Fiebre de mayo

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El aire de mayo, cálido pero con un toque fresco de primavera, prometía un nuevo comienzo. Sin embargo, esa noche se había sentido más sofocante que de costumbre dentro de la casa. Sora, normalmente inquieto y lleno de vida, había pasado el día más silencioso y débil, su pequeño cuerpo rendido ante el malestar. Hinata se daba cuenta de que algo no andaba bien, pero no fue hasta que sintió su frente, ardiendo bajo sus dedos, que la realidad le golpeó.

Sora tenía fiebre.

—¿Por qué no me di cuenta antes? —pensó, sintiendo cómo una punzada de culpa lo atravesaba—. Soy su padre, debería haber estado más atento a las señales.

Sora gimió, y el sonido hizo que el corazón de Hinata se hundiera aún más. Los ojos de su bebé, que solían brillar con curiosidad, estaban opacos y llenos de malestar. Con cada pequeño movimiento, se podía ver la lucha del pequeño cuervo contra la fiebre, y Hinata se sintió cada vez más impotente.

—Estarás bien, Sora. Estoy aquí, pequeño. Solo necesito se fuerte un poco más —susurró, tratando de calmarse mientras acariciaba la frente caliente de su hijo.

Se levantó y comenzó a preparar un poco de agua fresca. Recordaba laos cuidados que le daba su madre cuando el se enfermaba con fiebre. Con cuidado, empapó un paño en el agua y lo pasó suavemente por la frente de Sora, esperanzado de que eso pudiera aliviar su malestar.

—Ven aquí, cariño —dijo, intentando colocar a Sora en un lugar cómodo en el sofá. Lo envolvió en una manta suave, asegurándose de que no estuviera demasiado caliente, mientras hablaba en un tono bajo y tranquilizador—. Mamá está aquí contigo.

A pesar de su angustia, Hinata se esforzó por mantenerse sereno. Intentó distraer a Sora, hablándole con una voz consoladora . Con cada palabra, su voz temblaba un poco, pero era importante que su hijo sintiera el amor y la protección que siempre le había brindado.

—Eres valiente cuervito —dijo, acariciando su cabello—.

Los minutos parecían horas mientras miraba a Sora, ansioso. Intentó verificar si podía hacer algo más, pero la fiebre parecía consumir al pequeño más rápido de lo que podía reaccionar. De repente, escuchó un ligero quejido. Sora se movió, abriendo un poco los ojos y buscando el calor de su madre. Hinata se sintió impotente, pero al mismo tiempo, sabía que debía seguir cuidándolo.

—No puedo dejarte sufrir así... —murmuró, sintiendo cómo una punzada de culpa lo atravesaba—. Lo siento mucho, Sora...

La angustia de ver a Sora así, llorando por el malestar y la fiebre, hizo que Hinata se sintiera completamente abrumado. Sin embargo, en su interior, sabía que debía seguir siendo fuerte por su pequeño. Le dio un suave masaje en la espalda, intentando reconfortarlo.

Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, y Hinata intentó secarlas con el dorso de la mano. No quería que Sora lo viera así; no quería que supiera cuánto le dolía verlo sufrir. Pero no podía evitarlo. La culpa lo aplastaba, y un susurro en su mente le decía que debía haberlo protegido mejor.

—Perdóname, pequeño. Por favor —Hinata apretó la mandíbula, intentando contener el llanto. Miró a Sora, quien lo miraba con esos ojos llenos de dolor—. ¿Por qué no puedo hacer que te sientas mejor?

Después de unos momentos que parecieron eternos, Sora comenzó a llorar, su pequeño cuerpo se retorcía mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Hinata se sintió completamente desgarrado al verlo sufrir, y la angustia lo envolvió como una nube oscura. Sin poder contenerse más, llevó al bebé a su pecho, acunándolo con ternura.

—Lo siento tanto, Sora... Lo siento. Te prometo que haré todo lo posible para ayudarte —murmuró, sintiendo cómo el corazón se le rompía en pedazos. Su bebé gemía, y Hinata sintió cómo su alma se desgastaba, cargando con el peso de la culpa de no poder protegerlo.

Los minutos parecían horas mientras Sora seguía luchando contra la fiebre, su pequeño cuerpo temblando, y la angustia de Hinata se intensificaba con cada segundo. Finalmente, cuando estaba a punto de perder la esperanza, oyó el sonido familiar de la puerta abriéndose. Kageyama había regresado.

—Shoyo, estoy en casa —anunció, su respiración entrecortada al ver la situación. Su expresión se tornó seria al notar la palidez en el rostro de Sora.

Sin perder tiempo, Kageyama se acercó, colocando su mano en la frente de Sora. Su rostro se frunció de preocupación.

—Sora.. con esto te sentirás mejor  —dijo, su voz firme. Se movió rápidamente, sacando las medicinas de la bolsa. Mientras tanto, Hinata no podía evitar seguir sintiéndose como si hubiera fallado.

—Cuervito papa te ayudara...Bien? —dijo, su voz quebrada, sintiendo que las lágrimas volvían a amenazar con caer.—lo siento, Tobio, esto es mi culpa—

Kageyama miró a Hinata, su mano firmemente agarrando la de su omega.

—No es cierto, Shoyo... —le dijo, pero Hinata no podía dejar de pensar que debería haberlo sabido, que debería haber hecho más.

—Yo debería haber estado más atento —murmuró, sintiendo que la culpa lo aplastaba aún más.

Kageyama preparó la medicina con agilidad, administrándola a Sora con un cuidado y paciencia que Hinata admiraba. La expresión de su hijo seguía mostrando incomodidad, pero por primera vez desde que había comenzado a llorar, Sora dejó escapar un pequeño suspiro al tragar la medicina.

—Tienes que ser fuerte, pequeño cuervito —dijo Kageyama, acariciando la cabecita de Sora, sus ojos llenos de determinación—. Pronto te sentirás mejor. 

Hinata observó cómo su alfa se movía con confianza, sintiéndose algo más aliviado al saber que Kageyama estaba allí para ayudar. A medida que pasaban los minutos, Sora comenzó a calmarse, su respiración volviéndose más uniforme. Aunque aún había un largo camino por recorrer, la luz de la esperanza empezaba a brillar en medio de la oscuridad de la angustia.

Mientras los dos padres cuidaban de su bebé, Hinata sintió que su corazón se aliviaba lentamente. Aunque la culpa aún lo seguía, la unión y el amor que compartían en ese momento les daba la fuerza que necesitaban para seguir adelante. 

Un futuro? -kagehina_omegaverse-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora