rutinas nocturnas

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La casa estaba en silencio, interrumpido solo por el suave sonido de la respiración de Sora, quien dormía en su cuna en la habitación contigua. Era una noche tranquila, pero para Kageyama y Hinata, el cansancio se acumulaba día tras día, especialmente con las demandas del nuevo bebé. Sin embargo, había algo reconfortante en las rutinas nocturnas.

La habitación estaba bañada por la suave luz de una lámpara, mientras que Hinata y Kageyama se turnaban para cuidar a Sora. A pesar del cansancio que se acumulaba en sus cuerpos, el amor por su pequeño les daba la energía necesaria para afrontar cada momento.

Kageyama estaba sentado en el sillón, meciendo a Sora en sus brazos. El bebé había comenzado a despertarse, parpadeando lentamente como si intentara recordar dónde se encontraba. Cuando sus ojos se abrieron por completo, Kageyama se sintió abrumado. Eran de un azul brillante, igual que los suyos, y había algo tan puro en esa mirada que hizo que su corazón latiera más rápido.

—¿Te despiertas, pequeño? —susurró, con voz suave, tratando de no asustarlo. Sora respondió con un pequeño movimiento, estirando sus manitas en el aire. Kageyama sonrió, recordando lo que le había dicho Hinata: que cuando Sora tuviera hambre, se lo entregara aun cuando él estuviera cansado, ya que cuando no lo alimentaba, Shoyo tenía pequeños accidentes con la leche que se acumulaba.

—Hinata... —llamó, con voz baja para no molestar.

Hinata apareció en la puerta de la habitación, con el cabello desordenado y una expresión de somnolencia en su rostro. A pesar del cansancio, la ternura de su omega siempre iluminaba cualquier lugar.

—¿Qué pasa? —preguntó, con un pequeño y adorable bostezo que le hizo sonreír a Kageyama.

—Creo que Sora necesita comer —respondió Kageyama, inclinándose para que Hinata pudiera ver al bebé—. No quería despertarte, estás cansado.

Hinata se acercó, su expresión cambiando de sueño a preocupación.

—No te preocupes por mí —dijo, mientras extendía las manos para tomar a Sora—. Es parte de cuidarlo, ¿verdad? Aunque esté cansado, debo alimentarlo.

Kageyama lo observó mientras su omega se acomodaba en el sillón, colocando a Sora cerca de su pecho. La forma en que se movía era tranquila, como si llevara toda su vida haciendo eso. Con ternura, Sora comenzó a alimentarse, y Kageyama sintió una oleada de amor al ver cómo su hijo se acurrucaba con su madre.

—No te preocupes, lo tengo controlado —respondió Hinata, guiñándole un ojo mientras miraba al pequeño. La risa suave que emitió al ver a Sora hacer pequeñas muecas mientras se alimentaba hizo que Kageyama sintiera una ternura que lo derretía.

Sora, con su actitud tranquila y curiosa, de repente paró de mamar y miró hacia arriba, sus ojos azules fijos en el rostro de su madre. Era como si intentara captar cada detalle de la cara de Hinata. Kageyama se inclinó más cerca, buscando la conexión entre sus tres corazones.

—Tus ojos, Sora —murmuró Hinata sorprendido, acariciando suavemente la cabeza de Sora. La adoración brillaba en sus ojos.

Kageyama sonrió.

—Olvidé decir que ya los abrió —dijo, sintiéndose un poco torpe, pero lleno de amor. No podía evitarlo; todo en esa escena era perfecto.

—Sí, tenías razón, son como los míos —respondió Kageyama, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Su voz estaba impregnada de una dulzura que a veces se olvidaba que tenía.

A medida que la noche avanzaba, Hinata terminó de alimentar a Sora, sintiendo cómo los ojos se le cerraban poco a poco. Con cuidado, Kageyama se acercó y tomó al bebé de los brazos de su omega, con la intención de acostarlo en la cuna.

—Te haré compañía, Shoyo —susurró, asegurándose de que su omega no despertara mientras lo acomodaba en la cama. Se movía con la gracia de un hombre que, a pesar de su torpeza habitual, se había vuelto experto en estas pequeñas cosas.

Kageyama se sintió aliviado al ver que Sora se acomodaba en su cuna, ya que había pasado la mayor parte de la noche llorando por hambre. Quería que ambos descansaran, así que decidió vigilar al pequeño mientras se dormía de nuevo.

Las horas pasaron mientras Kageyama se sentaba en una silla cercana, observando a su hijo. A pesar de lo cansado que estaba, se sentía feliz. Sabía que cada noche sería un nuevo desafío, pero también un momento hermoso que compartirían juntos. Se prometió que siempre intentaría evitar despertar a Hinata cuando Sora llorara, para que su omega pudiera descansar.

Mientras Sora se acomodaba, Kageyama no pudo evitar pensar en lo afortunados que eran. La familia que habían formado era más de lo que jamás había imaginado. Sacaría muchas fotos para que sus familias pudieran ver al bebé a pesar de la cuarentena, cada imagen capturando esos momentos de ternura y felicidad.

Más tarde, en la mañana, Kageyama se despertó con una sensación extraña. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que algo no encajaba. Se levantó de la cama y se dirigió a la habitación de Sora, donde encontró a Hinata durmiendo en la cuna de su hijo, con Sora acurrucado a su lado.

—¿Qué demonios...? —murmuró Kageyama, sin poder evitar una sonrisa mientras contemplaba la escena. No podía entender cómo Hinata había terminado allí, aunque su pequeño tamaño le permitía acomodarse sin problemas. Aún así, le parecía extraño que no hubiera traído a Sora a su habitación.

Se acercó con cuidado, sintiendo que su corazón se llenaba de ternura al ver a su omega descansando. Kageyama sabía que, a pesar de la confusión que sentía, esto era una imagen que siempre llevaría consigo.

—Esto es tan típico de ti, Shoyo —dijo en voz baja, sintiendo que cada momento era especial. Sin hacer ruido, se inclinó para acariciar la cabeza de Hinata y murmurar—. Estás haciendo un gran trabajo.

Mientras observaba a su familia, Kageyama comprendió que cada pequeño momento era un tesoro, y aunque no siempre entendiera las decisiones de Hinata, su amor y dedicación lo hacían admirarlo aún más.

Un futuro? -kagehina_omegaverse-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora