El cuervito

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El día amanecía despejado, con una brisa suave que balanceaba las hojas de los árboles, anunciando la llegada del verano . La vida de Hinata y Kageyama había encontrado un ritmo cálido y acogedor, especialmente con Sora, que cada día sorprendía con algo nuevo. Aunque los tiempos aún no eran los más fáciles, pequeños momentos de paz les recordaban lo bendecidos que estaban con su pequeño "ángel", como solían decir sus vecinos.

—¿Has visto cómo cada vez que Sora sale al jardín, siempre hay alguien que le lanza un cumplido? —dijo Hinata, sonriendo mientras acomodaba una bufanda ligera alrededor del cuello de su hijo.

—Es que parece que nacimos con suerte —respondió Kageyama, acercándose para besar la frente de Sora, quien estaba jugando tranquilamente en la alfombra de la sala—. ¡Sora, ven aquí! Vamos a ver a mamá.

Sora levantó la mirada al escuchar su nombre, sus ojos brillando con emoción. Era un niño curioso, siempre atento, y aunque se parecía mucho a Kageyama físicamente, tenía la dulzura innata de Hinata. Sonrió, con las mejillas rosadas, y con pasitos decididos corrió hacia su madre, que ya lo esperaba con los brazos abiertos.

—¡Mamá, te quielo! —dijo Sora, mientras se lanzaba hacia Hinata, abrazándolo con fuerza.

Hinata lo levantó, acariciando con ternura su cabecita.

—Yo también te quiero, Sora —le susurró, mientras lo abrazaba contra su pecho. El pequeño apoyó su cabeza en el hombro de Hinata, disfrutando del calor familiar.

Desde la cocina, Kageyama los observaba, con una sonrisa que solo reservaba para aquellos momentos más íntimos y preciados. Sora, con su manera tan natural de mostrar afecto, siempre lograba derretir los corazones de todos los que lo rodeaban.

—Es un ángel, ¿no? —murmuró Kageyama, casi para sí mismo. Era algo que escuchaban frecuentemente de los vecinos, amigos e incluso desconocidos que se encontraban con ellos cuando salían a pasear. El comportamiento gentil y cariñoso de Sora siempre destacaba, y no era difícil ver por qué. Con solo un par de palabras, podía iluminar el día de cualquiera.

Hinata asintió, aún abrazando a su hijo, que ahora descansaba plácidamente en sus brazos.

—Definitivamente lo es —contestó con voz suave, mirando a Kageyama con esa expresión que solo compartían en momentos especiales.

Sora, sintiéndose rodeado por tanto amor, levantó su cabecita y sonrió de nuevo, aunque algo adormilado.

—¿Papá? —balbuceó, señalando hacia Kageyama, como si quisiera que también lo abrazara.

Kageyama, con una risita baja, se acercó y envolvió a ambos en un abrazo suave.

—ahí voy, pequeño. No te preocupes.

El niño sonrió y, con sus pequeñas manitas, intentó alcanzar la mejilla de su padre, dándole un tierno golpe antes de acurrucarse nuevamente en el pecho de Hinata.

—Mio—susurró Sora, aún sin soltar a su madre.

Hinata y Kageyama se miraron, compartiendo una risa baja y cálida, sabiendo que esos momentos eran los que más valoraban. Aunque había días difíciles, las pequeñas cosas —como el amor puro y sincero de su hijo— hacían que todo valiera la pena.

—Creo que lo hemos hecho bien, ¿no? —comentó Hinata, acariciando la suave cabecita de Sora mientras este cerraba sus ojitos.

Kageyama, sin dejar de sonreír, asintió.

—Sí, muy bien.

La tarde pasó con una tranquilidad especial. Sora había jugado un rato con sus juguetes favoritos y había recibido más de un halago de los vecinos que se asomaban a saludar mientras jugaba en el pequeño jardín de la casa. Mientras se acercaba la hora de la cena, Hinata estaba preparando todo en la cocina, cortando algunas verduras con agilidad, mientras Kageyama entretenía a Sora, quien no paraba de repetir una de sus nuevas frases favoritas.

—¡Mamá te quiero! —decía Sora, en su típico tono dulce, cada vez que miraba hacia la cocina.

Hinata, desde la encimera, no podía evitar sonreír cada vez que lo escuchaba.

—Sora, si sigues así, mamá va a terminar llorando de la emoción —bromeó, echando un vistazo hacia la sala.

Sora rió ante la respuesta, pero volvió a lo suyo: acariciar el peluche de un cuervo que Hinata le había regalado cuando era aún más pequeño. Aunque había muchos juguetes, ese cuervo seguía siendo uno de sus favoritos.

Kageyama lo observaba desde el sillón, su expresión más suave de lo habitual. Sora, con su comportamiento tan dulce y sus pequeñas acciones, siempre lograba derretir incluso al severo levantador. Aún no podía creer que ese niño tan increíble fuera su hijo.

—¿Sabes? —dijo Kageyama, levantándose del sillón y acercándose a Hinata—. A veces, cuando lo veo así, pienso que no podría haber sido más perfecto.

Hinata lo miró, sonriendo mientras dejaba los utensilios a un lado.

—Es nuestro pequeño—dijo, acercándose a Kageyama para besarlo en la mejilla, justo cuando Sora se dio cuenta de que sus padres estaban juntos.

El pequeño no tardó en levantarse y correr hacia ellos, tambaleándose ligeramente. Cuando llegó, se agarró a las piernas de Hinata y alzó los brazos.

—¡Abrazo! —dijo, con su típica voz dulce y demandante.

Ambos rieron, y en un gesto lleno de amor, Hinata levantó a Sora, mientras Kageyama se acercaba para rodear a ambos con sus brazos. El abrazo familiar fue cálido, y por un momento, el mundo exterior parecía detenerse.

Sora, en medio de sus padres, sonrió felizmente, cerrando los ojos y disfrutando del momento. Para él, ese era el lugar más seguro del mundo. Y aunque aún no entendía todo, sabía que allí, entre los brazos de su mamá y papá, siempre estaría rodeado de amor.

Un futuro? -kagehina_omegaverse-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora