tenían ante sus ojos: la habitación secreta, el oasis de ese viejo castillo, en donde no había visitas frecuentes y el silencio sólo era mermado por el aullido de un monstruoso animal que se paseaba muy cerca, en el bosque.
–¿Ya está todo listo? —preguntó.
–Sí. Solo faltan los demás, los elegidos. Y yo me encargaré de que estén aquí pronto —respondió confiadamente—. El resto es nada más una cortina.
–Ten cuidado de que tu emoción no te haga arruinarlo todo, ¿eh, Traury?
–Descuida, yo fui quien trajo al primero —dijo mientras se perdía con pasos lentos entre la oscuridad del pasillo.
El hombre fue indiferente a la partida de su acompañante. Su mirada profunda y celeste se mantenía fija en la puerta frente a él. Un ligero destello de luz se inmiscuía entre los bordes desgastados de la antigua entrada. Dos pasos le bastaron para que el picaporte oxidado estuviera al alcance de su mano derecha. Lo tomó, dándole un giro carente de prisas o esfuerzos. Escuchó el clic que le permitió empujar la puerta hacia adentro mientras las bisagras rechinaban, entonando un canto de bienvenida.
La luz azul se extendía a lo largo de la habitación con un intenso fulgor que llenaba cada rincón del lugar. Miró con sus ojos, inmunes a la ceguera, lo que se hallaba en el centro del destello. Observó los cuerpos y las líneas conectadas a sus cabezas. Se fijó en uno de ellos en especial. Sonrió; esta vez, su rostro pareció particularmente insano.
–¿No crees que ya nos hemos adentrado demasiado en el bosque? —cuestionó Louis Reus— Nada parece cambiar.
–Te equivocas —Jerome señaló hacia adelante con el dedo—. Mira la cantidad de árboles. Ha disminuido.
–Eso veo. Pero, aun así, parece haber mucho bosque por delante todavía.
–Es cierto, y se verá así hasta que hayamos llegado —intervino Ryan Frost desde su lugar—. Es como si este lugar estuviera encantado de algún modo para hacernos sentir perdidos todo el tiempo; aunque estemos muy cerca del castillo.
–¿Encantado? Eso suena como a un eufemismo, Ryan —declaró Louis—. Hay una maldición sobre este lugar. Si no estuviera acompañado de tanta gente, no me atrevería a poner un pie aquí.
–Tampoco yo lo haría. Afortunadamente, a Jerome no le dan miedo estas cosas, y vendría aquí sin ningún problema cualquier día del año.
–Hablas de mí como si fuese un héroe —espetó Hart.
Los cuatro miembros más jóvenes de la caravana caminaban pesadamente a causa del frío que las gruesas chaquetas difícilmente eran capaces de aislar durante esa época. La situación de los adultos no era muy distinta. Rosemary había puesto una bufanda de algodón alrededor de su cara para cubrirse la nariz y recibir el oxígeno del aire más cálido. Lyda, por su parte, no soltaba la mano de Don; la encontraba cálida, más allá de una sensación física.
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Krenzville (La abadía del origen)
Misteri / ThrillerLa engreída utopía en la mente de aquellos sin alma, cuyas pesadillas han trastornado la concepción del temor, le hace parecer un lugar seguro, pero no lo es en realidad; Krenzville nunca lo ha sido desde que hay gente sobre sus tierras. Para Rose R...