Capítulo 58: Aullidos de Dolor

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Axel no podía respirar, su pecho estaba oprimido por el dolor que lo consumía desde lo más profundo de su ser. Se levantó tambaleante, con el cuerpo temblando de rabia y tristeza. Su mirada, fija en el cuerpo sin vida de Anna, se llenó de lágrimas, pero no eran suficientes para aliviar la agonía que sentía. Sin una palabra, salió corriendo de la mansión, sus pies descalzos golpeaban el suelo frío, pero no sentía nada más que la ira quemándole por dentro.

La nieve caía en silencio, pero el corazón de Axel era un torbellino de caos. Kul, su leal lobo blanco, lo siguió de cerca, pero ni siquiera su fiel compañero podía alcanzarlo. Axel, cegado por el dolor, comenzó a transformarse, permitiendo que su naturaleza licántropa tomara el control. Su piel se desgarró y sus músculos se expandieron, hasta que su cuerpo se convirtió en una bestia de pelaje blanco como la nieve, con rasgos oscuros que marcaban su fuerza y rabia.

Axel corría por el bosque, su velocidad inhumana lo impulsaba más allá de los límites de su propia mente. Cada paso era un latido de dolor, cada aullido que lanzaba era un grito de desesperación, un clamor por respuestas que no llegaban. Sus patas dejaban huellas profundas en la nieve, pero ninguna huella podía trazar el camino de su alma rota.

Sin previo aviso, llegó a la casa de Nikole y Marcela, sus garras arañaban el suelo, dejando rastros de lodo y nieve a su paso. Se detuvo abruptamente frente a la puerta, sus músculos aún tensos por la transformación, pero su espíritu estaba quebrado. Se dejó caer de rodillas, su cuerpo se desplomó en la nieve, y poco a poco, comenzó a regresar a su forma humana. El frío aire invernal mordía su piel desnuda, pero Axel no lo sentía. El dolor que lo carcomía por dentro era mucho más intenso que cualquier frío exterior.

Desde el interior de la casa, Nikole y Marcela escucharon un aullido de dolor. Se miraron con preocupación, y sin dudarlo, corrieron hacia la ventana. Al asomarse, vieron a Axel, de rodillas, su cuerpo cubierto de lodo y nieve, temblando en la oscuridad de la noche.

—¡Axel! —gritó Nikole, abriendo la puerta de par en par. Tomó una manta y corrió hacia él, envolviéndolo rápidamente para evitar que se congelara.

Axel, sin poder resistir más, dejó caer su cabeza sobre el hombro de Nikole, sus lágrimas comenzaron a brotar de manera incontrolable. Su cuerpo, aún temblando por la transformación y el dolor, se derrumbaba emocionalmente frente a ella.

—Lo siento... —murmuró Axel con la voz rota—. Lo siento tanto...

Nikole lo abrazó con fuerza, sosteniéndolo como si fuera un niño pequeño que necesitaba consuelo. Sus brazos envolvieron su espalda desnuda, y aunque no tenía las palabras para aliviar su sufrimiento, su presencia era suficiente para hacerle sentir que no estaba solo.

—Shhh... estoy aquí, Axel —susurró Nikole mientras acariciaba su cabello, su voz era suave pero firme—. Estoy contigo.

Marcela, quien observaba la escena desde la puerta, entró corriendo para preparar algo caliente. Sabía que Axel necesitaba más que palabras de consuelo; necesitaba tiempo para procesar lo que fuera que lo había devastado de esa manera. Se dirigió rápidamente a la cocina, comenzando a preparar chocolate caliente para los tres, sus manos temblaban mientras trataba de asimilar lo que estaba ocurriendo.

Axel continuaba llorando en los brazos de Nikole, incapaz de contenerse. Su cuerpo temblaba de dolor y desesperación, y su voz apenas era un susurro.

—La mataron... —dijo entre sollozos—. Mataron a Anna.

Nikole se quedó inmóvil, el shock la golpeó con tanta fuerza que por un momento no supo qué hacer. Sus ojos se llenaron de lágrimas al escuchar las palabras de Axel. Anna, la mujer que las había protegido, que les había brindado su amistad, había sido arrebatada de ellos de la forma más cruel posible.

—No... no puede ser —dijo Nikole, su voz temblorosa—. ¿Anna? ¿Quién... quién haría algo así?

Axel negó con la cabeza, incapaz de responder. Las imágenes de Anna, fría e inmóvil en la entrada de la mansión, lo perseguían como un mal sueño. No podía procesar cómo alguien tan fuerte, alguien tan lleno de vida, podía haber caído de esa manera. No podía entender cómo todo se había desmoronado tan rápido.

Marcela regresó con las tazas de chocolate caliente, pero al ver las lágrimas en los ojos de Nikole y el estado devastado de Axel, sus propias lágrimas comenzaron a brotar. Se sentó junto a ellos, dejando las tazas a un lado, y abrazó a Axel por el otro lado. Juntos, los tres se dejaron llevar por el dolor compartido, por la pérdida de una amiga que se había convertido en alguien importante para todos.

—¿Cómo... cómo pudo pasar esto? —murmuró Marcela, con la voz quebrada—. Anna era tan fuerte...

—No lo sé —respondió Axel, su voz apenas un susurro—. Pero alguien la dejó en la entrada de la mansión... como si fuera... nada.

Nikole y Marcela no pudieron contener más las lágrimas. Ambas lloraron junto a Axel, abrazándolo con más fuerza, compartiendo el peso de su dolor. El mundo que conocían estaba colapsando a su alrededor, y aunque intentaban mantenerse fuertes, la realidad de la pérdida los golpeaba una y otra vez, haciéndolos tambalear.

Axel, sintiendo el calor de los abrazos de Nikole y Marcela, comenzó a calmarse lentamente. Pero el vacío seguía allí, inamovible. La furia que lo había consumido seguía latente, y en lo profundo de su ser, sabía que esto solo era el principio de algo mucho más oscuro.

—Juro que encontraré a quien hizo esto —murmuró Axel, apretando los dientes mientras miraba la nieve caer a su alrededor—. Y pagarán.

Sangre de Demonio: El Legado de los SalvatoreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora