Betty Cooper es una joven universitaria con padres estrictos y una vida supuestamente perfecta y Jughead Jones es el chico callado y solitario que se enfrentará a muchas cosas sólo por ella. Pero... ¿Podrá su amor triunfar cuando todo está en su con...
Pasó exactamente un mes y Betty nunca había estado mejor; Continuó con sus terapias con la psicóloga, acompañada de su lugar seguro que era su novio y todo marchaba bien. Tuvo que someterse a terapia tres veces a la semana y tomar unas medicinas para sus ataques de pánico, todo sin que sus padres se enterasen de nada.
Pero lo más importante era que por fin estaba cerrando un oscuro capítulo de su vida, aunque tal vez ésta paz no duraría mucho.
Una Betty feliz, relajada y descansada estaba bajando las escaleras y se dirigió a sus padres para avisarles algo.
—Mamá... Papá...— Los llamó Betty, mirándolos. —¿Puedo...?—
—Si hija, ve— Autorizó Alice, mirando su celular.
—Solo regresa temprano— Pidió Hall, también usando su celular.
Betty asintió, un tanto extrañada. —Okey... Nos vemos luego— Se despidió, saliendo rápidamente de la casa.
Alice levantó la mirada, asegurándose de que su hija ya se había ido y miró a su esposo. —Hay algo raro en esa niña—
Hall suspiró. —¿Ahora qué, querida?—
—Solo mírala, está... Está diferente— Admitió Alice. —Ya no hace dramas, ya no hace berrinches, está más... Más... Se ve menos estresada—
—Y eso es muy bueno... ¿No?— Preguntó Hall, aún mirando su celular.
—Si pero... ¿De la noche a la mañana?— Preguntó Alice. —Es raro, tengo que llegar al fondo de esto— Se puso de pie.
Hall no le prestó ni la más mínima atención, ya estaba un poco cansado de la obsesión de su mujer con su propia hija.
Alice subió a la habitación de su hija, la cuál estaba con la puerta entreabierta y entró, empezando a buscar entre los cajones de la mesita de noche, el armario, sus mochilas, carteras y hasta debajo de su almohada hasta que encontró algo que no había visto jamás.
Un paquete de pastillas llamadas "Fluoxetina" debajo de la almohada de su hija. Miró el paquete con una ceja alzada, se lo llevó y salió de la habitación, dispuesta a investigar de qué se trataba.
¿Y qué hacía Betty mientras su madre estaba buscando otro motivo para discutir con ella? Estaba en casa de su novio, precisamente en su habitación, sin ropa, saltando encima de su miembro y gimiendo su nombre.
—Juggie...— Gimió ella, cerrando los ojos con fuerza y saltando más rápido encima de el. —Ahí voy... Estoy cerca...
—Maldición nena...— Gruñó el ojiazul, tirando su cabeza hacia atrás, cerrando los ojos. —Ya voy a...
No podía hablar de tanto placer. En ese momento las paredes internas de su novia lo apretaron en el orgasmo haciendo que él se viniera de inmediato, terminando así lo que sería la tercera ronda de sexo entre ellos después de que Betty había llegado a la casa, aprovechando que los demás integrantes de la familia no estaban.
Tras terminar con sus oleadas de placer, sin cambiar de posición, se besaron dulcemente, soltando una risa y mirándose a los ojos, enamorados.
—Eres la mejor— Aseguró Jughead, dejando numerosos besos en sus labios. —Te amo, preciosa—
—Soy la mejor porque aprendí del mejor— Admitió Betty, pícara.
Jughead sonrió y su novia bajó de él, él tiró el condón que recién había usado y ambos se volvieron a vestir, dirigiéndose a la cocina.
—¿Por qué me traes a la cocina?— Preguntó Betty, con una ceja alzada. —¿Lo haremos aquí?—
Jughead soltó una risa y besó su frente. —No bebé, pero te la debo, cuando tengamos nuestra propia cocina—
Betty abrió los ojos como platos y sonrió inmensamente con un brillo en ella.
Él veía un futuro para ambos.
—Voy a prepararte un flan con la receta de los ascendentes de mi padre— Avisó Jughead, empezando a sacar los ingredientes. —Te lo prometí y aún no lo he hecho—
—Te ayudo— Pidió Betty, entusiasmada.
Entre los dos empezaron a preparar aquel deseado flan. Betty siguió las instrucciones de su novio y con trabajo en equipo terminaron de prepararlo.
—Abre grande— Pidió Jughead, llevando una cucharada de flan a la boca de su novia.
Betty abrió su boca, probó el flan y sus ojos brillaron. Evidentemente estaba exquisito.
—Mmmm... Definitivamente no está como los que preparamos aquí en Estados Unidos— Admitió Betty, feliz.
—Llevales un poco a tus padres— Pidió Jughead, tomando un trozo de flan y guardándolo en un recipiente. —Vamos, ya es tarde. Debo llevarte a casa—
Eso hizo el chico. Llevó a su novia a casa en la moto y como era algo tarde se fue enseguida.
Betty entró a su casa, contenta y fue directo a la cocina a dejar el flan hasta que su madre se le acercó.
—Mamá... Jughead y yo hicimos un flan italiano, está en la cocina— Avisó. —Mamá... ¿Estás bien?—
—Elizabeth... ¿Quieres explicarme qué es esto?— Le preguntó, sacando el paquete de pastillas Fluoxetina.
Betty palideció enseguida, acercándose a su madre. —Mamá eso es mío—
—Lo se— Aseguró Alice, molesta. —¿Por qué te tomas unas malditas pastillas para la depresión? ¿Acaso tienes motivos para estar en depresión?—
—No, no tengo depresión— Negó Betty, tomando aire, dispuesta a decir sus verdades. —Las tomo para mis ataques de pánico que por cierto no te importan ni un poco, no me entiendes y nunca me entendiste. ¡Ni siquiera esperas a que llegue bien para querer pelear conmigo!—
—¡Silencio jovencita!— Gritó Alice, enojada. —¿¡Quien te las compró!? ¿¡Por qué te tomas esto!?—
—¡Porque por tu culpa me pasa esto! ¡Siempre me presionaste, nunca estás contenta con nada de lo que hago y encima quieres controlar tanto mi vida que no me quieres dejar vivirla! ¡Ojalá supieras y entendieras lo que es batallar con tu propia mente día por día! ¡Qué te falte el aire, que sientas que vas a morirte y que te digan que sólo estás exagerando o que estás fingiendo! ¡Me cansé de vivir con eso mamá! ¡Tuve que ver a una psicóloga y tomar terapia, maldición hasta me tengo que medicar para no sentirme mal todo el tiempo!— Gritó.
Alice la miró en total silencio y no supo qué más decir. Su hija estaba explotando, por fin estaba dejando salir lo que de verdad tenía dentro.
Pero eso a ella no le agradaba.
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