Capítulo 42: Llorar Bajo la Tormenta

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La mansión Salvatore estaba envuelta en un silencio inquietante, interrumpido solo por el golpeteo constante de la lluvia. La atmósfera era pesada, cargada de tristeza y desesperanza, mientras la batalla anterior seguía latiendo en la memoria de todos los que habían sobrevivido. Axel se encontraba de rodillas en el jardín, sus manos hundidas en la tierra mojada, mientras la lluvia le empapaba el cuerpo. Sentía un peso insoportable en su pecho, una mezcla de dolor, impotencia y culpa que no lo dejaba respirar con normalidad.

De repente, escuchó unos pasos apresurados tras él, y antes de poder reaccionar, unos brazos lo rodearon con fuerza. Nikole, empapada por la lluvia, lo abrazaba con todas sus fuerzas, como si temiera que él también desapareciera. Axel no pudo resistir más. Todo lo que había estado reprimiendo desde la batalla se desbordó. Con un gemido ahogado, se derrumbó en los brazos de Nikole, soltando todo el dolor que llevaba dentro.

—No puedo más... —susurró Axel entre sollozos—. No pude salvar a todos. No pude proteger a Nathaniel... ni a las ninfas. No soy lo suficientemente fuerte.

Nikole lo sujetaba con fuerza, sin soltarlo ni por un momento, mientras las lágrimas corrían por el rostro de Axel. Su corazón se rompía al verlo así, tan vulnerable, tan humano. Ella no sabía exactamente qué había pasado, pero podía sentir la magnitud del dolor que lo consumía.

—Estoy aquí, Axel. Estoy contigo. —Nikole susurró, acariciando su cabello—. No tienes que cargar con todo esto solo. No tienes que ser fuerte todo el tiempo.

Dentro de la mansión, los gritos desgarradores de Nathaniel resonaban, llenos de dolor y tristeza. Axel cerró los ojos, apretando los dientes mientras esos gritos lo hacían sentir aún más culpable. Se sentía impotente al no poder consolar a su hermano, al no poder cambiar lo que había sucedido.

Nikole, al escuchar los gritos de Nathaniel, miró a Axel con preocupación, pero decidió no soltarlo. En ese momento, Axel necesitaba desahogarse. Después de un rato, cuando los sollozos de Axel comenzaron a disminuir, Nikole lo ayudó a levantarse con suavidad.

—Vamos adentro, Axel —dijo con ternura—. Necesitas descansar. Vamos a superar esto juntos, te lo prometo.

Axel, exhausto tanto física como emocionalmente, asintió. Nikole lo guió hacia la mansión, sosteniéndolo con firmeza mientras caminaban. La lluvia continuaba cayendo, como un eco de la tristeza que los envolvía.

Horas más tarde, después de que la tormenta exterior y la interna en el corazón de Axel comenzaran a calmarse, la mansión Salvatore seguía sumida en el silencio. Nathaniel, aunque su cuerpo ya había comenzado a sanar gracias a su curación sobrenatural, aún no podía enfrentar el dolor de la pérdida. Con pasos lentos, salió de la habitación donde había estado recuperándose, sus heridas físicas casi cerradas, pero el vacío que sentía en su alma era insoportable.

Se dirigió a la sala donde yacía el cuerpo de su fiel compañero vampiro, el amigo que había estado a su lado durante siglos, protegiéndolo, luchando a su lado en cada batalla. Nathaniel se acercó al cadáver, sus ojos verdes brillando con lágrimas que no había derramado hasta ahora. Se arrodilló ante él, pasando una mano temblorosa por el pelaje ya sin vida.

—Gracias... —murmuró Nathaniel, su voz rota—. Gracias por todos estos años. Por cuidarme... por estar siempre a mi lado. —Sus palabras salían con dificultad, y cada una le dolía más que la anterior—. Esto no es un adiós. Lo sé. Nos volveremos a ver... algún día.

Las lágrimas comenzaron a caer, mezclándose con la lluvia que aún goteaba desde los ventanales rotos de la mansión. Nathaniel, incapaz de contenerse más, rompió en llanto. Era un llanto desesperado, de dolor profundo, de una pérdida que ningún poder sobrenatural podía sanar.

Anna, que había estado observando desde las sombras, se acercó lentamente. Con el corazón apesadumbrado, lo abrazó, envolviéndolo en sus brazos como lo hacía cuando era solo un niño. Nathaniel, ese vampiro fuerte y frío ante los ojos de los demás, se derrumbó como un niño pequeño en los brazos de Anna, mientras ella lo acunaba, susurrándole palabras de consuelo.

—Estoy aquí, Nathaniel —dijo Anna, su voz suave pero firme—. Siempre estaré aquí, como cuando eras pequeño. Y lo superaremos juntos. No estás solo en esto.

Nathaniel, aferrado a ella, continuó llorando. El peso de la batalla, la pérdida de su amigo, y el miedo a lo que vendría, todo se arremolinaba en su interior. Sabía que debía ser fuerte, pero en ese momento, en los brazos de Anna, se permitió ser débil, aunque solo por un instante.

La mansión Salvatore estaba llena de tristeza y duelo. Las ninfas, Axel, Nathaniel, y Anna, todos sentían el peso de la guerra que acababa de comenzar. Aunque habían sobrevivido, las heridas, tanto físicas como emocionales, tardarían mucho en sanar.

Y, mientras la lluvia continuaba cayendo, todos sabían que la batalla más grande aún estaba por llegar.

Sangre de Demonio: El Legado de los SalvatoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora