Volver

5 2 0
                                    

La cálida brisa de la tarde de mayo se colaba por las ventanas, un recordatorio de que el tiempo seguía avanzando incluso en medio de la cuarentena. Hinata, quien había pasado los últimos meses en casa, sentía la necesidad de volver a entrenar. Aunque siempre se mantenía en movimiento, con ejercicios ligeros y rutinas que no implicaran demasiado esfuerzo, extrañaba el sonido de sus zapatillas en una cancha, el eco del balón golpeando el suelo y la emoción de saltar.

Sora, por su parte, había crecido rápido. A sus cinco meses, era un pequeño explorador curioso, siempre moviéndose y haciendo sus ya características expresiones que tanto recordaban a Kageyama. Pero ahora, su pequeño cuervito también estaba más activo y demandante. Aunque seguía sintiendo esos celos ocasionales cuando Kageyama se acercaba demasiado a Hinata, había aprendido a disfrutar de la compañía de su padre de una manera más tranquila, pero siempre vigilante cuando se trataba de su mamá.

Hinata, con Sora en brazos, observaba desde la ventana la cancha en el jardín trasero. La red de voleibol estaba lista, y el balón descansaba en una esquina, como esperando su regreso. Sus dedos rozaron suavemente la cabeza de Sora, que observaba con esos ojos grandes y serios.

—¿Listo para ver a papá entrenar otra vez? —le susurró Hinata, sonriendo con suavidad.

Sora movió su cabecita, lanzando una de esas miradas que Hinata sabía que eran como pequeñas réplicas de Kageyama. Aunque el bebé aún no podía hablar, sus ojos lo decían todo.

En ese momento, Kageyama apareció en la puerta del salón, secándose las manos con una toalla después de haberse lavado. Miró a Hinata, quien sostenía a Sora, y luego a la cancha.

—¿Estás seguro de que quieres empezar hoy? —preguntó Kageyama, con un toque de preocupación en su voz—. No te apresures, Shoyo. Sé que quieres volver, pero no hay prisa.

Hinata lo miró, sonriendo. Sabía que Tobio siempre estaba pendiente de él, pero también sabía que necesitaba volver a su rutina para sentirse completo de nuevo.

—Lo haré despacio, no te preocupes —respondió Hinata—. He estado haciendo ejercicio, y la cancha está justo aquí. Solo quiero sentir el balón otra vez.

Kageyama asintió, aunque sus ojos no ocultaban su preocupación. Aún así, sabía que Hinata era terco cuando se proponía algo. Miró a Sora, que ahora observaba a su padre con atención, su expresión tranquila, pero con ese destello de curiosidad.

—Entonces, vamos juntos —dijo Kageyama, acercándose y extendiendo los brazos hacia Sora—. Puedo cuidarlo mientras tú entrenas un poco.

Sora, al ver que Kageyama se acercaba, frunció el ceño y lanzó una queja suave. Hinata soltó una risa baja, ya acostumbrado a la dinámica.

—Vaya, parece que nuestro cuervito aún no quiere que te acerques tanto —bromeó Hinata, acunando a Sora más cerca de él.

Kageyama se detuvo a unos centímetros, respetando el espacio que Sora exigía, aunque le lanzó una mirada que parecía decir: Yo también era así con tu mamá, lo entiendo. Se encogió de hombros y retrocedió un poco, sentándose en el sofá cercano.

—Está bien, estaré por aquí. Pero si necesitas algo, llámame —dijo, antes de apartar la vista y dejar que Hinata continuara.

Con una sonrisa, Hinata dejó a Sora en su cuna portátil que había colocado cerca de la ventana, asegurándose de que pudiera ver todo lo que ocurría en la cancha. El bebé lo observaba con sus ojos atentos, mientras Hinata salía al jardín y recogía el balón que tanto había extrañado.

La sensación de tener el balón en sus manos era indescriptible. Hinata lo sostuvo por un momento, sintiendo su peso familiar. Dio un par de pasos hacia la red y lanzó el balón al aire, realizando su primer saque en meses. El eco del golpe resonó en el espacio vacío de la cancha, llenando su pecho de emoción. Aunque no estaba en su mejor forma, el simple hecho de estar de vuelta era suficiente.

Desde la ventana, Kageyama observaba con atención. Sabía que esto era importante para Hinata, y no iba a interferir. Aunque Sora seguía vigilándolo cada vez que se acercaba demasiado a su madre, también lo miraba con esos ojos que hablaban de un afecto que se iba construyendo poco a poco.

Después de una hora, Hinata regresó a la casa, ligeramente sudado pero con una sonrisa satisfecha en su rostro. Kageyama se levantó, caminando hacia él con una botella de agua y una toalla.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Kageyama, ofreciéndole el agua.

—Cansado —respondió Hinata, aceptando la botella—, pero bien. Se siente bien estar de vuelta. Aunque todavía me falta mucho para volver a mi nivel de antes.

Sora, que había estado observando desde su cuna, lanzó un suave balbuceo, estirando los brazos hacia su madre. Hinata lo recogió, acunándolo mientras bebía el agua. Sora lo miró con adoración, haciendo una pequeña mueca cuando Kageyama se acercó a ellos, aunque esta vez no se quejó tan fuerte. Era como si el pequeño ya comenzara a aceptar que su padre formaba parte de ese vínculo tan especial entre él y su mamá.

—Vas bien, Shoyo —dijo Kageyama, pasando su mano por el cabello despeinado de Hinata—. Solo no te apresures.

Hinata asintió, mirando a su familia. Estar en cuarentena tenía sus desafíos, pero momentos como este le recordaban lo afortunado que era. A pesar de los celos ocasionales de Sora, el pequeño cuervito tenía mucho amor para dar, y juntos, sabían que podían superar cualquier obstáculo.

Un futuro? -kagehina_omegaverse-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora