Capítulo 51

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Prisión estatal de Krenzville

Lenin Martinwhite observó los ojos perdidos de Elijah Robertson y su cuerpo recostado sobre la celda. La sangre se había derramado desde su cuello hasta salpicar las paredes y crear un charco a su espalda.

El prisionero hizo un gran esfuerzo para deshacer la mordaza de sus tobillos, pero fue en vano. Encontró limitado el movimiento de sus muñecas por las esposas ligadas a una cadena que partía desde el techo. Además, el trapo amarrado alrededor de su cabeza y entre sus dientes le impidió vocalizar los gritos de alerta.

Miró hacia el techo y dejó caer el peso de su cuerpo sin darle importancia al dolor en la base de las manos, en donde las esposas ejercían mayor presión. Sin embargo, la cadena era gruesa y su vínculo con el cemento parecía demasiado sólido. Escuchó unos pasos alejarse hacia la izquierda. Cuando volvió la cabeza, Martinwhite ya había desaparecido.



14 minutos antes

–Querías evitar un escándalo, pero, ¿cómo explicarás todo esto?

–No pienso explicarlo. Los terremotos son bastante comunes en este lugar.

–¡Los terremotos!, ¡¿pero el derrumbe de un palacio desconocido en una parte estigmatizada del bosque?! Todos suponen que la policía conocía al respecto. Nosotros mismos restringimos la entrada al bosque, ¿y para qué? Ni yo mismo podría decirlo, dado que tú retuviste información.

–Insisto, es imposible que se involucre a la policía con algo así.

Robertson se acercó a él con una mirada frenética, aunque Martinwhite no se inquietó en lo más mínimo.

–Al final, parece que eres indiferente a las consecuencias. ¿Qué vamos a hacer con Hart? ¿De qué le acusamos si no tiene una maldita idea de dónde se encuentra Ryan Frost?

–En lo que a nosotros concierne, él es el responsable de su desaparición y del desastre del castillo —señaló al prisionero con la mirada.

–Te olvidas de Reus —agregó Robertson. Casi ignoró la declaración del hombre.

–No podemos hacer nada con Reus hasta que demos con él —dijo Martinwhite— Por ahora, guardemos silencio y ocupémonos de averiguar más sobre lo que sucedió allí.

Jerome Hart los observó a ambos. Apenas comenzaba a recuperar la consciencia. Conocía al oficial de alguna ocasión en la plaza central del pueblo, pero al otro jamás lo había visto. Se trataba de un sujeto con gabán y sombrero beige. Era delgado y más bajo que Elijah Robertson. Los párpados caídos y arrugados apenas dejaban ver sus negros ojos. Jerome creyó que su rostro carecía de emociones. Le recordó a alguien desagradable.

–Ni siquiera has respondido a mi pregunta. Dime cómo convenceremos a las personas y a los gobernantes de que los amigos del duque son los responsables de todo aquello.

–¿Necesita la policía convencer a alguien?

–¡Estoy harto de ti y de tus estúpidos métodos que sólo nos están llevando a la ruina y a la vergüenza pública, Martinwhite! —Elijah se sobresaltó— ¡¿Quieres saber algo?! ¡He estado detrás de la muerte de Robins y hemos encontrado COSAS! ¡Hay mucho que te compromete, en especial con toda esta investigación, y no voy a dejar que mi trasero pague por el tuyo! ¡No puedo confiar más en ti! ¡De ahora en adelante, estás fuera!, ¡¿me entiendes?!

–Realmente, no.

Lenin paseó la mano derecha por su cintura entre sus pantalones y el gabán. El clic del arma sonó levemente una vez la tomó de la correa. Al principio la sostuvo lado a lado con su cuerpo. Robertson abrió más los ojos al ver la reacción del hombre, pero antes de que fuera capaz de asimilarlo, notó cómo la mano de Martinwhite se levantaba con el arma apretada y apuntada sobre su nariz.

–Espera... ¿Qué haces..., Lenin?

–Conocer los detalles tiene un precio —declaró con voz susurrante. Apuntó a cada parte de su cuerpo mientras el oficial se alejaba hacia atrás. Pero su espalda se encontró rápidamente con la celda—. Tú eres un peligro, un peligro para que todo se desarrolle como debe, ya que quisiste saber aquello que te estaba prohibido.

–¡¿Detalles?! ¡¿De qué demonios hablas?! —inquirió con la voz ahogada por los nervios— ¡Aleja eso de mí, ahora!

–Verás..., yo soy el maestro de todo

–¡Espera!... ¡No...!

Disparó directo al cuello.

Lo hizo un par de veces más antes de que el cuerpo inerte de Elijah Robertson cayera resbalándose sobre los barrotes. No agonizó ni siquiera un poco. El rostro de Martinwhite conservó su fría expresión mientras dirigió nuevamente la mirada al prisionero. Sin dar crédito, Jerome Hart forcejeó para librarse de la cadena unida a las esposas y al techo. Creyó que entonces sería su turno de morir, pero en un instante, el asesino había desaparecido, dejándole con el cadáver a poca distancia de sus pies.

Cuando el hombre dejó la prisión, ya era de noche y llovía. No se inquietó por el agua en su ropa. El Rolls-Royce Phantom le esperaba afuera.  

Krenzville (La abadía del origen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora