El viento frío del bosque azotaba las copas de los árboles mientras Anna y Bursus se alejaban más y más de la mansión Salvatore. La luz de la luna apenas se filtraba entre las ramas, creando sombras que bailaban sobre el suelo helado. Anna no dejaba de observar a Bursus, buscando algo en su mirada, una chispa de humanidad, de amor, pero lo único que veía era vacío. El Bursus que conoció parecía haberse desvanecido por completo.
Finalmente, Anna no pudo soportarlo más.
—Bursus, ¿qué fue lo que pasó contigo? —preguntó con desesperación en su voz mientras se detenía de golpe—. ¡Tú no eres así! ¡No puedes serlo! ¿Por qué volviste a ser el príncipe del infierno? ¿Por qué te convertiste en esto?
Bursus se detuvo y la miró, pero no respondió de inmediato. En lugar de eso, una sonrisa helada se dibujó en su rostro, una sonrisa vacía, carente de emoción. Con un movimiento lento y deliberado, pasó los dedos por su cabello rubio.
—Deja que cambie mi aspecto, amor mío, para que me recuerdes bien —dijo, y ante los ojos atónitos de Anna, su cabello comenzó a oscurecerse hasta volverse completamente negro, cayendo en una cascada larga y suave como lo había sido hace siglos, cuando estaban juntos.
El corazón de Anna se rompió al verlo. Era el mismo hombre que alguna vez había amado, pero había algo terriblemente roto en él, algo que no podía alcanzar. Una lágrima solitaria rodó por su mejilla mientras lo miraba, luchando contra el dolor y la confusión.
—No llores, amor mío —dijo Bursus, su voz carente de todo afecto—. Este sufrimiento acabará rápidamente.
Antes de que Anna pudiera responder, un crujido en las sombras interrumpió la tensión. De entre los árboles, un hombre lobo gris con negro emergió, sus ojos dorados brillaban con malicia. Llevaba una armadura oscura, con un emblema en el pecho: un lobo con un rasguño que atravesaba su figura. Su presencia era imponente, casi tan amenazante como la de Bursus.
—Mucho gusto, Anna —dijo el hombre lobo, su voz ronca y cargada de sarcasmo—. Mi nombre es Zenaku, y creo que recuerdas este emblema. Nosotros fuimos quienes atacamos a los Salvatores.
El corazón de Anna se detuvo un instante. El emblema... lo recordaba bien. Era el mismo símbolo que había visto el día en que la familia Salvatore fue destruida. Los atacantes, los traidores... todos llevaban ese símbolo.
—Perdona si Bursus no puede contestar tus preguntas —continuó Zenaku, sonriendo—. Pero lo tiene prohibido. Ahora nos pertenece a nosotros. Es nuestra arma más poderosa para acabar de una vez por todas con los Salvatore.
Anna giró la mirada hacia Bursus, desesperada por encontrar algún rastro de él, del hombre que una vez había conocido. Pero lo que vio la devastó aún más. Los ojos de Bursus, que antes brillaban con vida, estaban vacíos, sin alma. Su cuerpo estaba presente, pero su mente parecía prisionera, atrapada en una oscuridad que ella no podía comprender.
—Bursus... —susurró Anna, con la voz quebrada por el dolor—. Sé que estás ahí. Por favor... no hagas esto.
El viento frío llevó sus palabras hasta él, pero Bursus permaneció inmóvil. Anna, desesperada, lo tomó de la cara, forzándolo a mirarla.
—Por favor... no hagas esto —le rogó, las lágrimas desbordándose de sus ojos—. Recuerda quién eres. ¡Tú no eres esto!
Por un momento, algo pareció cambiar. Una lágrima solitaria rodó por la mejilla de Bursus. Pero su expresión no cambió. No había emoción, solo obediencia ciega.
Zenaku, aburrido de la escena, suspiró y dio un paso adelante.
—Ya basta de esta patética demostración —dijo Zenaku con desdén—. Bursus, acaba con esto. No quiero seguir viendo cómo te suplican.
Bursus reaccionó de inmediato. Con una velocidad brutal, lanzó un golpe contra Anna, quien apenas pudo bloquearlo con un escudo de energía. El impacto la hizo retroceder, pero no cayó. Anna, con los ojos llenos de lágrimas y el corazón latiendo con fuerza, se puso en guardia.
—No te dejaré destruir lo que somos —dijo Anna, con la voz firme a pesar de la tristeza.
Bursus no respondió, solo atacó de nuevo, esta vez con más fuerza. El sonido de sus golpes resonaba en el aire, y cada uno de ellos llevaba el peso de su antigua relación. Anna, aunque herida, no se rendía. Usó sus alas para impulsarse en el aire, lanzando ráfagas de luz celestial hacia Bursus. Las explosiones iluminaron el oscuro bosque, creando destellos entre las sombras, pero Bursus no titubeaba.
—No me vencerás tan fácilmente —gritó Anna, lanzando otra ráfaga de energía que impactó a Bursus, haciéndolo retroceder unos pasos.
Bursus se detuvo por un momento, observando a Anna con frialdad, como si no fuera más que un obstáculo que debía eliminar. Entonces, sin previo aviso, lanzó una descarga de poder oscuro que envolvió a Anna, empujándola contra un árbol. Anna gritó de dolor mientras la energía la envolvía, quemando su piel y desgarrando sus alas.
—Bursus... ¡por favor! —exclamó Anna, tratando de levantarse, su cuerpo debilitado por el constante asalto—. ¡Sé que sigues ahí! ¡No dejes que te controlen!
Pero Bursus no mostró compasión. Con un último y brutal ataque, Bursus atravesó a Anna con su espada, la cual se materializó en su mano como una extensión de su propia oscuridad. Anna cayó de rodillas, con la espada incrustada en su pecho. Sangre dorada manaba de la herida mientras su vida se apagaba lentamente.
—Te perdono... amor mío —susurró Anna, su voz apenas un murmullo mientras su vida se escapaba—. Siempre te amaré...
Con su último aliento, Anna cayó en los brazos de Bursus, su cuerpo inmóvil, pero sus palabras resonaban en el aire, llenas de un amor que nunca había dejado de existir.
Bursus, aún sosteniendo a Anna en sus brazos, dejó que las lágrimas rodaran por su rostro. Pero su mirada seguía vacía, como si su alma estuviera perdida para siempre. Con una frialdad inexplicable, murmuró:
—Hasta luego, Anna.
El cuerpo de Anna se desplomó en el suelo, sin vida, mientras Zenaku observaba desde las sombras, su rostro lleno de satisfacción.
—Ya hemos terminado aquí —dijo Zenaku, limpiándose las manos de la escena—. Regresaremos cuando sea el momento adecuado.
Sin más palabras, desapareció en la oscuridad del bosque, dejando a Bursus solo con el cuerpo de la mujer que una vez había amado y ahora había destruido.
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Sangre de Demonio: El Legado de los Salvatore
RandomNovela de Sangre De demonio En el oscuro y misterioso pueblo de Ravenmoor, un joven llamado Axel Salvatore descubre un legado que cambiará su vida para siempre. Tras la muerte de sus padres adoptivos, Axel recibe una carta que lo conduce a este pue...