El Pequeño Cuervo Ha Llegado

11 2 0
                                    

Desde la cita en el hospital, Kageyama no había dejado de preocuparse. Hinata lo sabía, lo veía en los pequeños detalles: la forma en que Tobio lo miraba cuando pensaba que no se daba cuenta, las preguntas constantes sobre cómo se sentía, y la preocupación silenciosa que se desbordaba en la manera en que ajustaba las mantas sobre su cuerpo cada noche.

La doctora Satō les había informado que, debido a la cuarentena y a los protocolos estrictos, Hinata tendría que presentarse al hospital unos días antes de la fecha prevista para su parto. La idea de estar en un hospital en medio de la pandemia, lejos de la comodidad de su hogar, no le entusiasmaba a Hinata. Y aunque intentaba actuar como si todo estuviera bajo control, la verdad era que no podía evitar sentir una punzada de ansiedad.

Kageyama, por su parte, estaba haciendo lo posible para no mostrar cuán asustado estaba. Pero Hinata lo conocía bien. Sabía que su alfa estaba preocupado no solo por la salud de su omega, sino también por el pequeño ser que estaba por llegar. Los días avanzaban con rapidez, y mientras las noches pasaban, Kageyama trataba de calmar su mente, aunque sin mucho éxito.

Finalmente, el 10 de diciembre, llegó el día. Hinata fue ingresado al hospital, acompañado en todo momento por Kageyama, quien parecía más nervioso que nunca. Durante la última ecografía, les confirmaron que su bebé nacería el 14 de diciembre.

La habitación del hospital era acogedora, pero nada comparado con la calidez de su hogar. A pesar de todo, Hinata trataba de mantenerse positivo, recordándose que pronto conocerían a su cuervito. Kageyama lo cuidaba, dándole pequeños besos en la frente, acariciando su cabello y haciendo lo posible para mantener el ánimo en alto.     

...

La sala de espera estaba en silencio. Kageyama caminaba de un lado a otro, sus manos sudorosas y su corazón latiendo rápido. No lo habían dejado entrar a la sala de partos, y aunque entendía las razones médicas y las restricciones por la cuarentena, no podía evitar sentirse desesperado. Quería estar allí, junto a Hinata, sosteniéndole la mano, pero en cambio, estaba atrapado fuera, con nada más que su nerviosismo y preocupación.

El reloj avanzaba lentamente. Cada minuto se sentía como una eternidad, y su mente no dejaba de imaginar todo tipo de escenarios. ¿Estaba todo bien? ¿Hinata estaría bien? ¿Y el bebé? Apretó los puños, intentando calmarse, pero la tensión en su pecho era abrumadora.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, una enfermera se acercó a él con una sonrisa cansada pero reconfortante.

—El parto fue un éxito. Hinata-san y el bebé están bien, pero están descansando. Podrás verlos en un par de horas.

El alivio inundó su cuerpo, haciendo que sus rodillas casi se doblaran de la emoción contenida. Kageyama dejó escapar un largo suspiro, sintiendo que, por primera vez en horas, podía respirar con normalidad. Pero la espera aún no terminaba.

Pasaron varias horas más antes de que le permitieran entrar a la habitación. Las luces eran tenues, el ambiente sereno. Hinata estaba en la cama, su rostro pálido pero tranquilo, descansando. Junto a él, en una pequeña cuna, estaba su bebé, envuelto en una mantita suave.

Cuando Kageyama entró, todo el caos y el estrés de las últimas horas desaparecieron. Era como si el mundo hubiera detenido su marcha solo para ese instante. Se acercó en silencio, sus ojos fijos en la pequeña criatura que había llegado a sus vidas.

Kageyama se acercó como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera romper la magia de ese momento. Al llegar a la cama, se arrodilló junto a Hinata y miró al pequeño bebé, sintiendo que algo muy profundo en él se llenaba de una ternura.

—El cuervito esta aquí..—susurró Hinata con una sonrisa agotada, pero feliz—.Sora, creo que es una copia tuya, verdad?

"Sora". El nombre resonó en Kageyama de una manera tan natural que parecía haber estado ahí desde siempre, esperando a ser pronunciado. Sora, como el cielo que siempre había sido testigo de sus juegos, de sus esfuerzos, de sus sueños compartidos. Un nombre que encajaba perfectamente para alguien tan pequeño y lleno de posibilidades.

Kageyama tragó saliva, sintiendo cómo una lágrima, cálida y pesada, caía por su mejilla. Su omega, tan pequeño y fuerte, había traído a ese hermoso ser al mundo.

—Sora... —repitió Kageyama con voz ronca, acariciando la suave cabecita del bebé—. Es perfecto.

Hinata lo observó con una dulzura inmensa, sosteniendo al bebé cerca de su pecho mientras la paz del momento los envolvía. Kageyama no podía apartar la vista de ellos. Esa imagen, su omega y su hijo, era más hermosa que cualquier victoria, más significativa que cualquier logro.

—Gracias... —murmuró Kageyama, inclinándose para besar la frente de Hinata, sintiendo que las palabras no eran suficientes para expresar todo lo que pasaba por su corazón.

Hinata, aunque agotado, lo miró con esos ojos grandes y brillantes, llenos de amor. El bebé, Sora, dormía tranquilamente en los brazos de su madre, ajeno al mundo pero seguro en la calidez de su familia.

Y en ese pequeño cuarto de hospital, todo parecía perfecto. Kageyama se sentó al lado de la cama, tomando la mano de Hinata con una delicadeza que solo reservaba para él. Observaba a su pequeño hijo y al omega que lo había dado todo, sintiéndose más agradecido de lo que jamás pensó que podría estar.

El tiempo dejó de importar, porque en ese momento lo único que existía era el amor que los tres compartían. Y Kageyama, por primera vez en mucho tiempo, sintió que no necesitaba nada más en el mundo.

Un futuro? -kagehina_omegaverse-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora