Capítulo 36

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–Es imposible que nos rescaten, porque nadie puede venir a este lugar a menos que sea raptado como lo fuimos nosotros —explicó Robert. Pareció seguro al hablar.

–Debe haber algo más que podamos hacer —replicó John Templeshire.

Don Bradenfield observó los alrededores con detenimiento.

–¿Hay más gente en este lugar además de nosotros, Robert? —preguntó.

–Diría que no, pero es algo que no podría asegurar. Como te has dado cuenta, es un lugar inmenso. ¿Por qué lo preguntas?

–Sólo pensaba. Tú no eres la única persona que ha desaparecido en el pueblo.

–¿Sugieres que todos han sufrido un destino similar?

–Es solo una hipótesis, pero me llena de inquietud; digo, ¿cuál es su propósito al encerrarnos en una prisión mental?, ¿y qué hace con nuestros cuerpos?

–Quedarnos aquí haciéndonos preguntas y pensando no solucionará nada —sentenció John en medio de su propia frustración—. Tenemos que movernos. Además, hay algo extraño arriba —señaló al cielo—. Miren.

–¿Qué es eso? —preguntó Robert, sobándose los ojos con fuerza.

–No lo sé, pero puede que sea algo peligroso. ¿Ya habías visto algo así en este lugar, Robert? —John le miró de nuevo.

–No, nunca. Será mejor que nos alejemos de este lugar.

–¡Sí! ¡Vamos por allá! —la chica se adelantó, señalando con el dedo hacia su norte.

Rose corrió sin mirar atrás durante varios minutos. Tan solo pudo distinguir la compañía del resto por el sonido de las rápidas pisadas tras ella.

–¡Suficiente! ¡Deténganse! —ordenó John Templeshire en voz alta— ¡Podemos observar desde aquí!

Frenaron la marcha, haciendo caso a las palabras de John. Para cuando miraron al cielo nuevamente, la pequeña espiral, que había aparecido segundos antes, era mucho más amplia. Se podía distinguir por su contraste con el apenas oscuro firmamento sobre el bosque. El agujero era negro y podía discernirse a través de la niebla.

El efecto del fenómeno se volvió más notable en los pinos altos, los cuales comenzaron a agitarse al ser golpeados por ráfagas de viento. Los muchachos tuvieron que sujetarse del tallo de los árboles para no ser arrastrados por la tempestad. Todo el alboroto del bosque vino acompañado del estruendoso crujido de truenos estallando por doquier.

–¡¿Qué está sucediendo?! —Rose se alertó. Su cabello alborotado chocaba contra su cara.

–¡No lo sé, pero sujétense fuerte! —les previno John por puro instinto.

Por primera vez, la niebla se despejaba de todo el lugar y su visión de éste era más clara que nunca.

–¡Algo aparece... en el cielo! —señaló de nuevo el chico.

Una columna resplandecía desde en medio del agujero y descendía hasta perderse entre los pinos. El estrépito comenzó a desvanecerse paulatinamente junto con el fuerte viento. Tan rápido como se había expandido, el círculo en el cielo comenzó a cerrarse alrededor de la delgada columna, la cual desapareció de forma subsecuente hasta que el ambiente del bosque regresó a la normalidad.

–¡¿Ya acabó?! —preguntó la chica con la voz abrazada por los temblores.

–Eso parece —contestó Don Bradenfield, extrañado—, pero ¿qué era esa luz?

–Averigüémoslo —sugirió Robert; les miró a cada uno, aunque sin buscar una respuesta.

–Ni siquiera tienes que decirlo. ¡Vamos! —indicó John cuando ya comenzaba a correr en dirección al lugar en donde había descendido la columna.

–¡Esperen! —Rose dio un graznido tan fuerte que les hizo girar de inmediato hacia ella.

–¡¿Qué sucede?! —John Templeshire se detuvo de golpe.

–¿Escuchan eso?

–¿A qué te refieres? Yo no... un momento. Es cierto, algo viene de...

–¡Debajo de la tierra! —completó Robert Reznordton, apartándose— ¡Tengan cuidado, no estamos seguros de lo que pueda ser!

El sonido, parecido al de los truenos de un momento atrás, se volvió más intenso hasta hacerse perfectamente audible.

Después, el suelo del bosque comenzó a moverse con leves vibraciones irregulares que rápidamente se convirtieron en un violento movimiento telúrico. Apenas pudieron mantenerse en pie antes de caer inevitablemente de rodillas.

–¡¿Qué está pasando?! —la chica tuvo la sensación de estar deshaciéndose en nervios.

–¡No lo sé! —intervino Don— ¡¿Un terremoto, tal vez?! ¡Parece que viene de abajo!

El movimiento se desvaneció en instantes. Acto seguido, todo quedó en silencio: los árboles, el cielo, el viento.

Krenzville (La abadía del origen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora